—¿Cómo estás?
¿Cómo estaba? era absurda la maldita pregunta, ¿Cómo podía contestarla?
Miraba por la ventana, la luz de una ciudad ahora extraña para mí, daba un espectáculo luminoso, por encima de los rascacielos y los grandes edificios las grandes luces naturales serpenteaban el cielo con sus luminosos tonos verdes y azules, como gigantes espectros espirituales entre la ciudad, era una visión inquietante que no merecía mi admiración, no podía hacerlo, ni siquiera tenía las fuerzas suficientes para apreciar otra cosa.
Me había sumido en mi propia burbuja todos estos meses, haciendo simplemente lo necesario para seguir, rogándole al cielo por un milagro.
Él resoplo, sabía que estaba demasiado preocupado.
—Ha llegado esto—dijo colocando algo cerca de mí—tómalo como una ofrenda de paz.
Giré para mirar lo que había dejado cerca de mí, ni si quiera podía recordarlo.
—Ir a su funeral no era una buena idea.
—Lo sé—suspiró—pero Marco... ¿tercero? se ha tomado la molestia de enviarte esto y lamenta lo sucedido.
Solté un suspiro.
Tomé el viejo anillo de mi abuelo, lo había perdido hace unos meses, en aquel encuentro.
—No lo recordaba, sabes—le dije con un hilo de voz, rotando la joya entre mis dedos.
Ni si quiera recordaba el momento en el que se me había caído.
—¿Irás? —preguntó él, no comprendía su tono, y no estaba para comprenderlo.
—Todos los días—conteste neutral.
Solo esperaba la hora, las siete con menos veinte para salir de mi propia cárcel y salir a su casa con la esperanza de un día más a que reaccionara.
—¿Te han confirmado los suecos? —pregunte colocándome el anillo y girando la silla para encararlo.
Carlo asintió, su eterno traje ahora era de un tono café oscuro, se veía bastante aseado.
—Saldrás—no fue una pregunta, mi amigo movía las manos nerviosas.
—He...sí.
—Con él—apunté.
—Con él—afirmó y después soltó un suspiró, quizá para relajarse—sabes, puedo...puedo llevarte, al fin y al cabo, iremos al mismo lugar.
Le sonreí sin ganas, sé que trataba de darme ánimos, no quería verme así.
Habíamos hecho todo lo posible para trasladarnos a Montreal, Margo y Vito se habían quedado a cargo de todo en Nápoles, además ascendí a Ana, al parecer era un puesto que ella buscaba, pero nunca se había atrevido a decírmelo hasta que Carlo lo supo, Ana tomó el puesto de Margo.
Carlo y yo nos encargamos ahora del edificio de Montreal, Prometheus M. Era un desastre de organización, por momentos mi mente se ocupaba en planeaciones estratégicas y Carlo hacía, como siempre su trabajo, sabía que los empleados no podían ver esta imagen de mí, un jefe que se mantenía sometido a la tristeza profunda y ellos pagaban mis frustraciones con grandes reprimendas, me volví un huraño receloso, un jefe agrio, quizá, ahora todo mundo diría que me parecía a mi padre.
—Toma tu abrigo y vámonos...Muriel nos ha preparado algo exquisito.
—Así que ya te estas familiarizando.
Carlo soltó una carcajada.
—Tenemos que hacerlo seremos de la misma familia.
Me levanté de mi sillón a regaña dientes, tomé mi abrigo, guantes y mi bufanda, aun no me acostumbraba al frio de Montreal, nunca había experimentado tal cosa, prefería el clima cálido de Nápoles, pero debía resistirme a él.
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MURIENDO POR TI (Libro 2)
RomanceA veces la vida que planeamos no es lo que resulta, por mucho que lo deseemos. Para Audrey, ahora su vida se ha convertido en la de alguien desconocido. Para Leonard, luchar es algo que agota su energía cada vez más. Lo que ambos no saben son las...