Cuarenta y seis

229 63 34
                                    

Era mediodía, llevaba caminando casi cuatro horas y tenía la boca seca. Caminaba y caminaba. Así me habían dicho que lo hiciera. Crucé dos pueblos enteros, ya casi llegábamos a las montañas.

- ¡Denle algo de agua a ese chico! – gritó alguien de por allí. ¿Quién era? Daba igual, no tenía energías para levantar la cabeza. Por la noche no pude pegar un ojo, fui golpeado en el estómago por soldados de más alto rango que yo y tenía mi pómulo derecho hinchado.

Habían atado una soga demasiado fuerte a mis manos y a mi cuello para luego obligarme a caminar detrás del ultimo caballo. Mis botas estaban sucias de su excremento y tenía gran parte de mi ropa mojada debido a que había comenzado a lloviznar por la madrugada. Estaba cansado, tanto que ni le prestaba atención a los moretones repartidos por mi cuerpo.

- ¡Se lo merece por intentar matar a uno de los suyos! – gritó una voz conocida por mí. Era uno de los que el día anterior intentó arrancarme los órganos a patadas – ¡Escuchen todos! ¡Al próximo que haga una barbaridad como esa le caerá la pena de muerte! ¡Este es solo un aviso!

- ¡Sí sargento segundo! – gritaron todos.

De un momento a otro la lluvia se comenzó a intensificar y entonces comenzó el barro. Ni siquiera miraba el camino, los árboles, árboles y más árboles. Mis ojos estaban clavados en mis pies. Me concentraba en oír el sonido de mis pisadas avanzando, intentando despegarse de aquella tierra mojada para no quedar atrás y ser tironeado como un animal. Mi cuello dolía, pero seguía atado y la cuerda me ahogaba.

Abrí mi boca intentando atrapar las gotitas de lluvia que caían del cielo, pero eso no disminuía mi sed. Pasaron horas hasta que volvió a hacerse de noche y nos detuvimos al fin.

A mí me mandaron a pasar la noche atado a un árbol. Para ese entonces seguía lloviendo, pero agradecía a la naturaleza por hacer crecer un árbol tan frondoso como el que tenía sobre mí para que me protegiera un poco de la lluvia. A mi costado estaban algunos barriles, los cuales utilicé para tapar un poco el viento fuerte que había, y allí cerré los ojos. No podía dormir, así que medité lo mal que estaba el mundo y me preguntaba cómo era posible que me trataran como un animal cuando la verdadera bestia estaba allí adentro recibiendo sus cuidados. Me preguntaba qué estaría haciendo Jimin y también me preguntaba cómo no pudimos notar que su madre había estado pasando por un infierno sin darnos cuenta. Me sentí egoísta. Estuve tanto tiempo centrado en mis problemas que no vi los de las personas que me rodeaban.

¿Qué le diría a Jimin cuando volviese? Aquel secreto se lo ocultaría de por vida y tendría que mentirle acerca de mis días como soldado. Seguramente se avergonzaría de mí si me hubiera visto en las condiciones en las que estaba. Era la escoria del escuadrón. Una vergüenza.

DongSun escapó cuando estaban todos dormidos y me llevó un trozo de pan. Me dijo que fuera fuerte, que había hecho bien en romperle la cabeza a ese idiota y me dio ánimos mientras me tendía un cuenco con agua fresca. No supe cómo agradecerle tal gesto y volví a agradecerle en silencio los dos días siguientes cuando se colaba en medio de la oscuridad.

Todavía no llegaba al campo de batalla y ya se estaba volviendo un infierno para mí.

- Te extraño tanto, Jimin...

Las noches eran difíciles, pero los días eran intolerables. Habían veces que no sentía mis pies y caía de narices al piso, era ahí cuando tenía menos de cinco segundos para ponerme de pie otra vez o la soga me ahorcaría hasta dejarme sin oxígeno.

- ¡Ese chico se va a morir! – gritaba DongSun cada vez que veía que no me movía, pero entonces el dulce rostro de mi chico volvía a aparecer en mi cabeza y me ponía de pie otra vez – ¡Por favor, denle algo de agua!

7 VIDAS | YOONMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora