7 (2/3) Es. Una. Rama

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Decido no irme a casa, o tal vez verme en el espejo haga que me arrepienta de salir con Holden, así que decido ir a una librería cercana a pasar el rato y en menos de un parpadeo estoy caminando de vuelta a W. Mendeville, Holden me espera fuera, lleva una chaqueta de jean algo desgastada y ha cambiado su uniforme por un sueter tejido gris y un par de pantalones negros.

-Creo que nunca te había visto usar algo diferente a los uniformes. -Comento a medida que me voy acercando. -Te ves casi de tu edad. -Sobretodo cuando sonrie, pero evito mencionar esa parte.

-Gracias, creo. -Se encoge de hombros y camina hacia mí con las manos entre los bolsillos. Está igual de nervioso que yo. -Estuve pensando que podía invitar a hacer a una chica que no... -Empieza a hablar, pero se pausa de repente y mi expresión se vuelve incrédula.

-¿A una chica que no come? -Pregunto y él maldice por lo bajo.

-Lo siento, no era mi intención ser grosero. -Empieza a hablar y se ve auténticamente arrepentido. -Lamento haberte hecho esperar solamente para arruinarlo todo. Al menos déjame llevarte a casa. -Camina hacía la puerta de la van de la panadería y me abre la puerta del copiloto.

-Ey. -Lo llamo haciendo que se gire de nuevo en mi dirección. -Tranquilo, Holden. Creo que estamos a mano. -Camino hacía él y le extiendo la mano en señal de paz, él la toma lentamente y me ofrece una sonrisa tímida. -Entonces, ¿Qué puedes invitar a hacer a una chica que no come? -Holden sonríe cerrando los ojos, sabiendo que no es la mejor manera de empezar una cita, pero logra recomponerse cuando vuelve a abrir los ojos para mirarme.

-Veras. -Suspira y se limpia las palmas sudorosas en la parte de atrás del pantalón, lo cual me parece adorable. -Me parece recordar que te referiste a este lugar como Silent Hill, y me sentí un poco ofendido. -Toca su pecho como si le doliera ahí yo ruedo los ojos, que sensible es. -Así que se me ocurrió ofrecerte la vista completa, y redimir un poco esa primera impresión, ven conmigo. -Extiende la mano y me ayuda a subir al auto. -Sé que no es muy feminista de tu parte, pero mi caballerosidad me lo exige. -Abrocha mi cinturón y su proximidad me hace sentir un corrientazo bajando por mi espina dorsal.

A continuación da la vuelta y toma su lugar al volante.

-¿Puedes usar este auto con fines turísticos? -Pregunto mientras enciende el motor, cuando me mira solo veo ese brillo de picardía alumbrando en sus iris color esmeralda.

-No diré nada si tu no lo haces. -Responde y pone el aparato de cuatro ruedas en marcha.

Conduce por todas la calles del pueblo y en menos de diez minutos las casas dejan de aparecer tan seguido, siendo reemplazadas por maleza y árboles.

-¿Estás seguro de que no es un secuestro? -Pregunto mientras miro distraída por la ventana, intento apartar el mareo, pero no se va.

-Tendrás que descubrirlo. -Escucho como suelta una carcajada discreta y me hace sonreír a mi tambien. -Pero, hablando en serio, me gustaría que vieras algo. -Toma una curva por un camino abierto y empieza a conducir colina arriba, los huecos de la senda sin pavimentar me hacen sentir peor. No quiero arruinar esto, no ahora, me digo a mi misma y nuevamente le exijo al malestar esconderse en un rincón de mi vientre.

Un par de minutos más tarde detiene el auto y salta fuera. Lo rodea y me abre la puerta, ayudándome a bajar.

-Estamos a un par de minutos, confía en mí. -Empezamos a caminar y me cuesta un poco seguirle el ritmo por el mareo constante resultado de mi casi nula ingesta de comida real y la dificultad que representa caminar entre piedras y un césped crecido que me llega hasta la mitad de la pantorrilla. Él lo nota.

-Oh, que torpe soy. Espera un momento. -Dice y se aparta caminando hacia un viejo roble, se inclina y toma una rama caída, es larga y lo suficientemente fuerte para no quebrarse con un poco de fuerza. Vuelve y me la ofrece.

Es. Una. Rama.

-¿Para qué es esto? -Pregunto y la tomo entre mis manos.

-Es para que te apoyes, no quiero que te caigas y te lastimes o algo así. -Se encoge de hombros y de nuevo puedo ver ese brillo cuando me mira.

-Gracias, Holden. -Lo miro y sonrío, aguantando mi carcajada. ¿En serio me está dando una rama? Juro que por un momento pensé que me iba a ofrecer su mano o algo así para apoyarme, no una rama. Cuando se adelanta indicandome nuevamente el camino me permito soltar una risita para que no me escuche. Holden es el chico más ridículamente tierno y adorable que haya podido conocer alguna vez.

Me toma un par de metros de ventaja y yo lo sigo apoyando mi peso en la rama que ha resultado ser bastante útil a la cima de la colina, cuando llega extiende los brazos y sonríe plenamente, como si fuera el rey del mundo.

-Ven, Erin, apresúrate o te vas a perder de la mejor parte. -Mueve su mano afanandome, así que con mi cuerpo en proceso de cetoacidosis me esfuerzo por alcanzarlo y cuando lo hago en la cima de la colina entiendo de repente a que se refiere.

El sol ha empezado a ocultarse en el horizonte, y las luces del pueblo empiezan a titilar al ritmo de su propia canción combinandose con el verde de la naturaleza circulante.

Es alucinante.

Mi corazón se esfuerza por bombear sangre a todos mis tejidos, especialmente a mi cerebro que busca las palabras necesarias para describir la maravilla que estoy viendo. Es la primera vez que el sol ha estado tan brillante en bastante tiempo, y aunque me estoy congelando, los rayos que alcanzan mi cara me hacen sentir... viva.

-Es hermoso. -Holden se inclina y me extiende la mano para ayudarme a recorrer los pasos que me faltan para quedar a su lado. Cuando nuestras palmas se tocan se da cuenta del sudor frio que se extiende por mi piel y el leve temblor que me ha invadido mientras caminábamos hacía aquí.

─¡Santo Dios, Erin!, ¿Te encuentras bien? −Su expresión vuela de sonriente a preocupada, sus pupilas se dilatan para no perderse de ningún detalle y sin dejar de darme la mano me ayuda a llegar hasta él abrazándome con su otro brazo. Su tacto es cálido, tranquilizador y me esfuerzo aún más por tomar el control de mi cuerpo, no quiero arruinar esto.

−Es culpa tuya, me has dejado sin respiración. Literalmente. −Bromeo entre jadeos intentando aligerar el ambiente mientras empiezo a sentir a la inconsciencia apoderándose de mis extremidades, adormeciéndome.

−No es Gracioso, Erin, Por favor respira. Quédate conmigo... −Sé que sigue hablando, porque la parte trasera de mis ojos puede ver como mueve la boca, pero ahora mismo mi cerebro me ha privado del sentido de la audición y solo puedo escuchar todo como si estuviera a través de un tubo, ya no tengo fuerza para luchar contra el manto de inconsciencia que se apodera de mí así que me rindo a él, quedando a merced de Holden.

Existe algo peor que tener un trastorno de la conducta alimentaria y son todas las cosas que dejas de vivir por culpa de este. Todos los sueños y metas en los que dejas de enfocarte solamente por ver un número bajar en una báscula, todas las personas que dejas de conocer por encerrarte, los sabores nuevos que te niegas a probar por miedo, es dejar de vivir a través de tus ojos y vivir, o, mejor dicho, morir por un número.

Nunca había tenido una cita con alguien, nunca ningún chico se había fijado en mí, no había sentido confianza para aceptar mi enfermedad sin temor a ser juzgada, nunca había existido tanto como en el momento en que caí de aquel puente o había llegado hasta la cima de esta colina a ver el atardecer. En california veía el mar, veía la playa, la gente y los atardeceres, pero no estaba realmente allí, siempre me hallaba haciendo cuentas; Calorías consumidas versus Calorías quemadas, cuantas millas tendría que correr en la caminadora para gastar más calorías de las consumidas en el día, purgándome después de una dona, después de un batido de fruta demasiado dulce, después de tener un mal día o escuchar algún comentario de mi físico, siendo comparada, siendo observada y juzgada.

Caída Libre. [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora