Treinta y tres

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Seguía aquí, pero para él me había ido cuando más me necesitaba. Un sacrificio absurdo que terminó devorando el tiempo donde ya estaba prohibido dar un paso atrás.

Habían pasado dos semanas desde la pérdida de la señora Park y como era de esperarse, Jimin nuevamente no tenía razón para levantarse.

La luz se colaba por los agujeros de la manta deshilachada que había puesto tapando la luz de la ventana, como si en código morse alguien estuviera mandándole un mensaje para que saliera fuera y siguiera su vida, pero Jimin no quería recibir ese mensaje ni tampoco podía verlo.

El silencio reinaba la habitación. Desde que la madre de Jimin no estaba en casa el ambiente no se impregnaba con olor a pan casero, té de canela, tostadas o mermelada fresca. Ahora tan solo estaba el té de infusiones de la abuela, pero era tan lejano que ni se sentía.

Giré la cabeza esperando se que levantase, pero no lo hizo. Estaba llorando como todas las mañanas.

Una lágrima silenciosa resbaló por mi rostro y se fundió con el aroma que su almohada desprendía. Olía a él, pero no podía abrazarlo para acercarme más a esa esencia.

Hoseok me miró con las orejas caídas. Tus ojos tristes no hacían otra cosa que ponerme más triste de lo que estaba.

El aire se volvió denso con el pasar de los minutos. Era un aire caliente, húmedo y sofocante que hacía pesar mi cuerpo. Me sentía apresado en el mundo oscuro que amenazaba y lograba adentrarse en mi vida.

Miré a Jimin otra vez. Volvió a romper en llanto curvado sobre sí mismo con el afán de ocultar su rostro. Todos mis sentimientos brotaron a la vez y me pisaron como una cucaracha, me asfixiaron y me torturaron exigiendo que acabase con todo esto, pero no podía hacer nada.

Di un salto de la cama a la ropa sucia tirada por el piso para sumergirme en el profundo amargor de la impotencia. Inconscientemente me golpeé a mí mismo presionado por la angustia, el dolor. ¿Por qué la vida seguía arrebatándome cosas?

Los días seguían, corrían y pasaban sin mirar atrás. La vida seguía, todo fluía y fluía rápido como las corrientes del río más feroz que existe. Pero ahora todo pasaba y sucedía para torturarme hasta matarme, sin opción de marcha atrás.

Mi plan acerca de encontrar a la bruja para volver a ser Min Yoongi se había retrasado. Casi ni podía alejarme de Jimin porque me quería a su lado todo el tiempo y la abuela no tenía energías ni siquiera para darle de comer a las gallinas.

La abuela Kim vino en varias ocasiones para ayudar en la granja, así como los amigos de Jimin lo visitaban para subirle los ánimos, sin embargo, nada hacía que Jimin saliera de debajo de esa nube negra que lo sumergía en un mar de tristeza.

Con el paso del tiempo, la alegría de Jimin solo fue desapareciendo más y más, marchitándose como el brillo que solía instaurarse en sus ojos y me embellecían el día, la vida y el alma.

- ¿Quieres que salgamos al arrollo hoy? - le preguntó Jungkook una vez - Los demás chicos vendrán y nos divertiremos mucho. Solo faltas tú.

- No gracias, no tengo ánimos - respondió sin expresión. La abuela le había sacado la manta de la ventana y de ese modo se podía colar la brisa nueva junto al canturreo de los pajarillos por la habitación - Quizá otro día.

Pero ese día nunca llegaba. Pasaban y pasaban los días y Jimin no lograba salir de su casa.

- ¡Jimin, baja a comer! - le llamó la abuela - ¡Hice tu comida favorita solo para ti!

Su voz tierna dio un vuelco en mi corazón. La abuela era lo único que nos quedaba e intentaba con todas sus fuerzas no desmoronarse para lograr sacar a Jimin de su manta de depresión.

7 VIDAS | YOONMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora