AITOR
No sé cuánto tiempo llevo mirándola, pero es que me es imposible centrar mi atención en otra cosa si ella está cerca.
Se mueve quejándose y estira la mano como si estuviera ella sola en la cama, pero cuando las yemas de sus dedos rozan mi abdomen, sonríe.
—Buenos días —musita con los ojos cerrados y las comisuras ligeramente curvadas hacia arriba. Está cómoda, es raro no verla tensa, parece que siempre está comiéndose la cabeza con cosas en lugar de disfrutar; aunque anoche se soltó, y vaya si disfrutó.
—Buenos días —respondo en un susurro para no acabar con este ambiente de tranquilidad.
La verdad es que es una alegría despertar con ella al lado, quizá es algo que me pone demasiado «alegre». Pero he de admitir que prefiero levantarme «contento», a levantarme como ayer.
—Rubia, ¿hoy trabajas? —le pregunto dudoso mientras le aparto un claro mechón del rostro. Si se levanta de un salto y empieza a correr de acá para allá como ayer, me voy a arrepentir; pero si tiene que trabajar no quiero que llegue tarde.
Ella gruñe y niega, sus dedos tantean por mi abdomen.
—Mi madre pasa de mí, así que hoy no voy a ir. Ya tiene a Melinda —farfulla. Es evidente que eso le disgusta, pero aun así no digo nada por tratar de consolarla, sería estúpido.
—Yo no trabajo hasta las seis —comento, mis nudillos rozan su pómulo cuando voy a apartarle el mechón tras la oreja. Su piel es tersa y sumamente suave—, podríamos hacer algo.
Ella remolonea, pero emite un sonido de afirmación ante mi propuesta.
—Pues venga, arriba —tiro de la manta y la destapo hasta las rodillas; me doy cuenta de que he cometido un error al ver el encaje rosa. Se le ha subido la sudadera y no puedo evitar quedarme embobado mirando su trasero, menos mal que aún tiene los ojos cerrados y no es consciente de mi descaro.
Ella es hermosa, lo sabe y se aprovecha. Aún no me puedo creer la fuerza de voluntad que tuve anoche, no sé cómo fui capaz de mantenerme firme ante sus provocaciones. Cuando se recogió el pelo antes de agacharse...
—¿Qué hora es? —suena fastidiada, tanto como yo ayer.
—Las ocho y media —respondo tras volverme y mirar la hora en el despertador. La rubia bufa, sacándome una sonrisa.
—Es muy temprano. Media hora más —pide, sus dedos descienden por mi abdomen hasta llegar al elástico del pantalón. Debería hacer lo mismo que ella y negarme, pero me da pena, después de la fiesta de anoche, se merece descansar.
—Está bien, tienes media hora. Yo voy a estar en el gimnasio, ¿vale? —tomo la manta y la tapo de nuevo; sin querer me la estaba comiendo con los ojos.
—¿También tienes gimnasio? —pregunta fastidiada, mi carcajada es incontenible. Cuando empecé el instituto pasaba más tiempo en el gimnasio que en mi casa, quería tener posibilidades con las chicas, y no solo obtuve posibilidades con las mujeres, sino que también me dio la posibilidad de modelar y llegar hasta donde estoy. Cuando decidí comprar una casa, la condición más importante era que debía tener espacio para un gimnasio. Cuando adquirí esta casa no tenía nada, y eso me encantó porque era un lienzo en blanco para que yo pudiera hacer algo a mi gusto; y no puedo estar más contento con los resultados.
—En media hora te espero en la cocina para desayunar.
Ella asiente y, cuando salgo de la cama, aprovecha para estirarse con los brazos abiertos y ocupar el colchón entero.
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Ríndeme Pleitesía [✔️] [Gallagher #3] [Libros 1 y 2]
RomanceElisabeth es arrogante y orgullosa, tiene el mundo bajo sus tacones; hasta que llega él para romper todos sus esquemas. Cometió el error de enamorarse de la persona equivocada e hizo demasiado daño, pero ha pasado mucho tiempo, ya no quiere ser la m...