Prefacio

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Dedicatoria

Para todas las que luchan con demonios,

cójanselos y gobiernen el infierno.



A todas las personas que viven con la

oscuridad en su interior y aún así

siguen iluminando la vida de los demás

con una sonrisa.


Los ángeles, seres celestiales, puros; representación del bien y que son el ideal de bondad, también pueden manchar sus plumas de sangre cuando se les ordena. Esa noche, yo también manché las mías.

Los altos vitrales de colores de la iglesia estaban sin vida después de la caída del sol. Las bombillas que colgaban de lo alto del techo trataban y trataban de hacerlas ver como la escena idílica que podían mostrar, pero el clima del exterior se negaba a permitirlo. Los árboles se mecían con furia aguantando los envites violentos del viento. Esa tormenta que se formaba en el exterior podía ser la representación perfecta de cómo me estaba sintiendo en ese momento.

El sacerdote, desde el presbiterio, debía elevar más la voz para que las palabras que me habían obligado a memorizar desde pequeña, llegaran a nosotros. Sus palabras apenas tocaban mis oídos, las que sí llegaban fuerte y claras eran las que pronunciaba el hombre que estaba al lado de mi hermana pequeña.

—Eres muy bonita —murmuró el hombre que debía estar en sus cincuenta, con su asquerosa mano tocando descaradamente la pierna de mi hermana mientras creía que nadie lo veía. Mi hermana en ese entonces solo tenía catorce años. ¡Catorce años! Yo estaba a su lado mientras apretaba la mandíbula con tal fuerza que sentía que mis dientes se romperían en cualquier momento. Pero no podía hacer nada. Las facciones de mi hermana se deformaban en una mueca de aprensión e incomodidad mientras apretaba sus manos en su regazo y esa vista me destrozaba, me rompía...

Estábamos en un supuesto evento para recaudar fondos para nuestro orfanato, pero yo sabía que era más que eso.

La rabia me carcomía, tuve que recurrir a todas mis fuerzas para no armar un escándalo en el lugar. Me sentía tan impotente, tan inútil, solo quería saltar sobre él y cortarle las manos, pero él era uno de los principales benefactores y nos habían advertido que no debíamos hacer ningún escándalo. Ya conocía las consecuencias de desobedecer, tenía varias sobre mi piel, pero llegó un punto en el que no pude soportar más su descaro. Justo cuando me iba a levantar para atacar al sujeto, Cless, uno de nuestros amigos del orfanato, llegó y nos alejó de él.

Subimos hasta nuestra habitación que estaba en el segundo piso y donde se suponía que los chicos no podían subir, pero ya que todos estaban abajo no importaba mucho. Consolamos a mi hermana. Ella se había lanzado a su cama y se abrazaba como si quisiera desaparecer. Esa imagen me rompió aún más, no permitiría que nadie le hiciera daño de ninguna manera.

—Voy a hablar con la madre superiora —gruñó Cless. Tenía los puños tan apretados que sus nudillos se veían blancos y la vena del cuello le palpitaba; se movía de un lado a otro, tal vez tratando de buscar algo donde descargar su rabia. Era raro verlo tan alterado, normalmente la impulsiva y la que se alteraba en nuestra relación era yo.

—¡No! —gritó mi hermana, deshaciendo el capullo que había adoptado en la cama; sus ojos con un borde de plata—. Si haces eso perderemos sus donaciones. —Y volvió a encogerse en la cama—. Estoy bien, solo... solo quiero estar sola —Cless me miró buscando mi aprobación y asentí con la cabeza, pero antes de salir escuché como mi hermana murmuraba algo que me hizo apretar los puños a mis costados. Mis uñas se hundieron tanto en mi carne que estaba segura de que la sangre no duraría mucho en llegar.

Intersección [De mundos] #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora