Especial de navidad

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Blyana tenía rasguños en sus piernas. Se los había hecho mientras los niños de siempre la molestaban. Mientras la perseguían se había caído y las piedras le habían lastimado las rodillas. Una de las monjas le había puesto un ungüento, pero por el ardor se había tardado en poder quedarse dormida, aunque esto era algo que no la molestaba, no le gustaba ir a dormir. Siempre tenía esos sueños raros. Esos sueños donde ella se despertaba llorando, asustada. No le gustaba dormir porque no le gustaba soñar.

—Hola, mi niño —la saludó una mujer mientras se sentaba en la cama con una gracia etérea. Blyana se preguntó dónde estaba, quién era esa mujer con alas y halo sobre su cabeza. Dio un paso hacia atrás cuando un hombre con alas y cuernos también atravesó la puerta.

—Mamá, ya no soy un niño —reprochó un joven desde su cama cruzándose de brazos, aunque una sonrisa se formaba en sus labios.

Blyana miró sus manos. Podía... podía ver el suelo a través de ellas. Se cayó al tratar de dar un paso atrás. El suelo parecía un lago cristalino y su cuerpo... su cuerpo era el de una niña de unos ocho años.

—No, ya eres todo un hombre. Mi hombre, pero me gusta seguir creyendo que eres mi niño —dijo la mujer y atrapó una de las ondas cobrizas del joven para deslizarla detrás de sus orejas puntiagudas—. ¿No puedes dejar ser feliz a tu madre? —agregó ella con un mohín caprichoso que hizo sonreír al hombre que había entrado con ella envuelto en un capullo de oscuridad. Una sonrisa se dibujó en los labios del hombre muy similar a la del niño y parte de la oscuridad que lo rodeaba se despejó.

—Claro, mamá —respondió el joven y se inclinó a su caricia.

—Hijo —pronunció el hombre—. ¿No has sentido nada? —inquirió mirándolo con detenimiento. Blyana se acercó y la expresión del joven le dejó claro que era una pregunta recurrente.

—No, papá —dijo él agachando la cabeza y pegando sus orejas y alas a su cuerpo.

—Tranquilo, hijo —lo consoló su padre poniendo una mano en su hombro—. No es tu culpa, lo sabes —dijo él y al ver que el joven no levantaba la cabeza se puso de cuclillas al lado de su cama—. Todo estará bien. Ella de seguro está bien, si no fuera así todo aquí hubiera muerto y tú lo hubieras sentido.

—Pero ¿por qué no vuelve? —inquirió el joven.

—No lo sé —respondió su padre.

—Nosotros podríamos ir por ella.

—Sabes que solo una Flourita puede abrir el portal, amor —contestó su madre. El hermoso halo en su cabeza titiló un poco y ella frunció el ceño.

—¿Y las naves? —preguntó el joven moviendo sus orejas. Sus padres se miraron como debatiendo si decirle algo o no.

—Si ellas no aparecen este año, las usaremos —respondió su madre. El joven amplió la sonrisa y sus alas negras iguales a las de su padre revolotearon en su espalda.

—Está bien, hijo, es hora de dormir —dijo su padre sin percatarse del gesto de su esposa cuando el halo volvió a titilar—. Te amamos hijo. Duerme bien —agregó su padre y le dio un beso en la coronilla.

El corazón de Blyana se llenó de tristeza. Anhelaba tener eso. Los besos de buenas noches, el amor de unos padres, sentirse protegida y amada.

—Duerme bien, amor —dijo su madre y le dio un beso en la mejilla.

—Mañana te llevaré a un lugar secreto donde nos divertiremos mucho —dijo su padre con una sonrisa en los labios—. Te amo, hijo mío.

—Yo también te amo, papá.

Intersección [De mundos] #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora