Capítulo 35

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Todos podemos morir, y morir sin decir..., sin hacer lo que realmente hace que nuestro corazón se sienta vivo, eso es una vida desperdiciada, una vida sin sentido. Eso iba pensando Carol un día después de la muerte de la teniente River.

Desde que había puesto un pie en la guarida y la vio, ella lo supo. Supo que estaba en serios problemas, pero en ese momento no le importaba nada, solo el hecho que estuvo muy cerca de morir la noche anterior y tenía un brazo vendado como prueba. Y estaba cansada, muy cansada de cómo estaban las cosas, así que había armado una mochila, se la había colocado en el hombro sano y había salido con algunos guardias a la guarida donde estaba ella.

La encontró donde siempre había estado estas últimas semanas, en la esquina más alejada, en el cuarto donde se ensamblaban las armas para enviarlas al frente. Había intentado sujetar sus risos en un moño, pero varios de los bucles se escapaban y tenía que llevarlos detrás de su oreja constantemente. Su piel oliva se veía más clara por los meses que había pasado dentro de esa guarida. Meses donde Carol casi se había trasladado a esa guarida para estar con ella, como amiga, como hermana, como lo que ella necesitara. Pero al moverse y sentir el dolor en su brazo supo que esto marcaría un punto de inflexión, uno donde podría seguir junto a ella o... no se permitió pensar en la alternativa, soportaría ese dolor cuando llegara. No se mortificaría con lo que aún no había sucedido.

Mary levantó la cabeza y la miró directo a los ojos, como si a pesar del mar de gente entre ellas, ella pudiera encontrarla, ella fuese capaz de saber dónde estaría exactamente. Carol le ofreció una leve sonrisa e inclinó la cabeza un poco para indicarle que la siguiera.

Carol caminó por los estrechos pasillos de esa guarida fría. Había intentado que la movieran a una mejor, pero las opciones eran muy distantes y mandarla sola y que estuviera igual de sola por mucho tiempo... no le agradaba. Por lo menos logró que la colocaran en una de las habitaciones más cálidas y con la ayuda de un psicólogo, que ella había encontrado y había trasladado a esa guarida, casi había vuelto a ser la chica que vio ese primer día. Con sus ojos del color de una furiosa tormenta a punto de caer y esas pequeñas sonrisas de lado. Lo supo, estaba en problemas.

—¿Qué te pasó en el brazo? —preguntó Mary, cerrando la puerta de su habitación detrás de ella.

—Gajes del oficio —respondió Carol y se encogió de un hombro como si no fuera nada, pero no era así. Esa herida, lo que había pasado el día que la obtuvo le mostró el camino, el camino que la había llevado a estar delante de ella en ese momento.

—¿Quieres que te consiga algo? —dijo Mary y se acercó para quitarle la mochila y dejarla a un lado. Olía a una mezcla de vainilla y a otra cosa que no lograba identificar, pero que le recordaba a su casa en el campo, a esas fogatas que hacía su numerosa familia bajo la luz de las estrellas cuando los días eran templados. Casi podía escuchar las risas de sus primos pequeños y la voz dulce de su abuela.

—No, estoy bien —le dijo y tomó su mano antes de que ella se sentara en una silla frente a una pequeña mesa. Nunca en su vida había deseado estar tan cerca de alguien que no fuera su familia, pero le gustaba estar con Mary, escuchar sus complejos pensamientos y lo agradable que se sentía cuando se tocaban, aunque fuera por accidente.

Puedo hacerlo, se dijo y tomó un respiro profundo mientras acariciaba el dorso de su mano con el pulgar.

Mary retiró su mano y se dio la vuelta.

—No hagas esto —dijo sin mirarla. Ella sabía, sabía lo que sentía Carol. Desde ese primer día que había visto como la miraba, esa mirada nunca pasó desapercibida para ella.

—¿Qué no haga qué? —preguntó Carol dando un paso hacia ella.

—Sabes a lo que me refiero.

—Entonces sabes que...

Intersección [De mundos] #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora