3 (1/3) Highway Tune

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Alguna vez leí que el ser humano es un animal de costumbres, pero sinceramente me está costando lo mio acostumbrarme a este lugar. No sé a ciencia cierta qué día es hoy, creo que es martes, pero de lo que sí estoy segura es que han pasado ocho mortales comidas desde que aterrizamos aquí, han sido cuatro malditos días que se sienten como una vida.

Los días son difíciles; básicamente me he limitado a existir aquí, dejando mi habitación solamente cuando debo presentarme para mis dos comidas, vomitando ocasionalmente (todos los días), más de lo mismo.

Lo único realmente bueno es que he podido hacerme con un poco más de ropa, todo de tiendas de segunda mano, comprado intencionalmente grande para poder desaparecer un poco dentro de la ropa, y si, luzco como un niño, pero a quien jodidamente le importa. También he logrado conseguir un par de zapatillas, libros y un cuaderno de bocetos; no voy a estar recluida en mi habitación mirando el techo, tengo que encontrarme algo que hacer.

Los días son difíciles, es verdad, pero no tan insufribles como las noches. Es en las noches cuando los pensamientos malos se riegan por toda mi mente, inundando mi cerebro y saliendo por mis ojos, salados y líquidos. Aunque lo peor de todo es el hecho de que en la noche mi cuerpo no me deja descansar, tal vez piensa que voy a morir mientras duermo y por eso decide fastidiarme, básicamente se vuelve en mi contra; mis pulmones oprimen mi pecho, no puedo respirar, mi corazón late demasiado fuerte, zumbando en mis oídos y empiezo a sudar frío además de que cualquier posición que adopto para dormir es demasiado incomoda porque mis huesos siempre encuentran la forma de tallar.

Ha cambiado el teatro, pero la obra sigue siendo la misma y he empezado a llorar, de nuevo sin siquiera notarlo. Aunque a decir verdad tiene mucho sentido, ya es de noche. ¿Que hora es?

El reloj sobre mi mesita de noche refleja las dos de la mañana y no podría ser para menos, solo a esta hora los verdaderos pensamientos afloran, es la hora donde todos somos más frágiles, más humanos y la hora en la que yo empiezo a romperme, a dejar salir todo lo roto de mi, donde me permito sentir y recordar, mi niña interna tomando control de mi y reclamando porque esto fuera diferente, por ser alguien normal, por poder sentirme bien aquí adentro, adentro de mi misma. Si tan solo pudiera volver atrás el tiempo y evitar escuchar aquellos comentarios que empezaron a quitarme la inocencia, a quitarme la vida y solo seguir riendo, viendo caricaturas y... viviendo, si pudiera sentarme a hablar conmigo misma y decirme que soy hermosa, que soy valiente, que soy suficiente, tal vez ahora estaría en un lugar mejor. Porque esto no es una jodida vida, es una cárcel de la que no puedo ni quiero salir.

He empezado a sentir la tan conocida ya opresión en el pecho, el sudor helado escurriendo por mi espalda y la maldita falta de aire, bloqueando el paso de oxigeno por mi tráquea hacia mis pulmones, pero por más que necesite respirar no me permito emitir un solo sonido, me limito a tapar mi cara con ambas manos y patalear buscando sacudir esta sensación, revolviéndome sobre el colchón buscando expulsar este malestar, estos malditos pensamientos que no me dejan en paz, que me gritan diciendo que soy una jodida enferma, una maldita obesa en un cuerpo que no me pertenece, que por más que lo intente nunca podré sacar lo que hay adentro, ni siquiera vomitando o matándome de hambre.

-Para, Para ¡Para, ahora! -Jadeo para mi misma contra la almohada asegurandome de que Arthur no pueda oírme, ya debe estar demasiado preocupado y no quiero causarle un dolor de trasero más. Y aunque en serio quiero detenerme no puedo, no puedo dejar de llorar, no puedo respirar y siento las paredes de mi habitación inconteniblemente cerca de mi, asfixiandome.

-Necesito salir de aquí. -Susurro y me pongo de pie buscando mis zapatillas, sin siquiera tomarme el tiempo de ponerme un pantalón o mi cazadora, me deslizo en mi versión de una pijama (El viejo suéter universitario de papá) sobre los peldaños de las escaleras sin hacer un solo ruido y, tomando las llaves de encima del mostrador del recibidor me arrojo a la calle.

Hace un frío del demonio, está lloviendo como si fuera alguna extraña manera de limpiar todo lo malo y lavar todos los pecados del mundo. Y ahí estoy yo, dejando que el frío se filtre por los poros de mi piel, permitiéndole al agua mojarme para recordarme que estoy viva, que incluso dentro de este cuerpo que ha dejado de ser mío hace mucho tiempo, sigo aquí, en algún lugar. La presión en mis pulmones se va finalmente y puedo respirar el aire fresco con aroma a tierra húmeda. Jamás el olor a tierra mojada se había sentido tan bien y la lluvia es como agua bendita devolviendome a la vida. Entonces se adueña de mi un poderoso éxtasis, una sensación que no he sentido jamás, y aunque sé que esa salida me costará caro, porque no tengo la energía suficiente como para estar afuera soportando este frío y menos mojandome me permito disfrutar así sea solo por un instante.

Corro, salpico entre los charcos, bailo, giro apoyada de los postes de luz y corro un poco más lejos pasando por entre las casas y a través de un puente cruzando el río. Mi cabeza reproduce Highway Tune the Greta Van Fleet haciendo de este un momento sublime, verdaderamente inolvidable hasta que... hasta que la canción en mi cabeza termina y mis oídos empiezan a zumbar de nuevo, me doy cuenta de que estoy demasiado mareada por la falta de alimento para poder ubicarme.

-Eres una idiota Erin. -Susurro y me abrazo a mi misma forzando a levantar la cabeza para recuperar un poco el aliento. El ejercicio siempre es vigorizante, excepto claro, bajo estas condiciones.

La verdad es que creo que me he salido un poco de la villa, las casas han desaparecido y la escasa luz no basta para darme una idea de en dónde carajos me encuentro. Giro varias veces agudizando la mirada hasta que logro ver un farol de luz que tal vez pueda servir, esta sobre el puente que crucé hace un par de segundos y corro hacia él buscando una pista.

El puente es netamente vehicular por lo que no tiene barandas de contención, sino una fila de barreras de hormigón que evitan que los autos caigan al río pero a mi me dan a media pantorrilla, así que para no caerme como una idiota me apoyo del poste de luz que alumbra la para nada segura pasarela intentando encontrar un camino que me ayude a volver a casa.

-No lo hagas. -Dice una voz detrás de mí y me giro entre divertida y molesta.

-¿De que rayos estas hablando? -Pregunto encarando a la persona que baja del auto y se para a mi lado, me encuentro con el muchacho de cabello rizado y piel pálida de la panadería, y a decir verdad él también se ve un poco sorprendido de verme.

-Ibas a saltar. - Afirma mientras abre una sombrilla y se aproxima a mí.

-No soy estúpida claro que no iba a... -Estira su mano mientras hablo y en un intento de esquivarlo me muevo hacia atrás tropezando mi pie izquierdo contra el hormigón y perdiendo el equilibrio. Antes de que pueda evitarlo estoy cayendo del puente, aproximadamente diecisiete metros a un río crecido, agresivo por la lluvia y malditamente helado. No sé dónde es arriba o donde es abajo, todo es demasiado oscuro y poco a poco voy perdiendo el aire, muevo mis brazos y piernas desesperadamente para poder salir, pero cada brazada, pataleo o giro hacen que me pierda más, sucumbiendo al pánico y a la asfixia.

Siento que ese será mi fin, ahogada, mojada, sola y perdida en un país extraño donde nadie jamás me va a recordar. Patético.

Caída Libre. [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora