63. Humillante.

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Lo más gracioso o, mejor dicho, lo tragicómico de la cuestión es que terminé en el hospital local donde trabajaba Tiziano. Claramente Tiziano, amigo de mi hermano, le avisó de inmediato. Incluso fue él quien me atendió personalmente.

—¿Recuerdas que pasó? —consultó amable.

Hasta donde yo sabía, él estaba en la parte de pediatría. Eso era humillante.

Llevé mi mano a mi cabeza y había una venda que tomaba mi frente hasta la parte posterior de cabeza donde faltaba algo de cabello. Genial.

—Gael. Sabes quién soy.

—Claro que sé quién eres —respondí de mala gana reincorporándome con cuidado. Tiré mi mano al vaso junto a mi cama. —¿Ya están todos fuera o tengo que esperar un poco más?

—Teníamos que llamar a alguien. Lo lamento —dijo y rodé los ojos. Simplemente genial. —¿Recuerdas qué pasó?

—Me resbalé y me caí.

—Te desmayaste —me corrigió. Lo miré enojado. —Estás débil, no hay nada en tu estómago. Te desmayaste y te caíste.

—Me resbalé por el hielo. Y me caí.

—Tus hermanos fueron a tu casa, no encontraron nada de comida —suspiré profundamente. No importaba lo que dijera, que me hubiera resbalado y me hubiera caído no sería un hecho creíble, mucho menos con esa noticia. Ni siquiera preguntaría cómo habían llegando allí, porque yo tenía la dirección en mi billetera, junto con mi llave. —Ellos están muy preocupados por ti en este momento, y junto con tu médico, pensamos que sería muy prudente una consulta psicológica.

—¿Cuánto tiempo más tengo que estar en observación? —quise saber volviendo a recostarme.

—Por lo menos hasta mañana —dijo suspirando. —El golpe fue muy fuerte. Tuvimos que poner tres puntos.

—¿Tuvimos?

—Mi colega lo hizo.

—Me lo imaginaba ¿Puedo descansar?

—No. Es mejor que por unas horas no duermas.

—¿Puedo estar en paz? —quise saber. Tiziano me observó alzando sus cejas. —Y también me gustaría que no dejaran ingresaran Nano o León.

—¿Sutilmente me estás echando?

—¿Sonó sutil? —quise saber. Él largó una carcajada.

—Bien, me iré, pero vendrán a chequearte cada media hora. No debes dormir.

Lo observé hasta que se retiró y me acomodé de manera de mirar el exterior. Había parado de nevar. Odiaba ese invierno.

Afortunadamente nadie ingresó al lugar durante esa noche. Nadie excepto las enfermeras y una vez un médico. Me dejaron dormir a eso de las cinco de la mañana y luego me despertaron a las 10 para darme el alta. Afuera me esperaban mis hermanos. Suspiré profundamente y los enfrenté tendiendo mi llave.

—Quiero mis cosas.

—¿Es una maldita broma? —consultó Nano poniéndose de pie. Negué con mi cabeza. —Ni siquiera nos vas a decir qué te pasó.

—Soy un adulto, yo no pedí que los contacten. Incluso podría hacerle una denuncia a Tiziano por esto ¿Saben? —moví mi mano para llamar su atención. —Estoy cansado, quiero irme a casa.

—Iremos contigo —dijo León quien parecía mucho más calmado que Nano. Rodé los ojos. —Dale sus cosas.

Nano obedeció de inmediato y las tomé revisando mi billetera. Mi dinero y documentación estaba allí.

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