CAPÍTULO 30 LA MORENITA

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Jade me removió de la cama para levantarnos a desayunar.

Solo ha pasado un día después de la fiesta de la abuela y aún tengo resaca, la abuela de Jade se ha levantado de la cama como si hubiese tomado años de mi vida y la habían rejuvenecido.

Tambaleante, como un zombi de piel pálida, me dirigí arrastrando los pies hacia el comedor, incluso sentía mi cuerpo tembloroso. Una palapa rodeada de palmeras al exterior de la casa, nunca pensé que agradable es vivir a orillas del mar, aunque lo horrible era disfrutarlo con esta terrible resaca.

Al parecer no era la única, tras pasar el umbral de la casa principal, fuera, estaban dos tíos de Jade tirados en la arena, uno a lado del otro, con botellas de tequila a sus costados, completamente inconscientes.

Cuando entré al comedor, comenzaron los coros de buenos días y las risillas burlonas, lamentablemente el único lugar vacío era justo al lado de la abuela, así que me dirigí a este.

—Ya quita esa cara, solo te di un poco de mezcal —gruño la abuela en la cabeza del comedor de madera tosca.

—Mamá, la niña no está acostumbrada a esa bebida, ella es de otro lugar —protesto en mi defensa la madre de Jade, Eleonora.

La abuela chasqueó la lengua.

—Ya te quiero ver hoy —volvió a gruñir la abuela, esta vez mordiendo un pedazo de pan, tomando un tarro de barro con café cargado y demasiado caliente—las heridas del corazón solo se ahogan con tres cosas.

Enarqué una ceja.

—¿Cuá... cuáles son? —me daba un poco de miedo preguntar.

La abuela levanto tres dedos, lanzándome una mirada superior y burlona.

—Tequila, mezcal y aguardiente —soltó una fuerte carcajada.

La mesa comenzó a llenarse poco a poco de nuevo, unos llegaban y otros se iban después de comer, pan y café, solo las mujeres al parecer se levantaban temprano.

—Hoy es la despedida de soltera de mi hija —canturreo la tía de Jade, Carmen, palmeando las manos.

—Ya lo sabemos, vieja urraca —chistó la abuela dándole un trago a su taza de barro.

La señora Eleonora dejó una taza de barro frente a mí, el olor a café me revolvió el estómago.

—Tómalo, hija, es pa la cruda, un rico café de olla—me palmeo la espalda— ahorita te traigo tus chilaquiles bien picosos, pa que te animen, verás que se te quita esa cruda.

—Mamá... Ady no está acostumbrada a esto... —protesto Jade.

—Va, aquí se viene a comer de todo—palmeo la abuela la mesa, pegue un salto en asiento.

—Está bien—me aclare la garganta—lo comeré —ahora mire retadoramente a la abuela —y espero por esa botella de mezcal.

La abuela soltó grandes risotadas al igual que el resto de las mujeres.

—Así se habla, los de la Rivera jamás se rajan y tú ya eres parte de nosotros—dijo entusiasmada Eleonora.

Era extraño, nunca había conocido a una familia como esta, no pude evitar pensar en mi familia, que lejos estaba de esta, aquí se sentía bien, se sentía cobijo.

Conversamos el viaje a la zona dorada para asistir al club donde se festejaría la despedida de Esperanza.

Jade tenía razón, no estaba acostumbrada a esa comida, ni mucho menos a los chilaquiles de salsa picosa, y para variar un trago al café sin azúcar.

MURIENDO POR TI (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora