60. Una habitación libre.

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No tenía a quién llamar. Esa fue la realidad. Todavía mantenía contacto con Catalina en ese entonces, y realmente era mi primera opción, pero su abuela estaba enferma en ese momento y estaba su madre en casa. Eso había alcanzado a entender de lo que me había contado esa semana, así que no la llamé.

Era de noche cuando salí del departamento y respiré profundamente arrastrando mis pies, una mochila y un bolso pesado. No tenía nada más que eso.

Llamé a mi jefe. Richard estaba dormido cuando contestó y tardó en orientarse en tiempo y espacio.

—No sabía a quién más llamar —dije acomodándome en una parada de autobús.

Está bien muchacho, iré por ti. Dame diez minutos.

—Puedo acercarme a tu casa, yo sé que tienes una niña, no es necesario que vengas por mí —me apresuré a decir. Richard lo pensó unos segundos antes de darme su dirección.

Agradecí el gesto y llamé un taxi. Justo cuando estaba subiendo a él vi a León ingresar al edificio, acompañado por Nano. Ambos iban hablando demasiado fuerte para esa hora de la noche. Afortunadamente ellos no me vieron.

Richard me invitó a ingresar a su casa, una pequeña casa cerca de la panadería. Tenía una cocina grande y un comedor pequeño, en la parte de arriba estaban las habitaciones y realmente agradecí que tuviera una de invitados. Él me había puesto sábanas limpias y había dejado toallas para mí.

—Realmente lo lamento...

—Está bien, mañana me contarás qué sucedió ¿Bien? —sonrió amable. Asentí también. El sujeto apenas llevaba unos meses conociéndome, pero yo sabía que era alguien a quién podía acudir, y no me había equivocado. —Descansa por hoy.

—Gracias.

La habitación tenía un baño propio así que pude darme un baño y luego dormir. Era tarde y mañana tendría trabajo temprano. No iría a rendir, de todas maneras no había estudiado lo suficiente, pero de dos cosas que tenía que hacer, una la quería hacer bien. Necesitaría el dinero ahora más que nunca.

Desperté cuando un pinchazo en mi rostro me molestó. Abrí despacio los ojos y me encontré con dos enormes ojos verdes mirándome a escasos centímetros de mi rostro, tenía una especie de lápiz en su mano y se la notaba inquieta.

—¿Quién eres?

—Oh —me reincorporé sentándome con cuidado y carraspeé. La niña se había mantenido atenta a todos mis movimientos. —Gael. Gael Iniestra.

—¿Por qué estás en mi casa?

La observé un poco más. La criatura no era mucho más grande que la niña de Nano, pero hablaba con más claridad y su equilibrio era muy bueno lo que significaba que era bastante mayor en cuanto a edad.

—Richard me dejó quedarme... —dije mirando el pasillo. No había señales del hombre. Cuando lo había llamado no había considerado al resto de su familia. —Tú eres...

—Rose —respondió con seguridad alzando la barbilla. —Richard es mi padre.

—Oh, bien. ¿Tú padre aún duerme?

—Estaba yendo a despertarlo cuando oí unos ronquidos —dijo acusatoriamente. Yo no sabía que roncaba. —No sabía que había visitas.

—Sólo estoy de paso —informé mirando mi teléfono. Tenía incontables llamadas perdidas, infinidad de mensajes, incluso había notificaciones en Facebook. Respiré profundamente y miré la hora, eran las 5.29, un minuto antes de que sonara mi alarma. —Me gustaría cambiarme...

MIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora