Capitulo 54

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Aleksandra

Lagrimas ruedan por mis mejillas cuando termino la ultima línea en la carta. Mis ojos van hasta la cama, mi adorado ruso duerme plácidamente y el sol aun no aparece. Mi corazón martillea con una fuerza descomunal contra mi pecho, cuando deposito la carta sobre la mesita de noche. Observo a mi amado ruso dormir, guardo en mi memoria su rostro lleno de tranquilidad y con cuidado de no despertarlo beso su frente. Asiendo uso de todo mi auto control me obligo a salir de la habitación.

Mis pies se arrastran por los pasillos admirando cada detalle del lugar que fue mi hogar por meses, al llegar a las escaleras bajo con cuidado y observo todo. Una punzada de tristeza me atraviesa el pecho cuando miro la mesa en el centro de la estancia, con un enorme adorno de rosa rojas.

Desde que me mude con él, se encargo de que no hicieran falta rosas en la casa.

Un nudo se me atora en la garganta cuando me topo con Amelia, quien me mira alarmada al notar la pequeña maleta que llevo en una de mis manos.

—Señorita, ¿A dónde va?—cuestiona mirándome con preocupación.

—Tengo que irme, Amelia—susurro dando un par de pasos hasta estar frente a ella—no puedo quedarme más tiempo.

—Señorita, el señor enloquecerá si usted se va—masculla con voz quebrada al mismo tiempo que sus ojos se llenan de lagrimas—No lo abandone, por favor.

Nuevas lágrimas se agolpan en mis ojos y tengo que parpadear un par de veces, para disipar las lágrimas. Con la voz temblorosa susurro.

—Si no me voy, van a matarlo—hago una pausa y sollozo—yo no puedo permitir que eso pase, lo amo.

Amelia toma mi mano, mientras lágrimas caen de sus marrones ojos y una expresión de pesar se le forma en el rostro.

—No se valla, el señor encontrara una solución al problema. Pero por favor, no lo abandone—hace una pausa y solloza—usted lo es todo para él, si se va estará perdido.

—Promete que cuidarás de él—mi voz suena entrecortada—necesito que lo cuides y lo hagas entender que esto es por él, no quiero que lo maten. Moriría si eso pasara, esto lo hago para mantenerlo con vida.

Amelia solloza con fuerza, antes de extender sus brazos y rodearme con ellos en un cálido abrazo, que se me antoja maternal. Sollozo con fuerza, mas sin embargo le correspondo y ella me susurra con lentitud.

—Le prometo que cuidare, del señor—hace una pausa y se aleja de mi—pero usted también debe cuidarse o él morirá de dolor.

—Lo haré Amelia—limpio mis lagrimas y le doy una pequeña sonrisa—gracias por todo.

Ella solo me da un asentimiento y yo tomo la pequeña maleta, para aproximarme a la puerta. Al salir el viento me golpea de lleno, aun no amanece mas sin embargo el clima es frio, sobrio. Edgar viene a mi encuentro y me mira con el ceño fruncido, al notar la maleta en mis manos.

—Señorita, ¿Todo esta bien?—cuestiona mirándome.

—Necesito que me lleves a casa—musito con lentitud—debo marcharme.

—Señorita, ¿El señor sabe de esto?—la alarma es evidente en su voz.

—No y no deseo que se lo digas—argumento con firmeza—llévame a casa o llamare a un taxi.

Edgar me mira durante unos segundos, como dudando entre seguir mi orden o correr y contarle al ruso lo que estoy asiendo. Sin embargo, finalmente asiente y toma mi maleta, para guiarme a la camioneta. Me giro sobre mis talones para mirar una última vez el enorme castillo colonial, sonrió con melancolía al saber que aquí e vivido un completo cuento de hadas, pero como todo cuento también tiene su final.

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