Llegué al poblado alrededor de las ocho de la mañana. No había tenido tiempo de avisarle a mis padres o Abril que viajaría, pero no importaba, tenía mi llave de todas maneras, sino había nadie no sería difícil ingresar a mi casa.
Yo había olvidado, convenientemente, mi teléfono en el auto de Ignacio. Lo había dejado allí, entre el asiento y la puerta con la esperanza de que cayera y se terminara perdiendo. No me podía deshacer completamente de él y estaba seguro que no podría resistir contestar mensajes o llamadas, por lo que lo había dejado abandonado en ese lugar.
Tomé un taxi luego de descender en la terminal. Yo llevaba una valija grande, no tenía pensado volver tan pronto a la ciudad. Sí, yo tenía finales que rendir, me habían quedado cinco de ellos, pero en ese momento lo único que quería hacer era olvidarme de todo ese año. En unas semanas más pensaría qué hacer, pero por el momento mi mente estaba anestesiada. Tenía dos planes para ese día: simular que todo estaba bien y llamar a mi trabajo para renunciar. Yo no quería volver por lo menos en dos o tres meses. Necesitaba tiempo.
Toqué la puerta de mi casa para no espantar a nadie. Fue papá quien abrió y se quedó boquiabierto por mi presencia.
—Gael —dijo por fin pestañando con rapidez para reaccionar. Se corrió del camino y me dejó pasar dentro. Hacía frío fuera. —Hijo, qué sorpresa.
—Terminé de rendir antes, renuncié a mi trabajo y no había mucho más que pudiera hacer allí —respondí con mi voz horriblemente apagada. Ya había olvidado que se podía oír así. Claro que mi padre no se dio por enterado de eso, yo siempre había hablado así de todas maneras.
—¿Renunciaste? —consultó apretando su mano en mi hombro a modo de saludo. Él nunca había sido demasiado cariñoso de todos modos.
—Buscaré algo aquí por el verano y luego volveré allí a buscar algo mejor.
—Oh, está bien —me indicó la cocina y se apresuró a buscar cosas para el desayuno.
—¿Mamá?
—Tú madre y tu hermana se fueron temprano. Mamá está entrando un poco más temprano a su trabajo y Abril todavía está en clases.
—Oh... —recibí la chocolatada y las tostadas dándole una mirada de agradecimiento.
—¿Terminaste bien tus clases? —asentí. —¿No tenías que rendir?
—Lo haré después.
—No es que me moleste Gael, pero ¿Por qué no avisaste que venías? —levanté mis ojos a los suyos, pero no respondí. —¿Pasó algo malo?
—No.
—De acuerdo. ¿Saben León y Nano que estás aquí?
—Supongo.
Papá suspiró. No era un secreto que él siempre había tratado de no lidiar conmigo porque le resultaba sumamente complicado. Inmediatamente ser rindió y se lo agradecí.
Alrededor de las diez él se fue, pero para ese entonces había avisado al grupo familiar que yo me encontraba en casa, sano y salvo.
Me dio risa al oír "sano". Yo no me sentía particularmente sano, de hecho me sentía enfermo. Me dolía el pecho y tenía apretado el estómago. Incluso era tanto el malestar que luego de que papá se fue corrí al baño a vomitar. Eso era horrible.
Fui a la habitación que muchos años habíamos compartido con León y observé las camas gemelas allí. Observé la cantidad de cosas que él tenía y observé con más detalle mi parte del lugar. No había nada. Ese no era mi habitación, nunca lo había sido, como nada en toda mi vida.
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MIO
Ficção AdolescenteEs fácil acostumbrarse a no esperar nada, a no querer nada, a dejar que las cosas simplemente pasen. Lo difícil es querer, esperar y luchar por algo... o alguien.