5 (1/2) ¿No tienes Hambre?

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La vida a los dieciséis debería ser sencilla, debería girar en torno a la escuela, a las amigas y a los chicos, debería girar en torno a tener un pase de conducción, mirar universidades e ir al estúpido baile de graduación vistiendo un ridículamente caro vestido de satin rosado que no vas a volver a usar, pero ese no es mi caso. Yo en cambio me encuentro contando las calorías de mi pasta dental, arrodillandome frente al váter cada tanto para devolver mis comidas, asegurandome de no hacer ni un solo ruido, saltandome todas las comidas que puedo e intentando ocultarlo como si no fuera tan obvio, además de preocuparme por no dejarme morir de un ataque cardíaco repentino mientras vómito junto con la obvia desnutrición, pero así es la vida.

Me miro en el espejo y casi me causa gracia como desaparezco dentro de este uniforme, la camisa cuello de tortuga va primero, seguida de la jardinera de cuadros color crema que me cubre medio muslo y el cinturón que es demasiado grande para mi incluso habiendolo apuntado en el último huequito y aunque el enorme saco café de lana logra ayudarme a cubrirme un poco, mis muslos inevitablemente quedan expuestos, así que he decido usar dos pares de medias pantalón, que sé que están prohibidas, porque se supone que deben cubrir solo hasta la rodilla, pero no me importa mucho, la verdad, tengo problemas más grandes que preocuparme del largo de mi falda o mis medias. Me dejo el cabello atado en una coleta baja y tomando la mochila que me acompaña desde California me apresuro escaleras abajo.

No puedo estar menos emocionada.

He tenido que comer un plato de cereal con fruta y un pocillo de café, y aunque me siento como un globo, sé que pudo haber sido peor, tal vez un par de huevos fritos o pancakes con crema, pero al parecer mi padre sabe que ya tengo suficiente presión como para ponerme más encima y le agradezco internamente por tenerme tanta paciencia, ahora solo tengo que encontrar la manera de saltarme el resto de comidas del día, lo cual no supone un problema.

-Mucha suerte en tu primer día, pulguita. -Dice mi padre y se desabrocha el cinturón de seguridad para inclinarse y darme un besito en la frente.

-Gracias papá. Te veo en la noche. -Le respondo y halo la manija de la puerta del auto, sorprendiendome por no encontrarla bloqueada con el seguro para niños. Bien.

Salto del auto y con el horario en la mano me dirijo a mi salón de clases, he llegado justo a tiempo porque el profesor está justo por cerrar la puerta.

-Anda, no te quedes afuera. -Me dice me apresuró un poco para entrar.

He desarrollado un poco de miedo a salir, convivir con más personas y que me juzguen por mi delgadez, es casi tanto como ser una persona obesa. Así que no me sorprende que tan pronto como entro la mayoría guardan silencio y se giran para verme, yo me quedo de pie como una inútil viendo las caras de todos.

-Buenos días a todos. -Saluda el profesor para disimular un poco el silencio. -Tenemos una nueva compañera que viene desde California. -Me mira y casi como en las películas puedo ver que tiene la intención de hacerme hablar frente a todos, pero silenciosamente le suplico que no lo haga. -Espero que le ayuden a hacer este drástico cambio un poco más ameno. Puedes tomar asiento en aquella silla de la esquina. -Me señala y muevo rápidamente mis pies hacía el fondo del salón con la esperanza de empezar a ser invisible.

-No hay manera de hacer más ameno esto si tenemos que usar este uniforme. -Dice una vocecita a mi izquierda y me encuentro con la chica que me ayudó a llegar a la oficina de Sanders ayer. Suelto una risita. -Soy Maggie Rizz. Un placer. -Me extiende la mano.

-Erin Lash. -la estrecho rápidamente antes de volver mi vista al tablero. Al menos una persona en este lugar no me ve como un fenómeno.

En menos de un día me he puesto al día con todo, y no me refiero a las clases, sino al cotilleo común de secundaria. A Maggie le gusta hablar y aunque no me interese mucho, tiene suerte de que a mi me guste escuchar, de lo contrario ya habría muerto. Respecto a la escuela ya me he asegurado de que me preste los apuntes del último periodo académico para poder pasarlos todos a mi libreta y estar un poco menos perdida.

-... Y aunque intente negarlo se nota que es gay. -Concluye mientras habla de un chico, aunque no estoy muy segura de quien.

-Tal vez solo sea timido. -Respondo y la hago reir, toma una respiración y sigue hablando.

-... En fin, tienes que conocer a Leo. -Dice y me pasa un corrientazo por la espalda.

-No me caracterizo por ser muy sociable a decir verdad. -Hablo bajito y siento la necesidad de salir corriendo.

Es casi la hora del almuerzo, y aunque estoy un poco nerviosa por este nuevo escenario sé muy bien cual es mi papel y cuales son mis líneas.

-Lo sé, y lo entiendo, pero te aseguro que es genial, aunque no tanto como yo. -Echa hacia atrás uno de sus mechones de cabello negro como toda una diva y me hace reir.

-Bien. -Concluyo y me abrazo a mi misma, siguiéndola por los pasillos y a través de las canchas hacía la cafetería.

Leo es una impresionante morena de cabello corto rubio de bote, con unos ojos almendrados color café y una actitud despampanante igual que sus cuerpo; una cinturita y unas caderas hermosas que no pueden esconderse bajo el uniforme así quisieran, si yo fuera saludable me gustaría ser como ella.

-Entonces, -Habla. su tono es caribeño y me recuerda a la costa oeste de américa por alguna razón. -¿Cali? -Pregunta sorprendida y yo asiento dándole un sorbo a mi té de limón libre de calorías. -¿De que parte? En Instagram se ve como un lugar del que nunca nadie quisiera irse, ¿Porque tu si? -Suelta de repente mirándome fijamente, intentando penetrar mi alma y ver a través de mi.

-Dejala en paz, Leo. -Escupe Maggie sonriendo. -Nos acaba de conocer, no la agobies.

-Lo siento. -Se excusa y se acomoda un mechón de cabello tras la oreja, parece apenada. -Soy muy curiosa y en este lugar nunca pasa nada interesante. -Concluye y hace un puchero.

-Descuida, algún día les contaré todo. -Respondo y me sorprendo a mi misma imaginando el escenario como si fuera algo posible. Hacer amigas nunca a sido mi fuerte, porque las chicas (o al menos con las que me he topado toda la vida) resultan ser traicioneras, inmaduras y egoístas. Y aunque no las culpo, quiero asegurarme de que ellas sean alguien en quien pueda confiar.

-Solo avísame con tiempo para preparar la merienda.-Dice Maggie y me contagia la sonrisa. Siento que no había sonreído tanto por cortesía desde que llegamos aquí. -¿No tienes hambre? -Pregunta y yo palidezco.

-Claro que si. -Respondo sin sentarme a procesar mis palabras. Claro que tengo hambre, todo el día y a toda hora, pero no pienso abandonar mi pureza por algo tan común como la comida. Necesito arreglar lo que dije. Ahora. -Es solo que Papá y yo siempre comemos juntos, siempre vigila que coja algo de carne. -Miento, pero ha salido mejor de lo que lo he pensado porque no es una mentira del todo; uno, si tengo hambre, y dos, parte del acuerdo con papá es sentarme a la mesa a comer con él.

El resto del almuerzo las oigo a ellas poniéndose al tanto de los chismes de ayer a hoy intentando no fijarme en alguien que se quede viendome más tiempo del necesario.

Caída Libre. [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora