CAPÍTULO 30

554 103 220
                                    


Jayden.

Adelaide me mira con diversión mientras trato de limpiar mi pantalón de vestir con disimulo. Gracias a los cielos que elegí un traje negro para venir a cenar con ella hoy, de otra manera el rojo del espagueti sería muy visible.

-Eso te pasa por no querer darme- me reprocha, riendo.

-Me hiciste ojo- suelto en español, negando con la cabeza para esconder mi sonrisa.

La risa muere en la boca de Adelaide antes de que sus ojos cafés se llenen de confusión-. ¿Eh?

Abro la boca, pero vuelvo a cerrarla cuando no encuentro las palabras adecuadas. Sé lo que significa; Isabel me enseñó su contexto y significado después de haberle preguntado porque siempre lo decía cuando se le caía algo de comida y yo la estaba mirando fijamente. Mi falta de voz no es por falta de conocimiento, es porque la frase salió tan natural, tan normal que estaba seguro que iba a escuchar a Isabel reír por haberla dicho.

Miro mi teléfono inconscientemente, esperando el mensaje que sé que no llegará hasta dentro de unas horas. Ela, Anabeth e Isabel fueron en una casería de libros en París. Por lo que me contó Ela, las tres pasarían la mayor parte de la tarde y noche navegando por librerías. Hasta hicieron un reto. Todas se fijaron un número de libros que compraran, la primera que rebase ese número, pierde y debe de comprar la cena para todos. Ethan y Adam incluidos.

Son las cinco, lo que significa que empezaron hace dos horas y les quedan muchas por delante. Ocasionalmente mi pantalla se ilumina dejándome ver el chat de Isabel para encontrarme con una foto de ella sosteniendo un libro. Sus ojos brillando con emoción y una sonrisa contagiosa en los labios. Eso lo sé porque cada vez que recibo una de sus fotos, Adelaide me pregunta por qué estoy sonriendo como si me acabaran de dar la mejor noticia del mundo. Lo que llevó a Adelaide a pensar que me dieron un papel nuevo para una película y que no le estoy diciendo. No importa cuantas veces le aclaré que ese no es el caso, aún no me cree.

-Es un dicho mexicano- explico al fin.

- ¿Desde cuando vas aventando dichos mexicanos de la nada?- me pregunta, observándome con curiosidad y otro sentimiento que no logro descifrar.

-Isabel me lo enseñó- llevo la copa de vino a mis labios.

-Claro que lo hizo- imita mi acción sin despegar su vista de la mía-. Es por ella que me pediste el número de Alexandre, ¿no es cierto?.

-Tal vez- me encojo de hombros.

- ¿Qué planeas?

-Nada- miento-. Solo quería hablar con Alexandre de nuestro acuerdo.

- ¿Hablas del acuerdo que yo te conseguí para que Ela te pudiera dejar salir?- levanta una ceja.

-Lo dices como si me hubiera tenido captivo- río, negando con la cabeza.

-Pues lo parecía- suspira-. ¿Sabes cuanto tuve que pedirle para que me dejara irte a ver? Todas les veces me decía que no como si ella fuera tu mamá y no alguien que te abandonó por más de un año.

-Adelaide- advierto, sabiendo que está tocando terreno delicado.

-Yo solo digo que solo te faltaba el traje naranja de la cárcel y ya hubieras parecido recluso- bromea, batiendo sus largas pestañas un par de veces.

-No es para tanto- ruedo los ojos, recargándome sobre la cómoda silla dorada.

-Oh, sí que lo fue- insiste-. ¿Y sabes que es lo peor? El naranja no es tu color, cariño.

¿Y si leemos juntos?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora