7. Puedo hacerlo.

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Desperté por una fuerte punzada en mi cabeza. Abrí los ojos con cuidado e intenté con mucha fuerza enfocar mi mirada, pero todo parecía dar vueltas y vueltas y nunca detenerse. Mi primera resaca.

Me impulsé despacio hasta quedar sentado y miré a mi lado. Alex ya no estaba allí.

Mi celular descansaba en la almohada y tenía un mensaje de León en respuesta al aviso de la noche anterior. "Ok". Miré la hora y apenas pasaban de las diez de la mañana.

Sobre los pies de la cama habían toallas y un cambio de ropa. Sonreí. Una sutil mantera de decir "apestas, báñate".

La noche anterior no había mirado demasiado el departamento así que no tenía mucha idea de dónde estaba el baño. Claro que la única puerta de la habitación, además de la otra por la que había ingresado, me dio una idea de que ese podía ser el lugar.

Tomé un baño rápido y salí al pasillo. Había otra habitación y supuse que podía ser la habitación de invitados, pero no me acerqué a averiguar. Un suave sonido de teclas y dedos rápidos moviéndose sobre ellas me llevaron a lo que parecía ser el living comedor.

Alex levantó sus ojos a mí persona en cuanto ingresé en su campo de visión y me dio un suave buenos días con una sonrisa natural en sus labios.

—Lamento lo de anoche —aseguré sentándome frente a él, subiendo mis piernas y escondiendo mi cara entre mis rodillas. —No me gusta ser una carga para nadie y anoche me comporté como un mocoso borracho de 18 años.

—Pero eres un mocoso borracho de 18 años —dijo risueño. —No fuiste una carga Gael, yo te obligué a dejar el lugar. Estaba enojado contigo porque había esquivado la salida con nosotros y te estabas divirtiendo con tus compañeros.

—Sí... aunque no lo creas recuerdo todo —aseguré mirándolo con timidez. —Algo bueno que rescatar de anoche ¿No? Si hubiera olvidado sería un pésimo borracho. Algo que es de familia. Mi hermano no es bueno recordando.

—¿León?

—No, Nano. El mayor —respondí oliendo el jogging que llevaba puesto. —Gracias por la ropa.

—Te queda ridículamente grande —rió poniéndose de pie para revolver mi cabello y luego moverse a la cocina. —No te gusta el café. Dime qué te puedo ofrecer.

—Un té está bien.

—¿Qué es lo que quieres tú? —insistió con amabilidad.

—Me gusta la chocolatada, pero entiendo que no todos tienen en sus casas, así que un té está bien.

—Para tú alegría, sí tengo —dijo sacando la leche de la heladera y buscando el cacao en la alacena. —Estás particularmente hablador esta mañana ¿Todavía te dura la borrachera?

—Supongo... o puede ser que se ha desbloqueado un nivel de timidez ahora que dormimos juntos —respondí bajito. No porque estuviera hablando más significaba que no estuviera muriendo de vergüenza. —Lamento eso también.

—Deja de disculparte y agradecerme —suspiró volviendo a la mesa con el cacao y unas tostadas. —No me molestó nada de lo que pasó anoche ¿De acuerdo?

Asentí y me abstuve de agradecerle una vez más. Esperé tranquilo que fuera por mí infusión y compartimos un desayuno tranquilo.

Era domingo. Todos los domingos compartíamos unas horas con Nano, Ignacio y la niña. Pero ese día no quería ir con ellos. Me sentía en paz en ese lugar y estaba cansado, no quería irme tan rápido.

—¿Puedo quedarme un rato más? —consulté llevando mi taza al lavado.

—Claro Gael —dijo con amabilidad alcanzándome allí también. —Pero tú harás el almuerzo ¿De acuerdo?

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