Capítulo 1. Árabes

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Veo el cuerpo de Marceline subir y bajar con la respiración acompasada, su espalda muestra las marcas mas recientes de lo azotes que le di en el sótano, ella solloza entre sueños, odio cuando no puede dejar de lloriquear ni dormida. Me levanto de la cama y salgo de mi habitación, no sé en que jodido momento accedí que durmiera conmigo, ahora es una lapa que no puedo quitarme de encima.

Que de vez en cuando me la coja y la azote para sacar mis frustraciones no la convierten en mi sharik, la única mujer que he querido tener en mi cama indefinidamente es esa maldita puta que se atrevió a largarse con otro hombre, aún recuerdo como si fuera ayer cuando la ví salir por la puerta principal de Saint Marie del brazo de Domm O'Connor.

De no conocerla perfectamente bien no la habría reconocido, estaba muy delgada, casi parecía un cadáver, su hermoso cabello largo y rubio había desaparecido, cortos mechones irregulares de un cabello opaco y sin vida colgaban de su cabeza, su piel parecía mas pálida y unas enormes ojeras rodeaban sus ojos celeste, ese muerto viviente no era mi Aibtikari, era solamente el desecho de la mujer que alguna vez me hizo perder la razón.

Y aún así en el estado que se encontraba tan desastroso el corazón me brincó en el pecho cuando la vi subirse al automóvil de otro hombre y no en el que yo la estaba esperando, ella eligió a otro, me traicionó por segunda vez, yo que me había pasado dos meses pensándola, viéndola en cada rincón de la casa, añorando tenerla de nuevo en mi cama y hundirme en ella tan profundo que la hiciera gritar de dolor y de placer.

Ella se largó con otro.

Me siento en el banquillo dispuesto a tocar el piano un rato para tratar de relajarme, pero simplemente no encuentro el punto de inspiración para hacerlo, intento con el cello y tampoco, desde hace mas de un año no puedo tocar música y me rehúso a tocar Claro de Luna, no quiero seguir pensando en esa traidora, debe estar revolcándose a gusto con el vejete ese mientras yo aquí la extraño sin cesar.

Te odio Aibtikari.

—¿No puedes dormir?

—No y por lo que veo tú tampoco —la miro de reojo.

—Estaba pensando en nuestra última sesión —se acerca al piano y desliza una mano por las teclas— ¿Por qué no interpretas algo para mí? Hace mucho que no te escucho tocar.

—No tengo ganas Sara —murmuro.

—Siempre dices lo mismo pero nunca lo intentas.

—Ya sabes porqué no puedo —respondo con irritación.

—¿Y si me siento en ese sofá y te escucho tocar? ¿Podrías imaginarme como ella?

Jamás, ella es única.

—No creo que funcione.

—Intentémoslo, quizá te relajas un poco y puedes dormir —exhalo ruidosamente y regreso al banquillo.

Sara se acomoda en el sofá donde Abtikari se sentó a escucharme, la miro un momento, ella no es fea, todo lo contrario, es bastante bonita pero no de mi gusto además que detesto que todo el tiempo me esté psicoanalizando, ese es su trabajo pero me molesta. Mi hermano ha insistido en que ella duerma aquí, mis estados de hipomanía se hacen mas frecuentes por las noches y sólo Sara logra contenerme... y los medicamentos también.

Aprieto la mandíbula, la odio por dejarme a la deriva, la odio por necesitarla, la odio por no poder sacármela de adentro. Sara me hace una señal animándome a tocar, sin pensarlo mis dedos pulsan las teclas, el primer movimiento de la sonata vibra en el aire, cierro los ojos y lo dejo fluir.

Paz y tranquilidad, una pequeña mujer rubia mirándome con adoración, ganas de besarla y abrazarla, de sentarla en mi regazo y continuar tocando toda la vida para ella, de sentirla exhalar sobre mi piel, si hay algo mas estimulante que el sabor de su sangre es el color de su respiración.

TINIEBLASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora