Capítulo XVII

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Abrí los ojos con una increíble sensación de felicidad. Lo primero que vi fue el rostro relajado de Vera y sonreí. La claridad del sol entraba por la ventana a través del cortinado color azul celeste y así su piel irradiaba más. Me concentré en capturar detalles: sus densas pestañas, sus labios seductores, las finas líneas de expresión. Bajé mi mirada hacia su cuello y me reí un poco al ver las marcas perfectamente rojas que había dejado sobre ellas, parecían rosas o manzanas.

Esa mañana me parecía más atractiva que nunca.

Le acaricié la mejilla. Ella, que tenía un sueño liviano, me miró y también sonrió. Suspiró con serenidad y me abrazó como si estuviera agradeciéndome inmensamente por algo. Otra vez besé su cabeza con esa suavidad que siempre lo hacía.

—¿Estás bien? —me preguntó.

—Mejor que nunca. ¿Y tú? — respondí.

Se acomodó boca abajo y se apoyó sobre sus codos para acercarse a mi rostro.

—Me has hecho la mujer más feliz de este mundo— me besó.

Por un momento el silencio se apoderó del reducido espacio entre nosotros. Sólo las miradas se conectaron. Me encantaban esos silencios que no pedían ser rotos por alguna palabra apresurada, sino que bramaban incontables "te amo" como suplicando paciencia. Pidiendo disculpas por el crimen que cometimos de habernos enamorado perdidamente el uno del uno.

El sonido de una puerta irrumpió bruscamente nuestra calma. Vera se exaltó, sabía que la única persona que pudiera regresar a esas horas de la mañana era su madre. Se levantó rápidamente de la cama arropando su cuerpo desnudo con la sábana.

Su afán me causó gracia, además porque no entendía porqué lo hacía.

—¿Qué pasa? — pregunté riendo.

—¿Qué pasa? Pasa que mi mamá acaba de llegar y necesito que te arregles, por favor—dijo casi gritando al entrar apresuradamente a la ducha.

Mi semblante cambió por completo y me paré bruscamente de la cama. Me vestí y empecé a organizar el cuarto: las sábanas que estaban en el piso, las almohadas y por supuesto el armario que había quedado como si un elefante hubiera chocado contra él.

En un tiempo casi récord, terminé de organizar el cuarto y lo perfumé un poco con una fragancia de ambientes que Vera siempre mantenía en su mesa de noche. Al hacerlo lo dejé en su sitio y salí inmediatamente de la habitación para que Vera pudiera cambiarse.

Bajé las escaleras hacia la sala y vi a la señora Jade recostada en el sofá. Al parecer había tenido una larga jornada en su trabajo y el agotamiento se apoderó de su cuerpo cayendo rendida.

Me tomé el atrevimiento de dirigirme a la cocina para preparar el desayuno. Miré la despensa con la esperanza de encontrar algo llamativo con lo que pudiera hacer un desayuno especial. Encontré algunos huevos, verduras, panecillos ingleses y algo de fruta.

Acomodé mi delantal favorito y puse manos a la obra procurando no hacer mucho ruido. Pasados unos diez minutos, Vera se acerca detrás de mí abrazando mi torso y acariciando suavemente mi abdomen.

—¿Qué haces, amor?

—Preparándoles el desayuno. Quise hacer algo especial— dije sin quitar la mirada de la estufa.

—¿A quiénes? — se soltó y preguntó confundida.

—A ti y a tu mamá— le volteé a ver por unos segundos.

—¿Mi mamá? — volteó su mirada detrás de ella y se dio cuenta que su madre se encontraba durmiendo plácidamente en el sillón.

—Amor, ¿qué pasa? — pregunté soltó una leve carcajada—. Precisamente tú fuiste la que me levantó con prisa de la cama porque habías dicho que tu madre había llegado y efectivamente fue así. ¿Memoria olvidadiza?

Razones para enamorarse [Historia Parmiga] ❤️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora