Capítulo I

726 30 6
                                    

Por aquel entonces la guerra parecía un rumor lejano, un concepto abstracto que sólo se estudiaba en el colegio. Pero todo parece imposible hasta que finalmente lo vives. Después de todo, la fuerte desaceleración económica del Siglo XX en Ucrania había obligado a mis padres a dejar el país y empezar una nueva vida.

Desde pequeña me costaba adaptarme a los cambios. Hacer amigos en el colegio era la peor parte de todo porque me miraban como un bicho raro y por mucho tiempo fui el centro de reuniones en los patios para burlarse de mí. Era una niña muy callada y tímida, simplemente dejaba a los demás hacer conmigo lo que quisieran. Al llegar a casa, mi mejor remedio era no decirle nada a mis padres para evitar que ellos tomaran la decisión de cambiarme de colegio y empezar todo de nuevo.

Mi habitación se había convertido en un lugar de refugio, ese contenedor donde las lágrimas no atravesaban esas cuatro paredes y el silencio del espacio inundaba de ruidos mi cabeza, obligándome a pensar en lo estúpida que me podía sentir al dejar que me hicieran eso. La guerra está llena de valientes, pero convierte en cobardes a quienes alguna vez tuvieron el deseo de soñar.

Esa noche, la noche, tuvimos que escapar mis padres y yo como ladrones del país que nos vio crecer por tan sólo unos años. Ni siquiera sabía si por nuestro intento de huir, esa misma tierra nos vería abandonar este mundo en cuestión de segundos.

¿La parte más difícil? Ver cómo el mundo se acaba frente a tus ojos mientras atravesabas trechos interminables de miseria, donde podías ver a mujeres con sus niños tirados en el césped, suplicando piedad. Aunque era aun una niña, me imaginé cómo hubiera sido que mis padres hubieran pasado por lo mismo, seguramente no estaría contando esta historia ahora.

En mis clases de historia, los mapas se trazaban con mucha meticulosidad y finura. Nos enseñaban sobre los ejércitos enemigos y los países vecinos. Nos enseñaban que cada país protegía a su población a través de fronteras, y quien se atreviera a cruzarlas podría estar preparando su propio lecho de muerte. Yo no vi fronteras, y los únicos enemigos que podía observar eran quienes estaban acabando con mi propio hogar.

Horas de viaje me habían robado años de felicidad. Caminatas por senderos llenos de miseria, atravesando ríos y océanos en balsa, con la esperanza de por fin llegar a algún lugar que se sintiera como el hogar. Aunque sabía que mi hogar estaría siempre donde mis padres estuvieran, no es fácil asimilar que no perteneces a ningún lugar físico en el mundo.

Yo lloraba desconsolada, preguntándome si de verdad valía la pena estar haciendo todo esto, refugiada en los brazos de mi madre que me decía al oído mientras me acariciaba:

— Mi niña, siempre recuerda una cosa: a veces hay que hacer sacrificios por la familia para poder darles lo mejor que merecen— dijo entre sollozos. Nosotros siempre vamos a estar contigo, y te protegeremos de todo el mal que habita en este mundo al que tanto le tienes miedo—concluyó.

Pude ver cómo de sus mejillas rodaba una pequeña lágrima mientras me pegaba más hacia su pecho, sintiendo el calor de sus abrazos.

Las náuseas que me estaba provocando la balsa, combinadas con el hambre que estaba empezando a sentir porque desde que salimos de Ucrania no había probado ni un solo bocado, me obligó a quedarme completamente dormida en los brazos de mi madre. Pude sentir cómo su calor emanaba el amor que sentía por mí, y que como a mí toda esta situación también le dolía. Pero por otro lado pude entender que sus razones podían ser más fuertes que mi propio conocimiento. Conocía a mis padres a pesar de que ellos no me conocieran a mí. Algún día podría entender que todo este sufrimiento pudiese valer la pena.

Un fuerte ruido de bocina me sacó de mis pensamientos. Mientras intentaba abrir mis pesados ojos por la potencia de la luz del Sol, pude ver cómo mi padre se acercaba a mí lentamente diciéndome:

—Hemos llegado, mi niña—esbozó una leve sonrisa. Aquí podremos construir nuevamente un hogar. Podremos ser felices de nuevo—terminó diciendo.

—Aquí te garantizo que serás completamente feliz—dijo mi madre levándose de la balsa para bajar de ella. Este será nuestro sueño americano, hija. Es hora de luchar por él.

Aun me costaba pararme. No tenía las fuerzas suficientes para mantenerme de pie. El hambre ya estaba empezando a hacer de las suyas y yo con unas ganas tremendas de probar un bocado del pavo que hacía mi mamá. De por sí mi contextura física es bastante delgada, no sabía si podía aguantar otro minuto más en la hambruna.

Vi que íbamos a atravesar un pequeño portón protegido por dos guardias vestidos con un uniforme negro azabache, un gorro del mismo color y una escopeta de bomba que atravesaba el pecho. Pensé que era nuestro fin y que las palabras que habían dicho mis padres hace algunos minutos eran simplemente un discurso de consuelo que ya había escuchado.

En ese momento me dije a mí misma: a veces quisiera comprender a mis padres al haber tomado la decisión de llevarme con ellos a ese nuevo mundo que estaba a punto de descubrir. Digo a veces porque de haber sabido lo que me iba a pasar, hubiera preferido tener la voluntad de huir del control de mis padres, o simplemente en convertirme en un número más del montón.

Estábamos próximos a llegar donde esos guardias. Yo me abracé a la cintura de mi madre por detrás, aferrándome como si me la fueran a quitar, y cerré mis ojos.

Cuando decidí abrirlos, pude visualizar a muchas familias refugiadas en pequeñas carpas blancas. Algunos niños corrían por lo que parecía ser un campamento. Se respiraba un aire diferente. Luego de días viajando pude sentir "paz" nuevamente.

—¡Bienvenidos! — gritó alguien que parecía ser médico. Bienvenidos a su nuevo hogar. Permítanme presentarme, soy el Dr. Adams y soy el encargado de hacerles el chequeo médico para saber en qué condiciones se encuentran en este momento.

—Muchas gracias— respondió mi padre.

Vi cómo mis padres se acercaban a él para darle una información que iba anotando en una pequeña libreta. Mientras tanto, yo visualizaba a mi alrededor numerosas camillas de hospital con personas que habían sufrido mucho durante el trayecto.

Tenía ganas de llorar, pero ver las sonrisas en los médicos y los niños jugando me dio esperanzas y en realidad me tranquilizó.

Una voz me sacó de golpe de mis pensamientos:

— Bienvenida Familia Farmiga. Estados Unidos será desde entonces su nuevo hogar. Siempre estaremos dispuestos a recibirlos con los brazos abiertos.

Me quedé en silencio, mis padres sonreían. No comprendía lo que estaba pasando justo en ese momento. Pero me dije a mí misma: esta será desde ahora tu nueva vida, Vera Farmiga. 

Razones para enamorarse [Historia Parmiga] ❤️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora