4. «Tú no digas nada»

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Cuando abro los ojos, la luz me obliga a cerrarlos al instante con un ligero quejido. Hago el amago de levantarme, pero me detengo al percatarme de que las manos de Aitor están en mi cadera. ¿Hemos dormido abrazados? No puedo contener una ligera sonrisita antes de acomodarme de nuevo entre sus brazos.

—Buenos días, rubia —pronuncia una sexi voz ronca a mi espalda haciéndome dar un respingo. Trago grueso y vuelvo a hacer el amago de levantarme, a pesar de que estoy muy cómoda entre sus brazos; no pienso darle el gusto de saber eso. Pero todo queda en él intento cuando él tira de mí, pegándome aún más a su anatomía. No me quejo, si por mi fuera la verdad es que podría estar así todo el día, pero tengo obligaciones que cumplir.

—¿Qué hora es?

—Las once menos cuarto—responde tranquilo tras mirar el reloj de su muñeca. Por un momento siento como si toda la sangre se drenase de mi cuerpo.

—Joder, joder —maldigo zafándome de su agarre y saliendo a trompicones de la cama; mi pie se enreda en las sábanas y estoy a punto de caerme de bruces al suelo.

—Vamos, vuelve a la cama —gruñe. Se pone boca abajo con pereza y palmea el colchón a su lado. La idea es tentadora, pero no puedo.

—Llego tarde, ¿es que tú no tienes que trabajar? —replico con desesperación mientras me masajeo las sienes para espabilarme y rodeo la cama para ir al baño. Él ríe.

—No pasa nada si llego tarde, soy el favorito de la jefa —contesta levantándose, el orgullo predominando en su tono. Se sienta en el borde de la cama y me observa divertido cuando entro al baño a por mi ropa. El dichoso vestido aún está empapado.

Me estoy frustrando demasiado, antes no importaba si llegaba tarde porque yo era la favorita de mamá, o eso parecía; ahora tengo que estar cerca porque, aunque no haga sesiones de fotos, tengo un sueldo fijo y estoy en horario de trabajo con el único propósito de atender a mi madre con urgencia si necesita algo.

Salgo del baño sin el vestido y con una mano en la frente. Aitor se ha puesto una camiseta y está buscando algo en el armario. Se vuelve hacia mí y alza ligeramente la ceja

—Mi ropa te sienta bien —comenta divertido. Bufo, cruzándome de brazos.

—Mi vestido está empapado —me quejo arrugando la nariz y poniendo morritos.

—Ya me lo imaginaba. Si quieres te puedo dejar alguna sudadera.

Abro la boca para negar, pero es la mejor opción. No puedo volver a casa con el vestido empapado.

—¿Tienes alguna rosa?

Aitor me mira con el ceño fruncido y niega.

* * *

Se ha ofrecido a traerme a casa y no he intentado negarme siquiera; cuanto menos ande con estas pintas por la calle, mejor. Aún llevo los pantalones de chándal que me dejó anoche, me ha dado una sudadera roja porque, según él, es lo más parecido que tiene al rosa, y llevo mis tacones porque me he negado a usar unas de sus enormes zapatillas.

Aparca justo frente a la puerta. Toca despedirse. Sé que está no será la última vez que nos veamos por varias razones, la primera es que me he dejado un vestido carísimo en el baño de su casa, y la segunda es que llevo su ropa puesta. Pero no hemos intercambiado los números de teléfono y no sé cómo pedirle el suyo.

Suspiro resignada y estiro la mano hacia la manija de la puerta.

—Rubia —una sonrisa inmediata se traza en mis labios, pero la disimulo antes de volverme hacia él—, esta noche he quedado para tomar algo con unos amigos, ¿te apetece venir?

Ríndeme Pleitesía [✔️] [Gallagher #3] [Libros 1 y 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora