Quince

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No hubo día en que la señora Park no prendiera una vela, juntara sus manos y orara en silencio agradeciendo por el milagro concedido.

Cuando Jimin mejoró hizo que la acompañara en sus oraciones junto a la abuela. Los tres agradecían a Dios por haberles obsequiado la cura como caída del cielo, aunque la abuelita rezaba por otra razón.

- Gracias Dios por enviarnos a Ren con nosotros, permitir que forme parte de nuestra pequeña familia y salvar a mi nieto. Muchas gracias por ponerlo en nuestra vida.

Cogí un resfriado, sin embargo, a partir de aquella noche en la que casi volví a morir la abuela no ha dejado de mimarme.

- Ven aquí mi pequeño Ren – me decía con algún bocadillo en sus manos – Mira lo que tengo para ti.

La señora Park estaba cegada con Dios y la abuela conmigo. En una ocasión le comentó a Jimin algo acerca de que yo había traído su medicina, pero la señora Park intervino rápidamente para negarlo todo y agradecer a Dios otra vez. Debo admitir que los cortos segundos que Jimin creyó que fui yo me sentí muy bien, pero no buscaba distinción, solo quería que Jimin sanara y volviéramos a jugar juntos.

Un mes después de la recuperación de Jimin ya volvíamos a correr por los prados, hacer pulseras y charlar como todas las noches en donde volvía a ser Yoongi.

Jimin estaba sano nuevamente y mi corazón rebosaba de alegría.

- ¿Y qué hiciste hoy? – me preguntó un día que volví a escalar su ventana – La abuelita me llevó al pueblo.

- Nada interesante ¿ya conocías el pueblo antes? – respondí sabiendo que era la primera vez que iba.

- Nope – negó con la cabeza – Pero se oye como un lugar demasiado ruidoso. Todas las personas hablan demasiado fuerte, se oyen muchos caballos, sonido de cosas moverse, hombres gritar por sus ventas, en fin, todo un caos. Prefiero estar en casa jugando con Ren.

Y no era nada diferente a lo que me comentaba.

- Yo he ido varias veces, pero no me gusta. Me gustan más los prados... Ojalá estar lo más alejado del pueblo posible.

En especial por los perros, excepto por Ben.

- Aunque no oí muchos niños jugar por allí.

Eso es porque muchos murieron con la epidemia.

- Debe ser que muchos están en la escuela.

- A mí me gustaría ir a la escuela – dijo soltando un suspiro.

- A mí no porque dicen que es muy aburrida – comenté moviendo mi cola – Y los maestros son unos regañones.

La verdad era que a mí también me hubiera gustado ir a la escuela con los demás niños, pero si Jimin iba entonces estaríamos más tiempo separados y eso no me gustaba para nada.

- No sabía que los maestros eran así...

- Lo son – asentí a pesar de que no pudiera verme – Y dicen algunos niños que los golpean con una varilla en sus manos.

- ¡Ahora no quisiera ir allí! – se llevó ambas manos a la boca. Estaba muy sorprendido – Que bueno que soy ciego porque mamá me habría mandado allí de no serlo.

Era la primera vez que escuchaba a Jimin decir que estaba feliz de ser no vidente.

- ¡Que bueno que vivo lejos de la escuela para no ir! – dije contagiándome de la risotada que Jimin acababa de soltar.

- ¡Sí! – reía.

La segunda vez que le oí reír de sus ojos dañados fue a los doce. Jimin estaba convirtiéndose en un adolescente muy guapo, pero seguía siendo tan infantil como siempre. Bueno, ambos éramos muy infantiles.

7 VIDAS | YOONMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora