Cuarenta y siete

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¿Su hijo? ¿Cómo que su hijo? ¿Su hijo no estaba muerto?

Esas eran algunas de las muchas preguntas que las personas en el campamento se hacían. Nadie entendía cómo el muchacho que estuvieron a punto de matar se trataba del hijo del mismísimo coronel y... la verdad es que yo me preguntaba lo mismo.

Me encontraba en un cuarto sencillo con un colchón en el piso, un escritorio de madera, un montón de libros sobre la madera y tres latas de comida. Éramos mi padre y yo, solos.

Pensaba que a estas alturas la vida ya había perdido toda capacidad de sorprenderme, pero no.

No sabía qué decir. Ni siquiera podía mirar fijamente a los ojos del hombre que tenía frente a mí en ese momento porque me parecía irreal. Casi como una ilusión.

Su cabello era tan oscuro como el mío, aunque con algo de canas. Era un poco más alto que yo, mucho más fuerte y de tez más morena. Observé de reojo el espejo colgando de un hilillo y volví a mirarle. Nuestras miradas eran idénticas.

- Hijo...

Él quiso acercarse, pero yo di un paso atrás como un gato engrifado. No sé por qué razón lo hice, pero noté en el brillo de su mirada que le había dolido.

- Lo siento – fue todo lo que dije. El hombre frente a mí era muy distinto al retratado en el cuadro de casa. Los años le habían cambiado muchísimo.

- No te haré daño, yo... – suspiró arrastrando una silla para sentarse derrotado – Te mentiría si te dijera que no soy igual a ellos. El estar aquí por demasiado tiempo cambia a las personas.

No me cabía duda. Aquel lugar era un verdadero infierno. Pensaba en aquello mientras cojeaba hasta un taburete para tomar asiento algo lejos de él.

- Mira cómo te dejaron – soltó quitándose la gorra para casi tirarse de los pelos – Cuando me dijeron que un recluta intentó asesinar a su compañero jamás pensé que podría tratarse de mi hijo perdido. Te daba por muerto hace muchos años ¿entiendes? A ti y a tu madre – de pronto el rostro se le iluminó para observarme con ilusión – Tu madre ¿cómo está? ¿está bien? ¿dónde estuvieron todo este tiempo? Dios, cuando regresé y vi la casa vacía quise morir.

- Ella murió – dije sin más – Murió cuando yo tenía cinco años.

El rostro se le apagó de golpe.

- Está muerta...

- Sí – bajé la mirada en cuanto se puso de pie y me dio la espalda – Yo crecí al cuidado de una humilde familia del mismo pueblo, así que no estuve solo.

Papá se giró sin expresión. Tenía los ojos llorosos, pero el rostro sereno como si no tuviera ganas de llorar.

- A días de que cumplieras los cinco años, Yoongi... yo recibí un llamado. Me solicitaban para prestar apoyo en una batalla. En ese entonces pensé que sería cosa de tres o cuatro meses, pero el asunto se complicó y tardé dos años en volver – papá volvió a coger asiento, juntó ambas manos a la altura de sus rodillas y me miró con tristeza – Fui enviado al campo de batalla y el enemigo me tomó prisionero. Allí pasé casi un año hasta que llegaron a tregua y me liberaron. Cuando regresé al pueblo y volví a casa, no había nadie. La casa estaba vacía. Allí me volví loco, bajé al pueblo e hice un escándalo. Nadie sabía dónde se había metido mi esposa y mi hijo, pero habían rumores de que habían muerto. No los creí hasta que con el pasar de los años no supe más de ustedes y volví aquí, me encerré en mi trabajo y subí y subí puestos hasta llegar a ser coronel. El odio que sentía por el mundo al arrebatarme mi familia lo concentré en mi trabajo. Cada que me manchaba las manos de sangre imaginaba que alguien lo había hecho con ustedes también y fui guardando odio, odio y más odio. Tanto odio que pensaba en enviarte como señuelo en nuestra próxima misión. Sería tu castigo por intentar asesinar a un recluta y compañero. Aquella tarea sería muerte segura.

7 VIDAS | YOONMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora