CAPÍTULO 52 LAS EMBARAZADAS NO DEBEN ENOJARSE

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Lo tomé de la cabeza y lo acuné en mis piernas, cubriendo la herida, luego con mi otra mano toqué su cuello.

—Leonard, contéstame—mi voz estaba temblorosa.

Movió la cabeza y soltó un quejido.

—Ah—se llevó un mano a la frente—eso dolió.

Apreté los dientes.

—No vuelvas a hacerme esto—lo golpee del pecho.

Me miró, mientras elevó sus manos hacia mi rostro.

—Te amo—sonrió algo torpe—no quiero que me dejes.

Se supone que las embarazadas no deben pasar por tantos sustos, ni corajes.

Tuve que bajar a tomarme un té, después de que metí bajo la ducha fría a Leonard, no oculté mis lágrimas, mientras le quitaba la ropa y lo metía en el chorro de agua lloré.

No sabía por qué razón exactamente lloraba, si por furia o por desolación.

Leonard ebrio no volvió a decir palabra, si siquiera cuando la helada agua le cayó en el cuerpo, solo me miraba con la cabeza gacha.

Aquel golpe no había sido más que eso, le cubrí con una bandita.

Lo dejé en la cama y bajé a hacerme un té.

La cocina estaba a oscuras, así que podía hacer lo que quisiera.

Terminé con un té y dos croquetas deliciosas que encontré en la nevera y una naranja que la partí en cubitos.

No me di cuenta de la hora que era cuando regresé a la habitación, Leonard dormía.

¿Cómo podía estar tan tranquilo?

¿Qué le pasaba?

¿Había sido tanto su coraje que se desquitó bebiendo?

Si lo recordaba, no era la primera vez que lo hacía.

No había duda, necesitábamos ayuda.

.

.

.

No dormí con Leonard, dormí en la habitación que sería para nuestro bebé, la cual, mamá y Gianna se habían encargado de comenzar a decorar y estaba quedando... bueno, aun no se veía, las paredes eran blancas y sí, me sentí un poco extraña, como si fuese un manicomio.

Después de que me cercioré de que Leonard se había ido, fui a ver a Jade, pero continuaba durmiendo. Le dije a Lorenza que la viera desayunar tan pronto despertara.

Con un creciente plan en mi mente, me enfundé en un vestido rojo, de hombros descubiertos y mangas en los antebrazos, era lindo, me llegaba un poco bajo la rodilla, ceñido y elegante, un abrigo blanco, muy largo, zapatillas blancas, guantes rojos, pequeños y una linda boina roja.

¿Qué pensara Leonard cuando me vea?

No lo sé, pero lo que si se es que soy una mamá muy sexy.

Decidida bajé las escaleras, donde, Rina paseaba con dos jarrones con rosas blancas.

—Mi señora, ¿saldrá? —en su rostro se veía algo temerosa.

—Si—sonreí anchamente—¿podrías decirle a Gianna y a mi madre que veré a mi esposo?

Rina no entendía, por qué me miró incrédula, pero asintió.

—Espera—la detuve—quiero un ramo de esas—estaba por tomar las rosas cuando Rina se echó hacia atrás.

MURIENDO POR TI (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora