Capítulo XXXVI

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Vera no se había soltado de mis brazos en ningún momento, aún cuando debíamos ponernos nuestras pijamas, buscaba mis brazos como si estuvieran pegados a su cuerpo buscando mi calor. Y claramente de ellos no quería soltarme nunca. Su cuerpo tan pequeño inmerso en el calor natural de mi cuerpo se había convertido es su más anhelada necesidad, en su última y única fantasía. Por un momento me sentí culpable por haber dudado de su amor, pero los grandes cobardes están dotados de gran miedo. Yo no era la excepción.

No sabía qué horas eran. Podía estar tan temprano como tan tarde. En estos días de invierno el color del cielo no daba señales para poder hacer una misma distinción de tiempo. Mi insomnio se traducía y resumía a dos razones de peso: la primera era porque estaba arropado por las brazos de Vera y la segunda  se debía a los incontables desvelos generados por los golpes y el vacio de un estómago sin alimentar. Aunque para ser franco no quería cerrar los ojos y perderme de vista el delgado cuerpo de Vera cubierto por su camisa holgada, sus pestañas como cortinas que protegían de la ausencia de luz a sus claros y hermosos ojos. Quería quedarme así, apreciando con orgullo cada rincón de su piel y cada fino rasgo de su piel.

Horas abrían pasado desde el último momento en que aprecié con detalle su presencia, antes que mis ojos empezaran a cerrarse. Un brusco movimiento me alertó. Vera se encontraba moviendo sin control y en negación su cabeza. Su piel tan blanca dejaron en evidencia las pequeñas gotas de sudor que rodaban por su frente. Ya conocía el procedimiento. Vera estaba teniendo una pesadilla y necesitaba despertarla de ese sueño antes de que fuera tarde.

Con voz suave y en medio de un susurro la llamé:

—Vera, mi amor. Despierta, por favor.

Se removió solo un poco mientras soltaba leves gemidos de dolor. No soportaba verla así y tendría algo lo mas rápido posible.

Busqué la forma de removerme en la cama para llamar su atención. Logré recostar mi espalda en el espaldar de la cama haciendo que Vera se quejara al perder mi contacto.

—Despierta. Es solo una pesadilla— demandé con voz suave.

Vera siguió removiéndose en la cama pero algo la despertó de golpe dando un último suspiro. Quedó sentada en la cama. Se lleva las manos al pecho y pude notar que estaba llorando de manera desconsolada. Me acerqué a su espalda para acariciarla mientras intentaba inútilmente consolarla con palabras:

—Tranquila, mi amor. Fue solo una pesadilla. Estoy aquí contigo— también quería llorar, pero mis lágrimas se contuvieron—. No me voy a ir de tu lado, ya no. Tranquila.

Su llanto tan intranquilo y ahogado rompía en miles de pedazos mi corazón. Vera se dio media vuelta hasta quedar frente a mis ojos. Mi vista descolocada se enfrentaron con la suya tan perdida, y sin pensarlo dos veces la abracé. Sé que no bastaba con un abrazo pero tal vez así lograría mitigar el caos de sus nervios a flor de piel.

Balanciándonos en el mismo espacio, sin haber dicho absolutamente nada, escuché cómo el llanto de Vera cesaba poco a poco sin dejar de sollozar. Esta era la parte más difícil del proceso: lograr que Vera comunicara todo lo que había soñado y comunicara todo lo que había sentido. Esto era difícil, en especial para ella que tenía que hacer pronta reminiscencia de sus pesadillas.

Nos ubicamos en todo el centro de la cama, Vera enfrente de mí dándole la espalda el televisor en la pared y yo frente a ella, ambos con nuestras piernas cruzadas y la espalda caída al no tener soporte, además de la notable aflicción de nuestros corazones y cansados cuerpos. Revelación, la parte más desafiante de la comunicación, cuando un castillo de secretos y mentiras se empezaba a desmoronar a grandes bloques, revelando más fracturas que muros sólidos.

Razones para enamorarse [Historia Parmiga] ❤️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora