Capítulo XXVIII

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¿Cómo se puede curar el corazón cuando le han quitado lo que más ama?

No hubo palabras más que el sus miradas. Esas que suplican por amar siempre. Esas que reflejan el agua de sus ojos, de tristeza. No hubo más tacto más que el sus abrazos y sus manos entrelazadas pidiendo no separarse nunca. El sueño de estar siempre juntos fue el mismo que los separó.

Quizás la noche más larga y amarga que han vivido, donde la Luna no brilla como antes, donde la espesa neblina y el viento penetran con firmeza en la piel haciendo que se enchine. Pero eran sólo ellos dos. No había espacio para la duda: se aman, pero tienen miedo de enamorarse de alguien más. Llenar el gran vacío de un corazón que amó con frenesí no es igual que llenar un vaso con agua.

Al final de una silenciosa noche, sólo decidieron arropar sus cuerpos en el manto de su amor, hace que les daba calor. Corrección: ese que lo hizo por última vez. Nadie dijo nada. Era ella abrazada a su pecho y él sintiéndose el más cobarde mientras acariciaba su sedoso cabello.

3:00 a.m.

Hace frío, no sólo en el ambiente. La habitación está fría. Vacía. Sin color.

Abrí mis ojos con dificultad. A pesar de que la noche estuvo bastante fría, hoy amaneció haciendo un sol espléndido. Pero no me da vigor. Es que como si hubiera perdido todo dentro de mí. No siento nada más que tristeza. Pero eso no es suficiente.

Volteé mi cabeza un poco y estiré mi brazo acariciando las sábanas. No estaba. Tomé mi rostro con ambas manos intentando contener el llanto. Normalmente los hombres se adaptan fácilmente al medio. Yo no me sentía muy bueno para adaptarme a una nueva vida, y menos sin lo que más amo.

Me levanté de la cama en un rápido intento. El dolor de cabeza hizo que me balanceara un poco. Me tomé unos minutos para volverme a incorporar. Me dirigí hacia al baño a tomar una ducha. Mientras el agua caía por mi cuerpo desnudo, cerré los ojos y mis manos acariciaron mi piel con suavidad.

—¡Quédate quieto! — dijo entre risas.

—Pero me tengo que estar acomodando porque no alcanzas— justificó.

—Gracias, mi amor por decirme que estoy chiquita— se cruzó de brazos.

—Pero así te amo.

—¿Me amas?

—Te amo demasiado.

La tomó de las piernas haciendo que se recargara en su regazo. Le dio un beso tan ardiente que un leve pero tierno gemido salió de su boca. Para mayor comodidad, la recostó sobre la fría baldosa e intensificó su beso. Se separaron un poco para darse un poco de aire.

—Te amo como nunca a nadie he amado.

Abrí los ojos de golpe. Mis lágrimas empezaron a caer pero se confundían con el chorro de agua. Cerré la llave para evitar que se desperdiciara más agua. Me sequé el cuerpo con el mayor desgano. Es que ya no había razones para enamorarse si de la única persona de la que me había enamorado tenía que alejarme.

Me vestí y empecé a empacar las maletas. No había energía ni siquiera para motivarme a verla. Sabía que estaba dolida. Yo también lo estaba. Pero soy tan cobarde que ni siquiera podré darle un último abrazo. No soy capaz. Pero en algún momento tiene que pasar.

Habiendo terminado me armé de valor. Tomé aire profundamente arreglé mi chaqueta con un poco de fuerza y salí de la habitación para buscarla. Fui a la cocina y recorrí parte de la sala. No estaba. Abrí la puerta de la entrada principal para ver si se encontraba afuera. Tampoco. Regresé a la casa y en medio de las vueltas pensé en buscarla en el balcón. Definitivamente no estaba dentro de la casa y en sus alrededores. Me empecé a preocupar. Caminé hasta la habitación y busqué mi teléfono. Disqué su número en la pantalla.

Razones para enamorarse [Historia Parmiga] ❤️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora