Capítulo 8

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Lo que antes había sido un campo de futbol, ahora era un campo de batalla. Las personas corrían aterradas tratando de encontrar un lugar donde refugiarse de las balas que salían de todas direcciones, buscando la manera de sobrevivir a toda costa.

La humanidad era una cosa tan extraña. No pedía nacer, pero tampoco querían morir; aunque se quejaban constantemente de que su vida era una miseria. Simplemente, eran discordantes con lo que querían. Vivir, morir, nada los complacía.

El gobierno había desplegado sus fuerzas todo lo posible para combatir a la amenaza, pero no era suficiente. Los saqueadores eran mucho más fuertes y no eran tan frágiles como los humanos, por lo que no morían tan rápido. Eran como bestias osamentadas en cuerpos humanos muy grandes y definitivamente no querían paz, a pesar, de la supuesta sumisión que estaban dispuestos a aceptar.

Los gritos se habían vuelto los trinos de los pájaros, la detonación de los fusiles en el llamado de la muerte. Los ojos de una mujer destellaron de rabia e impotencia. La mujer siguió contemplando la escena sin poder hacer nada. Debía encontrar a su hija y debía protegerla, así que la mujer se trasladó de escenario tras escenario. Viendo como la muerte trabajaba sin descanso, viendo como la sangre formaba lagos, viendo como el cielo lloraba por los muertos, por los vivos, pero ella no se detuvo y siguió vagando sin ser vista.

En un lugar lejano se veían las explosiones, en uno más cercano se escuchaban los gritos. Una niña pequeña se arrastraba hacia su madre muerta, un saqueador tras de ella. La niña levantó la vista y vio a la mujer entre las sombras, pero esta no se movió, no hizo más que mirar esos ojos asustados hasta que perdieron el brillo de la vida bajo el arma del saqueador que seguía buscando más víctimas.

La mujer miró el cielo, no, miró más allá de él, como si estuviera encerrada en una esfera de cristal y solo ella tuviera la capacidad de ver lo que estaba más allá de esa barrera. Siguió mirando unos segundos, suspiró y luego volvió a moverse sin mirar atrás.

Blyana

Bajé a la estancia y había más personas; el lugar se llenaba rápido. Vi varios niños e incluso animales correteando entre las piernas de los adultos que tenían el terror y la desesperación plasmada en las caras. Mi corazón se saltó un latido al mirar esos rostros. Me pregunté cuánta gente habían muerto en los días que estuve durmiendo, me pregunté cuántos habían logrado refugiarse y cuantos aún estaban ahí afuera corriendo por sus vidas.

Busqué con la mirada a Zoe, pero no la vi, tampoco a Azel, de seguro estaban juntos, estos últimos meses se habían vuelto como uña y mugre, tanto como lo éramos Cless y yo. Chris estaba hablando con unas personas y me hubiera gustado ir con él, pero debía ir al laboratorio mientras más rápido tuviéramos armas para atacarlos, más rápido terminaríamos con todo esto.

—Así que sobreviviste, estoy muy feliz por eso —una voz un poco ronca que ya conocía bien me sacó de mis pensamientos.

—Tú también sobreviviste —dije después de girar y darle una sonrisa amplia.

—¡Ah, sí! —soltó una pequeña risita mientras se pasaba la mano por la nuca—. Parece que Thánatos no quiere trabajar cuando se trata de mí. —La pequeña risita se volvió amarga.

Ese chico lo había conocido hace un año, un mes después de lo que pasó con Cless, —sí, me refiero al beso—. Habíamos ido a una fiesta, pero Cless y yo habíamos comenzado a discutir, ambos estábamos borrachos. Él me reclamaba porque no me creía que yo no recordaba nada y yo seguía con la mentira, así que me fui de la fiesta antes de que se me fuera la boca y él descubriera que sí recordaba todo. El punto fue que de camino al orfanato un tipo intentó aprovecharse, pero alguien llegó y lo golpeó con una botella en la cabeza, me tomó del brazo y me sacó de ese lugar y esa persona era la que tenía al frente: Lucas.

Intersección [De mundos] #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora