Siete

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Pasaron años desde aquella promesa y ya con cinco años ocupando el cuerpo de un gato, tenía diez en años humanos. Mi cuerpo ya era el de un gato adulto. Mi pelaje café, con rayas negras y un toque de blanco era definitivo. No tenía esos graciosos pelos revoltosos de gato pequeño que me molestaban cada vez que veía mi reflejo en el agua. Era un gato adulto con alma de niño.

Aquel día era el cumpleaños de Jimin. Él cumplía ocho años y la abuela había hecho un festín. Había pastel, una tarta de manzana y pan con queso caliente por montones a pesar de que solo eran tres personas en esa humilde casona y un gato.

Miro el sol por la ventana de la habitación de mi pequeño amigo. Yo con diez años quería salir a jugar con el montón de niños que corría con varillas correteando una cabra desde más lejos, sin embargo, con cinco o seis años gatunos no tenía nada mejor que hacer que mirarlos jugar.

- ¿Los oyes, Ren? – me preguntó Jimin preparándose para bajar. La abuela le había tejido un suéter color mostaza que lastimosamente no podía apreciar. Se lo había hecho especialmente para el día de su cumpleaños – Parecen estársela pasando muy bien.

Le miré un momento sacarse los pantalones y giré mi mirada velozmente hacia la ventana otra vez.

- Meow...

- Te gustaría ir con ellos, ¿no es así? – me preguntó – A mí también.

El tono triste en que dijo aquello hizo que me doliera el pecho. Ya me había dicho cosas así antes, pero nunca terminé por acostumbrarme.

- Estoy listo – se dijo a sí mismo con su vocecilla infantil – Vamos abajo, mamá hizo mucha comida deliciosa.

Sí...

Pegué un salto al piso y le seguí hasta la puerta. Para ser un niño ciego el tener la habitación en un segundo piso era un peligro, pero se sabía cada escalón, dónde estaba exactamente ubicada la baranda y recordaba los distintos chillidos de los peldaños hasta llegar abajo. No eran una familia muy adinerada por lo que hacer un cuarto abajo era difícil. Por suerte Jimin lo llevaba muy bien.

- ¡Que bien huele! – dijo una vez en el salón. Su mano se posó en el esquinero del viejo librero de la abuela y sonrió con ganas.

- Te ves muy guapo, hijo – le halagó su madre encendiendo la radio. A Jimin le encantaba escuchar música – Feliz cumpleaños, hoy puedes comer hasta reventar.

La mujer le dio un abrazo y lo encaminó hasta su silla. Era exactamente el mismo lugar que llevaba usando desde que tenía tres años.

Jimin no dejaba de sonreír. Podía ver sus dientes perfectos lucir como un espectáculo frente a mis ojos.

- Oh – tanteó los platillos en la mesa y ensució su dedo con crema de pastel – Creo que esto era mi pastel.

La señora Park lanzó una carcajada – Lo es, pero es tuyo así que si quieres pasarle el dedo está bien.

En el momento que Jimin chupó su dedo automáticamente los ojos le brillaron como dos estrellas – Está delicioso.

- ¡Mamá! – gritó su madre – ¡Ven ya, vamos a comer!

Di un salto hasta el sillón de mimbre y miré a la anciana llegar de la parte trasera de la casa limpiando sus manos. La había visto antes ir a darle comida a las gallinas. Esta vez traía unos huevos en su cesta, así que supuse que pasó toda la mañana allí.

- ¡Pero que guapo está mi nietecillo! – dijo apenas entró a la casa. Luego dejó la cesta en una mesa y fue donde el niño a darle un beso en la frente – Feliz cumpleaños, mi pequeño.

7 VIDAS | YOONMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora