Capítulo XVIII

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Mientras andábamos en el auto de Patrick rumbo a la cita con la psicóloga, mi corazón se detenía por momentos: aunque las palabras de Patrick fueron consoladoras en su momento, no podía quitarme el sentimiento de miedo y preocupación. Pero quería dejar de hacer evidente cualquier verdad relacionada con mis sentimientos.

Solo volteo para ver a Patrick y me entra un sentimiento de culpa. Culpa por arrastrarlo conmigo y mis problemas. Culpa por preocuparlo siempre. Por tener que verse obligado a estarme protegiendo y cuidándome todo el tiempo porque el parecer no lo sé hacer sola. Culpa por permitirme ser la mentirosa profesional ante los demás y no poder serlo con Patrick. Y eso me genera culpa por lo mismo que no me gusta preocuparlo. Sé que le duele y eso me duele. Necesito detener esto, pero tengo miedo de hacerlo.

Fui interrumpida por el sonido del auto deteniéndose. Mi corazón empezó a latir a mil por hora. Me entró el pánico. No quise bajarme.

—Vera, mi amor. Vamos—sugirió Patrick abriéndome la puerta del auto.

Solo fijé mi mirada al frente. Estaba asustada, era evidente. Pero tengo que cobrar fuerzas para ser la mentirosa profesional por primera vez con Patrick.

—¿Amor? — preguntó confundido.

—¡Ay! Perdóname mi amor. Me quedé pensando.

Lo estaba haciendo otra vez: dibujar una falsa sonrisa para evitar explicaciones. ¿Has sentido eso alguna vez?

Me bajé del auto sin decir más y seguí a Patrick hasta el establecimiento donde debíamos esperar en la sala de espera unos minutos hasta que me permitieran ingresar al consultorio.

El momento había llegado. El momento de saber cuál iba a ser mi vida de ahora en adelante. Si de verdad he sabido y podré superar esta caótica etapa de mi vida.

—Señorita Farmiga. Siga, por favor— la secretaria me hizo el gesto para que pasara al consultorio.

Me levanté del sillón en el que estaba y Patrick me siguió repitiendo la misma acción.

—¿Estás lista? —me preguntó frotando sus manos en mis brazos desnudos por la blusa que estaba vistiendo.

Suspiré.

—Sí lo estoy— lo hice nuevamente.

Di vuelta y entré al consultorio. La Dr. Rachael Johnson me estaba esperando con libreta en mano, sentada en su silla favorita. Cordialmente me pidió que siguiera y yo sólo obedecí.

—Bueno, Vera. Sé que estás ansiosa por saber si podremos dar por definitivo en progreso importante con respecto a tu ansiedad. Y digo que estás ansiosa porque no has dejado de mover incesantemente tu pierna. Siempre lo haces—la señaló.

En ese momento me sentí un fracaso. De entrada, ya estaba haciendo todo mal. «Así vas a conseguir la paz que quieres», dije a mí misma con sarcasmo.

Algo que no me gusta en los psicólogos es esa absurda pero increíble habilidad que tienen para detectar problemas a través del movimiento o las expresiones. Empecé a ser muy obvia y eso podría generar problemas a la hora de decidir si debía retomar con los medicamentos o no.

—Hay quienes intentan luchar con la corriente, romper el ciclo burdo y nefasto del mundo para traer un poco de paz— las palabras de la doctora me sacaron de mis pensamientos.

Agaché la mirada. No sabía que decir, pero ella prosiguió.

—El problema es que cuando intentamos hacer lo que consideramos "bueno" y "correcto" para el mundo, éste con un poco de complejo de superioridad, nos da una bofetada en señal de creernos completos lunáticos. Ese es el mundo que te ha obligado a ser fuerte, ser "perfecta".

Razones para enamorarse [Historia Parmiga] ❤️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora