CAPÍTULO 42 EL HALO DE LUZ

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Saber que estaba esperando a nuestro hijo era caer rendido a sus pies, habernos dicho todo eso solo quedaba ahora con un recuerdo lastimero, pero vago, verla huir era solamente una confirmación.

—Dale unos minutos—Nathaniel había llegado a mi lado.

Me mantuve en el suelo, estaba atónito, tratando de procesar todo lo que estaba pasando, la felicidad que crecía en mí y un poco de incertidumbre, ella me había devuelto el anillo, no quería saber de mí.

Nathaniel se posiciono a un costado de mí y Carlo del otro, ambos me levantaron por los brazos.

—¿Te encuentras bien? —pregunto mi amigo.

—¿Estar bien? —murmure.

Me vi invadido por una risa nerviosa, después, carcajadas, esto me parecía muy gracioso, todo era una situación muy graciosa ¿Cómo se atrevía a hacerme todo este teatro? ¿Cómo se atrevía a hacerme pasar por todo esto y que al final, soltara una bomba?

—Carlo, creo que se volvió loco...

—Es culpa de tu hermana—gruño mi amigo.

—No te metas con mi hermana—Nathaniel empujó a Carlo.

—Si ella nunca hubiese dudado de Leonard esto jamás hubiese pasado.

—¡Carlo! —grito Nathaniel.

—Es cierto

Sabía que debía interferir, sino abría más de un divorcio.

—Tranquilos—me obligué a decir y mi voz sonaba rara—iré...iré a verla.

Muriel me había dado las indicaciones para ir tras ella, y mientras caminaba hacia allí la naturaleza comenzaba a traerme de vuelta a la realidad, hablar era el punto, tenía que dar la última batalla por mi hijo.

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La furia, los pensamientos más ocultos de mi mente vinieron al presente cuando ella dijo que se había acostado con otro, furia y decepción, me había dejado llevar por todas esas emociones calumniantes, estaba tan aturdido que había soltado una gran y fuerte duda.

Aun me sentía culpable y sabía que ella también lo estaba.

Para ambos el sexo era primordial en nuestra relación, hacer el amor era símbolo de reconciliación, tenerla en mis brazos cuando estaba cargando el regalo más precioso de mi vida.

Habíamos regresado a la finca, al parecer todo mundo había desaparecido y nos habían dejado a solas, Audrey me guio hasta su alcoba, donde nos recostamos en su cama hasta que se quedó dormida, no podía dejar de observarla.

¿Cuánto daño nos habíamos hecho el uno del otro? ¿Cuándo dejaríamos de lado todas las dudas?

Era más que obvio que ella no confiaba del todo en mí, podía entenderlo, era como si aquellos años pagaran racha, tanto desconcierto y duda con sus anteriores relaciones, camuflajearse en relaciones de una noche.

Tomé su mano, pequeña y delgada, suave, tan frágil, éramos tan similares por dentro, tenía reacciones tan explosivas, pero, si tan solo dejara que mis emociones se toparan en su límite y darle rienda suelta, no sería tan indiferente a como ella.

Ahora, todos los conflictos que teníamos podían quedar reducidos por algo mucho más grande, incluso que nosotros, una hermosa pequeña, la emoción estaba presente, ¿podría ser la pequeña niña que tanto me había imaginado?

Audrey se movió quedando boca arriba, dejaba un poco expuesto su vientre, me sabia a la perfección cada rincón de su cuerpo, y en este momento, un pequeño y casi imperceptible bulto comenzaba a asomarse por entre su blusa, coloqué mi mano sobre este y me acomodé junto a ella, por primera vez en mucho tiempo dormí en paz.

MURIENDO POR TI (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora