24. Mi propia tumba.

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Extrañaba a Gael cada maldito día. Odiaba no poder verlo como antes, en las clases o en los pasillos, o simplemente compartir una comida en el patio o un rato en la biblioteca. Quiero decir, yo sí iba a la facultad de vez en cuando pero no habían sido muchas las veces que nosotros habíamos coincidido. Gael cursaba mucho y estudiaba el resto de su tiempo libre, eso sin contar esas horribles horas de trabajo.
Quería decirle que renunciara, que esas horas estuviera conmigo, pero él había dicho que necesitaba ese dinero, que quería ayudar a su familia a pesar de los desgastante que le resultaba.
Afortunadamente teníamos los viernes, sábados y domingos para nosotros. No es como si estuviéramos uno encima del otro durante esos días; teníamos otras responsabilidades y debíamos cumplirlas, pero por lo menos estábamos en el mismo espacio físico y yo podía, simplemente, mirarlo. Me encantaba dejar mis ojos en él y ponerlo nervioso.
Gael y yo sí discutíamos a veces. No era todo color de rosas, pero nunca fue nada que no pudiéramos solucionar en un par de horas o con un par de mensajes. Yo era un poco-demasiado-celoso y Gael era demasiado relajado, como si realmente no le importaba que yo fuera robado de su lado. Esos eran los tópicos de la mayor parte de nuestras discusiones.
Sólo con Milo, y muy sutilmente, sentía que él sentía celos. Pero con nadie más y era realmente molesto que él no me considerara alguien deseable que algún otro pudiera querer abordar.
Uno de los días que él se quedó conmigo lo pude notar. Gael no gritó, no dio un portazo, ni hizo un escándalo, pero el sólo observarlo simular que “todo iba bien” me hizo dolor el pecho.
Él había terminado de realizar un trabajo extenso y pesado que tenía que entregar el lunes. Afuera llovía por lo que una caminata para despejar la cabeza no era posible, pero a él se le ocurrió ir a mi estudio, ponerlo en orden y animarme a volver a pintar. Lo había estado mencionando bastante durante esas semanas, pero nunca había tenido tiempo como para poder realmente hacer algo al respecto. Me pidió permiso para ir allí y se lo permití orgulloso, me gustaba que hiciera cosas por mí.
Claro que, si yo hubiera sabido la cantidad de cosas que aún guardaba a pesar de que ya no tenían importancia, lo habría pensado un poco más. 
Cuando pude avanzar bastante de mi trabajo y ya rondaban las cuatro de la tarde del sábado me moví a ver qué era lo que había estado haciendo. La habitación estaba cálida a pesar de que las ventanas se encontraban abiertas de par en par, ya no se veía nada de polvo en el suelo y los cuadros habían sido ordenados en la otra esquina del lugar. Gael estaba de espaldas a la entrada, con un pequeño paño en sus manos, repasando algunos marcos.
—Este lugar se ve como nuevo —observé provocándole un respingo. Él apenas miró sobre su hombro y dio una pequeña sonrisa.
—Tienes pinturas muy bonitas —dijo con voz apagada. —Deberías hacer algo con ellas, es un desperdicio que estén aquí juntando polvo.
—Podemos colgar algunas en el departamento si quieres —dije acercándome hasta él para presionar mis manos sobre sus hombros. —Puedes llevarte algunas si quieres también, apuesto que Nano querrá tener un regalo así de mi parte —me carcajeé —, incluso le puedo poner una dedicatoria en la parte de atrás.
—Bueno sería difícil de explicar porque un retrato de una persona que no conoce estaría en su sala, pero él no rechazaría un regalo —continuó simulando diversión. Simulando. Él estaba tenso.
Me arrimé un poco más y observé la pintura en sus manos. Esa y las que estaban juntas a ella también. Milo. Mierda. Había olvidado que tenía esas allí.
—Pensé que habías dicho que no pintabas retratos —dijo poniéndose de pie para mover el cuadro al otro lado de la habitación. Lo apoyó y se giró para darme una tirante sonrisa. —Para no hacerlo, lo haces muy bien. Espectacular en realidad.
—Esos cuadros son viejos —suspiré. Porque lo eran. Eran desde antes de que reencontrara a Milo en la universidad. —Ni siquiera sé porque siguen aquí.
Me acerqué a los que le quedaban por limpiar, eran alrededor de cinco y todos eran de él. Gael se movió a la ventana cuando fui a los limpios y noté que eran unos siete más. No eran grandes, no la mayoría, pero yo me había tomado el trabajo de enmarcarlos y todo.
—Mandé a guardar algunos en casa de mi padre, estos se me deben haber pasado —dije con cuidado. Gael no era generalmente muy hablador, pero estaba particularmente silencioso en ese momento. —Pero los paisajes son buenos ¿No? Debes decirme que son buenos porque sino romperás mi corazón —traté de bromear acercándome a él para sostener sus caderas.
Gael asintió dándome una sonrisa y escondió su rostro en mi pecho antes de cerrar sus manos en mi cuerpo. Me relajé un poco, sólo un poco, cuando él respondió el abrazo. Sostuvo el gesto durante unos cortos segundos antes de hablar.
—Sólo quedaron esos por arreglar, pero yo debo irme ahora —susurró empujándose de mí. Se inclinó y besó castamente mis labios antes de alejarse. —Son pocos ¿Te importaría limpiarlos y ponerlos allí? Seguiré con esto la semana que viene.
—Mañana es domingo —dije como si fuera algo que él no hubiera notado.
—Lo sé, olvidé de decírtelo. Es el cumpleaños de uno de los niños de Eva, ella lleva invitándome mucho tiempo para verlos y la he estado esquivando —dijo saliendo del lugar. Por supuesto lo seguí a mi habitación donde metió apresuradamente sus cosas a su mochila. Era obvio que él había ido por el fin de semana, como siempre, pero estaba huyendo y mintiendo en ese momento. —Nano escribió pidiéndome por favor que vaya. Así que iré.
—Gatito… —suspiré acercándome a él, pero negó con su cabeza antes de bajar su mirada a sus cosas. —Mañana es domingo… ven mañana.
—El cumpleaños es en las afueras, nos quedaremos a dormir allí. Seguramente mañana regresaremos tarde y
—No importa. Cuando vuelvan está bien, tú puedes venir, yo estaré aquí.
—No quiero venir —dijo levantando sus ojos mezquinamente a los míos. —Lo lamento.
Contuve la respiración y apreté mis manos a los costados de mi cuerpo. Quería abrazarlo y jurarle que esas cosas no tenían importancia, pero me había prometido que no presionaría y él, en ese momento, no quería ni siquiera tenerme cerca.
Se movió hacia la sala y le di espacio para que lo hiciera libremente. Juntó el resto de sus pertenencias, puso su campera y se giró para darme una incómoda sonrisa.
—Gael.
—No, no importa —dijo atropellándose con sus palabras. Se giró y desapareció tras la puerta.
Me quedé observando el lugar por varios minutos. Claramente él se había enojado, demonios yo hubiera prendido fuego esos cuadros si la situación fuera al revés. Gael necesitaba calmarse y pensarlo, generalmente él no se mostraba así de… ¿Celoso? No estaba seguro si esa era una buena palabra para definirlo, él parecía no conocer lo que eso significaba, pero quizás era por eso que se había ido, al no saber cómo reaccionar o qué hacer con lo que sentía. O quizás no, quizás sólo se quería ir.
Esa tarde le escribí. Fui paciente, le di varias horas para solucionar lo que fuera que estaba pasando, y simplemente le pregunté cómo iba la fiesta. Gael no respondió. Por supuesto que no lo hizo. Él solía ser bastante caprichoso e infantil cuando quería, me gustaba, pero no cuando la situación era seria como en ese momento ¿Qué pasaba si él no quería volver a verme por aquel pequeño incidente?
Me moví al estudio y terminé de limpiar aquellos retratos. Eran buenas pinturas, bastante realistas y detallistas, a decir verdad. Junté las que pertenecían a Milo y las embalé. Sólo dejé los paisajes que, en realidad, eran minoría al lado de los otros. Yo era un idiota y había cavado mi propia tumba.
A mi favor debía decir que esos retratos estaban hace mucho tiempo allí, yo no los había tocado, el polvo en ellos era evidencia de eso. Maldición, yo ni siquiera recordaba la última vez que había pintado.
Cuando terminé de ordenar pensé en sentarme a pintar un retrato de Gael, realmente quería hacerlo, pero pensé que aquello solo empeoraría las cosas. Él pensaría que yo lo había hecho por obligación y terminaría aún peor. Así que simplemente tomé algunas pinturas, elegí la que era más de mi agrado para colgarla en la sala. Elegí una de una gran nevada, siempre me había gustado la nieve, pero ahora que ella había sido la razón por la que Gael y yo hubiéramos terminado juntos, me gustaba mucho más.
Saqué una foto y se la envié a pesar de que él no había respondido mi último mensaje. Puse: ¿Qué tal esta para la sala? Si no te gusta podemos elegir otra…
No respondió. Él no respondió esa noche ni la mañana siguiente. No sabía si lo había visto porque él había sacado esa opción de “visto” para no tener problemas con sus hermanos, no pensé que algún día eso podría ser perjudicial para mí también.
Sí respondió al medio día. Puso simplemente: Es tu departamento, puedes elegir la que quieras.
Me apresuré a escribirle mientras aún estuviera en línea.
Quiero tú opinión porque es importante para mí, también pasas mucho tiempo aquí, quiero que te sientas cómodo.
Pero él volvió a responder: No te preocupes por eso, no creo que ese sea más un problema.
Tragué saliva. Él estaba realmente cabreado. Me sentía orgulloso porque en realidad quería decir que podía sentir celos de mí, pero no pensé que sería tan determinante.
Lo llamé y, afortunadamente, atendió.
—¿Qué? —me saludó como lo hacía con sus hermanos, como lo hacía cuando realmente no quería contestarla la llamada.
—Gatito —suspiré sintiendo mi pecho pesado. —¿Hablemos, de acuerdo?
—Estoy ocupado justo ahora. Estamos por almorzar.
—Ven más tarde entonces.
—Ya te dije ayer que no quiero.
—Dame la dirección y voy… quiero verte, te extraño —dije completamente rendido. Fuera lo que fuera que ese chico me había hecho no había manera ni razones para negarlo. —Lamento lo de ayer, en serio, yo ni siquiera sabía que esas cosas seguían allí. En serio no me importan. Las embalé y las mandaré a guardar.
El silencio se sostuvo. Gael probablemente esperaría que las tire, las rompa o las queme. Yo hubiera esperado eso, pero no podía hacerlo. Eran mi trabajo, me había llevado muchas horas de trabajo, de esfuerzo, no era por el contenido que quería guardarlas. No esperaba que él lo entendiera, ni siquiera yo lo hacía completamente.
—Gael…
—No quiero verte hoy Alex.
Fue mi turno de permanecer en silencio. No presionar. Había prometido no presionar.
—Bien —dije más cortante de lo que hubiera deseado. —Espero que lo pases bien.
Y corté. Porque sí. Porque yo también puedo ser malcriado e infantil.

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