Once

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Nunca supimos dónde fue la abuela aquella tarde que escuchó mi nombre salir de la boca de su pequeño nietecillo, pero siempre le preguntaba si había hablado conmigo otra vez.

Pasadas dos semanas la abuela seguía atenta a las conversaciones de su nieto en la habitación. Debido a que tenía mucha edad y sus articulaciones no eran las de alguien joven, demoraba mucho tiempo subir las escaleras cuando sentía a Jimin hablar conmigo, así que me daba tiempo suficiente para despedirme y bajar del árbol diciendo que volvería mañana porque mamá me estaba llamando para cenar.

Deje de visitar a Jimin por cuatro días seguidos porque ella comenzó a intrusear por el patio. Por supuesto que no podía enterarse de que su nieto hablaba con un gato porque entonces me asesinarían como un gato endemoniado y yo tenía mucho por lo que vivir para proteger a mi mejor amigo.

Un día domingo Jimin miraba por la ventana observando la nada, pero lo escuchaba todo. Yo estaba junto a él mirando los prados y los árboles mecerse con tanta paz que me entraba el sueño, pero me parecía más grandioso ver al niño con sus mejillas abultadas y esos ojos que me encantaban. Siempre me parecieron hermosos.

- Hoy Yoongi no vendrá de nuevo ¿verdad? – me preguntó con ambos puños recargados en sus mejillas. Uno de sus codos se deslizó del borde de la ventana, pero se reincorporó rápidamente.

Miré las nubes pasearse por el cielo. Yo anhelaba de que volviera porque se me estaba haciendo costumbre sentir esa sensación tan familiar de ser yo otra vez.

- Meow...

- Lo presentí – dijo soltando un suspiro – Espero que esté bien.

Estoy bien porque estoy contigo.

Más tarde cuando el sol seguía firme sobre nuestras cabezas Jimin caminó hacia el sauce bien sujeto en mi cola cargando alguno de sus accesorios de pulseras.

- Hoy hace un día grandioso – dijo feliz dejándose caer – Hoy hay mucho verde porque la hierba huele bien y la brisa se cuela entre los agujeros de mi suéter, así que mi pulsera hoy será verde y celeste como el cielo tan bonito que hay.

Miré al cielo y lo miré a él. Sorprendentemente era tan lindo como él lo había dicho a pesar de no poder verlo con sus propios ojos.

- Casi lo olvido, mira lo que tengo para ti.

Jimin me había puesto un collar hecho por él mismo tan hermoso que me sentí el niño gato más afortunado del mundo.

- Es para ti – me dijo acariciando mis orejas – Un collar amarillo, blanco y rojo porque eres tan cálido como el sol, puro como el nacimiento y te amo tanto que mi corazón se pone feliz cada vez que estás conmigo.

Los tres colores fueron acertados por primera vez en todo lo que lleva haciendo pulseras. Estaba tan feliz que di una voltereta y me lancé sobre él a ronronear como un loco.

También tenía una placa, pero no leía qué ponía. Tampoco es como si él pudiese hacerlo, pero estaba allí y era mi placa.

Rato después Jimin comenzó a tararear una canción y yo me recosté en la hierba contentísimo. La noche anterior había vuelto a soñar con mamá. Ambos estábamos en ese mismo lugar mientras ella acariciaba mis cabellos con tanta dulzura que me dormía y por eso sentía tanta paz que comenzaba a dormirme otra vez.

Ser un gato me hace tener sueño casi todo el día.

De pronto mi oído gatuno escuchó algo. Era el sonido de la rejilla de madera abrirse y levanté la cabeza con pereza.

No era la señora Park o la abuelita, era una mujer con sombrero y un niño más alto que Jimin.

Afiné mi mirada y me puse de pie rápidamente al notarlo: era la mujer de la cesta de huevos que vino hace unos años.

7 VIDAS | YOONMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora