Cuarenta y cuatro

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Los días pasaron y el tiempo se agotó. Aquel era mi ultimo día en el pueblo y nos la habíamos pasado todo el día como un par de melosos enamorados.

Nuestra mañana comenzó temprano. Jimin se despertó antes de que el gallo diera inicio al día y bajó a la cocina a preparar algo de fruta. Desayunamos entre los prados, flores y conejos que se nos acercaron en busca de un bocadillo. Jugueteamos en el río que se encontraba cercano a casa, luego la abuela nos enseñó a preparar mermeladas y nos pasamos horas contando historias.

Jimin estaba especialmente risueño aquel día. Incluso podría decir que estaba más guapo que nunca. Se había acomodado el cabello hacia atrás como a mí me gustaba y no dejaba de mirarme con aquellos ojos que me robaban el aliento.

Él sabía lo mucho que me gustaban algunas cosas muy suyas en particular y las enseñaba para hacer que mi corazón diera vuelcos en mi pecho como un saltamontes. Amaba ese gesto infantil que nacía de él cuando ladeaba la cabeza, o cuando sonreía tan enorme que ocultaba sus ojos en dos finas líneas que me hacía preguntar cómo era posible que se viera más hermoso con cada segundo que pasaba. Lo mismo ocurría cuando abultaba los labios en un travieso puchero para luego acabar en una risotada que me contagiaba de inmediato.

Ninguno de los tres, incluyendo a la abuela, mencionó algo acerca de la guerra en lo que llevaba de día. Parecía que el tema no existía, o al menos hasta que el sol volvió a esconderse y lo hizo rápido, tanto como si quisiese que llegase de prisa el siguiente día.

Observaba a Jimin al otro lado de la mesa preparar unos sándwiches. Untaba la mermelada en el pan con mucha alegría, incluso sonreía con coquetería cuando se manchaba los dedos y entonces chupaba el resto de mermelada de su pulgar.

Le habría dicho que volviera a la cama. El sol aun no salía por completo, pero también me apetecía verle. Después de todo eran mis ultimas horas allí.

- ¿Crees que preparen sándwiches tan deliciosos como los míos allá donde estés?

- Imposible.

Jimin sonrió enseñando los dientes – Lo sé. Estos son magníficos.

- Tendrás que prepararme muchos en compensación cuando regrese.

- Por supuesto que sí – guiñó un ojo – Quizá conozcas el mar, ¿no estás emocionado?

Un silencio incómodo se formó de pronto ante su pregunta, el cual fue interrumpido por el suave ronroneo de Tom dormido en mi regazo.

Le miré un momento leyendo sus ojos. Su mirada estaba llena de tristeza, pero lo disimulaba muy bien con una sonrisa y yo sabía cual era la razón. Le había escuchado los días anteriores cuando volvía del establo.

''¿Qué es lo último que quieres que él vea antes de marcharse? ¿eh? Un Jimin sufriendo su partida o uno risueño que cuando esté lejos, muy lejos de aquí, le recuerde casa con una sonrisa. Piénsalo Jimin'' – le había dicho la abuela.

- Claro que sí, ¿te imaginas? Si es tan genial como nos comentaron de pequeños entonces cuando regrese debemos ir sí o sí.

- ¿Me llevarías allí?

- Yo te llevaría hasta a la luna si pudiera.

Él bajó la mirada mientras envolvía los emparedados en una servilleta. Vi con disimulo que mordió su labio antes de decir:

- Pero no me puedes llevar contigo ahora.

No supe qué decir. Ambos sabíamos que era imposible y doloroso.

- Jimin...

- Pero es lo mejor para todos – carcajeó acercándose hasta mí con los sándwiches en la mano – ¿Quién cuidaría a la abuela y a Tom sino? Y no te preocupes, escribiré muchas cartas para ti.

7 VIDAS | YOONMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora