CAPÍTULO 37 EL TÉ

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Ya ha pasado un mes desde que llegue a Provenza, la primera semana me la pase encerrada en mi habitación, o la habitación que tuviesen preparada, nadie estaba enterado de que llegaría, era obvio, di un par de instrucciones y después me encerré.

Toda mi mente estaba hecha un lio, esa semana me bastó para poner las cosas claras... o alguna de ellas.

Lo primero, debía estar bien, enfermarme no estaba en mis planes, no después de esos cuatro meses que me había ausentado, esa semana me hizo recordar los horrores que había padecido con el infeliz de Darién, tenía dudas ¿de verdad había muerto? ¿Qué había sucedido con Doménico? ¿Qué sucedió con Héctor? ¿había muerto? 

Cada pregunta que me hacía me daba una punzada en la cabeza, después de esa semana, decidí llamar a la doctora Anderson por el teléfono de casa.

Ella estaba ocupada en el hospital de Suiza, pero me dijo que no debía alterarme, en un par de semanas estaría en Marsella y programaría una cita para mí, era lo más cercano que podría estar y no había ningún problema para mí.

La siguiente semana de mi llegada a la finca ya estaba saliendo, recorrí la casa, era campestre y rustica, de altas paredes y tejas, piedra, madera y vidrio. La casa era muy bonita, solo había venido en pocas ocasiones a la finca, hace muchos años, cuando mis padres no me llamaban para las vacaciones, era llamada para poder salir a la finca y pasar tiempo aquí.

Dos semanas después de mi llegada Travis y Muriel habían llegado, Muriel había cumplido al pie de la letra lo que le había pedido, Travis sabía que llegaría a Provenza en cualquier momento y para cuando él llegó su asombro de encontrarme aquí no fue mucho.

Travis ha encabezado los negocios en la importadora, no estaba al tanto de los proyectos que había pendientes, como la productora de viñedos. Los viñedos estaban listos, pero la producción de un nuevo vino estaba detenida, por ahora solo se surtía a El Luberon con uvas. Travis me había dicho que esperaría paciente hasta que decidiera tomar el lugar en la presidencia, debía empaparme para saber sobre vinos, viñedos, entre otras cosas.

Las siguientes semanas me dedique a recorrer de nuevo todo, salía por las mañanas a lado de Muriel para caminar por la finca. Grandes extensiones de tierra convertida en campo eran demasiado hermosas, pequeñas colinas que se extendían hasta donde mis ojos la perdían, todo era verdor y color, podía ver el cielo azul y los rayos de sol filtrarse entre los montículos verdosos.

Pase mucho tiempo merodeando entre la pradera y el riachuelo cercano a la casa, con Muriel siempre a mi lado, paseábamos a caballo y remojábamos los pies en el riachuelo que desembocaba en una pequeña cascada. El ruido de la naturaleza me relajaba infinitamente, lo único que extrañaba de las grandes ciudades eran las compras y andar con mis altas zapatillas, aunque, aquí, podía darme el lujo de enterrar los pies descalzos en la mullida hierba, en la tierra húmeda, pisar el musgo de las piedras cercanas al riachuelo, me sentía parte de la naturaleza.

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Hoy es la cita con la doctora Anderson, pero hay otra cosa de la que no he podido dejar de pensar.

Como todas las mañanas Muriel está pegada a mí, ha hecho una pequeña canasta para llevarla al riachuelo y poder tomar un desayuno, esta vez hemos traído a Adara, una pequeña perrita blanca que se crio en la caballeriza, aun no reconozco del todo su raza, me recuerda un poco a Cerbero, pero, Adara tiene manchas cafés como motitas en su nariz, sus grandes y vivaces ojos azules la hacen ver tierna, es cariñosa y audaz, es una perrita criada para proteger y ahuyentar, por eso nos acompaña, hemos hecho un lazo especial, no se ha despegado de mi ni un segundo.

MURIENDO POR TI (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora