Capítulo XXXII

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Desperté. Inmóvil. Muerto por dentro. Pasé horas en un estado de sumisión total. El dolor el consumía y me impedía vislumbrar cualquier resto de esperanza. ¿Qué se supone que debía hacer? ¿Qué sentido tenía vivir si todas las personas que amaba se habían ido? A veces me culpo por haberme permitido sentir tanto, vivir con tanta plenitud. Si hubiera sabido que este sería mi destino, hubiera preferido haber tener la opción de elegir no estar aquí.

Nuevamente esos sonidos que por tantos días me han acompañado. El candado, las escaleras y los pasos pesados. Hoy era día de limpieza corporal. Siempre bajaba una mujer vistiendo un pasabocas que con ayuda de una esponja y un poco de agua, limpiaba con delicadeza las heridas que fueran ocasionadas por los múltiples golpes que he recibido.

Mientras lo hace veo mi cuerpo cada vez más delgado. El cuero pareciera estirar como caucho. Me sentía completamente indefenso, la comida era poca y no me daba la fuerza suficiente para soportar las patadas y los puños que recibía de aquellas manos grandes. Y cuando pudiera sonar como un martirio, yo ya me había convertido en un mártir. Había dejado de sentir dolor. Ya mis músculos no respondían porque se habían ido y mis ganas de luchar contra la vida desaparecieron.

Ya había sido una semana difícil y no sabía si podría soportar lo que sea que faltara. Para hacer que la agonía no se sintiera tanto, me quedé en ese rincón que ya empezaba a ser mi refugio aunque estuviera secuestrado en un lugar que aún no conocía. Cerrando mis ojos el tiempo parecía pasar volando, pero lo recordaba a ella. Nunca podría olvidarme de su olor, de su belleza, de todo lo que me enamoró.

Esta vez un ruido singular me alertó. No era el mismo candado ni las mismas escaleras, ni mucho menos los pesados pasos. Sí, eran pasos pero tenían sofisticación. Era un ruido suave, como si se tratara de zapatos de charol. Transmitían mucha elegancia. Le levanté del piso y vi cómo un hombre que vestía un traje negro con un sombrero y un bastón se acercaba a mí junto con otros dos hombres cuyos cuerpos ya reconocía.

Me sorprendí al ver su rostro. Sus facciones eran muy parecidas a alguien que en algún momento de mi vida había visto. Sí, podría jurar que era él pero si lo hacía habría cosas que no tendrían sentido.

—Mucho gusto, Patrick—dijo simpático—. Veo que has cambiado mucho. Pareces más apto.

—¿Qué quiere decir con eso? — pregunté ignorando su saludo.

—Que ya te estás convirtiendo en el verdadero hombre que necesitamos.

—No entiendo.

—Sucede, mi querido Patrick...

—No me diga "querido" —lo interrumpí.

—Como gustes. Sucede que los hombres más fuertes que han llegado a realizar grandes hazañas dentro de la guerra han tenido que pasar por un proceso de deconstrucción bastante complejo. De alguna manera, han tenido que olvidarse de sí mismos para tener claro cuál debería ser su único objetivo en combate.

—¿Y por eso es necesario hacer todo esto? —cuestioné elevando un poco mi tono de voz.

—Pero por supuesto. Ambos sabemos que el dolor de la guerra sin simplemente heridas abiertas que quedan por aferrarse tanto a las personas y todas esas tonterías que se inventa la gente. El sufrimiento vuelve a las personas más fuertes, Patrick. Sufrir es necesario para crecer y aprender a dominar la vida. Y un buen soldado necesita morir mil veces para lograr ser el mejor.

Yo no dije nada. Sólo me quedé escuchando cada una de sus sandeces al paso de las palabras que salían por su boca.

—Además tú aceptaste venir con nosotros—comentó tranquilamente.

Razones para enamorarse [Historia Parmiga] ❤️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora