2 (1/2) ¿Nunca habías visto un fantasma?

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El interior es mucho más grande de lo que pude ver antes de entrar. Junto a las ventanas hay un par de estantes rellenos de rollos de canela, pasteles de zanahoria y galletas de jengibre espolvoreadas con azúcar. Hay muchos más pasteles de los que puedo contar y al acostumbrarme al ambiente mi nariz es vagamente consciente de alguna clase de galletas en el horno, ¡Dios! Mi estómago ruge furioso y tengo que respirar profundo para poder mantenerme serena.

Detrás de los estantes hay una pequeña puerta que conduce a donde están ubicadas las mesas, es luminoso y está cubierto con alguna clase de toldo para que las mesas permanezcan secas en caso de lluvia. Junto a la puerta está la zona de la cocina, toda industrial con mesones de aluminio, refractarias, el enorme horno encendido y los gabinetes dónde supongo que están los ingredientes, seguido de un pasillo que seguramente guía a la bodega. Finalmente, está la caja registradora que esconde a una pequeña anciana detrás; viste una redecilla en el cabello que hace que las orejas salgan puntiagudas por encima, unos diminutos lentes redondos y un delantal color vino, es como un pequeño duendecillo. Permanece tan inmóvil que pienso que es parte del inventario. Pero al oír la campanita que suena anunciando visitas se pone de puntitas sobre la caja para ver de quién se trata.

—Oh, buenos días. —Saluda enérgica y salta en nuestra dirección. Es algo regordeta con las mejillas coloradas, labios finos y canas que parece portar orgullosa. —¿Qué les puedo ofrecer? -Pregunta amablemente limpiándose las manos con su delantal.

—Uhm, bueno. —Empieza a hablar mi padre. -Somos algo nuevos por aquí y queremos empezar conociendo un poco de todo, ya sabe. —Rie tímidamente y frota sus palmas sudadas con su pantalón de paño color marrón. Está emocionado.

Yo, en cambio, estoy petrificada, no he podido dejar de ver las baldosas de granito marrón mientras aprieto las manos detrás de mi espalda tan fuerte que podría quebrarme algún dedo, incapaz de levantar la vista hacia los estantes repletos de comida. Los siento cada vez más cerca de mi, acechándome, provocándome. Intento no respirar muy profundo para no inhalar el aroma que sale del horno. Me siento mareada, débil, impotente y enojada. No quiero estar aquí, maldita sea, no soporto estar en este lugar, pero tengo que actuar natural aunque esté al borde de un ataque de pánico.

Que ridícula me debo estar viendo.

—¡Oh! ¿Turistas? —Pregunta la anciana, completamente emocionada. Hasta ella sabe que a este pueblo fantasma no vendría nadie aunque fuera por equivocación.

—Peor. Recién llegados, somos nuevos en el vecindario. —Me encuentro a mi misma escupiendo entre los dientes.

Mi padre me mira por encima del hombro y sé que le molestó mi comentario. Yo fui quien decidió venir aquí en primer lugar.

—De ninguna manera. —Dice la señora, tomando mi comentario venenoso con ligereza, ¿No saben interpretar el sarcasmo aquí? —Nos encanta tener nuevos vecinos. —Sonríe y estira la mano. —Soy Donna. —Mi padre es el primero en estrecharla, y me da un pequeño empujón con el codo para que lo haga también, así que me fuerzo a dejar de apretarme las manos en medio de mi ataque de pánico, para hacerlo también.

—Un gusto, somos Arthur y Erin. Venimos desde California. —Dice mi nombre despacio y la anciana vuelve su vista un poco más detalladamente hacia mi, me escanea con la mirada y me siento brevemente desnuda.
Si, Dios santo, me veo como uno de personajes de Tim Burton en sus películas animadas, ya lo sé. Pero no tiene porque verme de esa manera.

Miro rápidamente al suelo y espero el comentario que supongo viene a continuación, pero en lugar de eso dice:

—El Placer es todo mío, bienvenidos sean, espero que el viaje desde la calurosa California haya valido la pena. —Dice con amabilidad y nos guía por la puerta junto a los estantes hacia las mesas ubicadas en la parte de atrás.

Eso espero.

Cuando nos sentamos mi padre ordena dos rollos de canela con café y pastel de pescado para él. Me ha preguntado si quiero algo más pero me rehúso.

—Por favor Erin, no has comido en más de veinte horas. Este no era el trato. —Me señala con el dedo mientras pone el menú que nos han dado sobre la mesa de vidrio. Sé que está demasiado molesto.

—¿Ahora llevas la cuenta? —Pregunto sarcástica. —Yo sé perfectamente cuál era el maldito trato, Arthur, pero esta mierda está por encima de mi, entiende que no puedo soportar todo esto.

Después de eso permanecemos en silencio varios segundos. Joder, es que soy experta en irlo jodiendo todo por ahí. No llevamos ni un día en este lugar y ya estoy arruinando todo.

—Lo siento. —Decimos al tiempo en un susurro que solamente el otro puede oír.

¿Qué? ¿Por qué está disculpándose él? Lo miro confundida.

—Perdón si te estoy forzando a comer en este momento Erin. —Responde antes de que siquiera pueda formular la pregunta. —Es solo que. —Comienza a hablar y su voz tiembla. Oh, no. —¡Dios, hija! ¡Duele tanto verte así, tan débil, tan agotada de la vida que ni siquiera has tenido el placer de vivir! —Un par de lágrimas salen por la esquina de sus ojos marrones pero las espanta rápidamente con el dorso de su mano, intentando hacerlo todo más fácil. —No sé qué más hacer, lo siento. —Se disculpa de nuevo recuperando la compostura. —Podemos irnos a casa y comer allá, si eso te hace sentir más tranquila. —Se pone de pie, pero lo detengo.

—Tengo que hacer esto. —Le digo tomando su mano. —Puedo hacer esto. —Digo en voz alta mientras lo hago sentarse de nuevo, me mira con sus ojos llenos de preguntas que entiendo a la perfección, y asiento. Tengo que hacer esto.

Justo cuando vuelve a sentarse frente a mí, un chico bastante torpe y ruidoso entra en el pequeño salón cargando nuestra comida en una bandeja tropezando con el aire, haciendo que me gire para verlo.

Es alto y delgado como una espiga de trigo, su piel es tan blanca que dudo que alguna vez haya ido a la playa o que haya tomado el sol y pienso que si por error lo alcanza la luz empezará a brillar como los Cullen en crepúsculo. Su cabello es rizado y castaño, bastante largo y despeinado para pasar desapercibido, sobretodo por el ridículo sombrero de panadero que tiene puesto. Luce como cualquier adolescente pasando por alguna etapa crucial.

Viste un par de vaqueros grises bastante holgados y un horrendo suéter verde de lana, que está cubierto en gran parte por el delantal de su uniforme, gracias a Dios.

Pone nuestra comida sobre la mesa y cuando termina se queda de pie frente a nosotros por unos milisegundos, lo pillo observándome discretamente.

—¿Nunca habías visto a un fantasma, o estás esperando una propina? —Lo ataco, haciendo que se gire para verme con los ojos abiertos como platos. Sé que el pobre no tiene nada que ver, pero es bastante difícil estar haciendo esto, (comer) y el hecho de que dos personas me han visto ya con esa cara de lastima lo hace todo mil veces peor. Mi padre me golpea la pantorrilla por debajo de la mesa.

—Lo siento, no era mi intención incomodar. —Susurra sin quitarme los ojos de encima. Aunque se está disculpando hay algo en su expresión que me hace sentir extraña, es como si estuviera analizándome. Me revuelvo en mi silla incómoda de repente.

Sigue observándome por lo que creo son minutos, y aunque me siento desnuda por un momento me las arreglo para no tener un ataque de pánico, otra vez.

—Pues si lo estás haciendo. —Escupo nuevamente y levanto el menú que descansa sobre la mesa mientras me cruzo de piernas entregándoselo. —Es todo por ahora, gracias. —Toma el trozo de papel que he puesto en frente de él y se da vuelta sobre sus talones caminando fuera del salón.

—Eres imposible, justo como tú madre —Niega con la cabeza, mientras levanta su café negro de la mesa para darle un sorbo. No sé si eso sea bueno o malo.

Caída Libre. [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora