Capítulo XXVI

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No supe en qué momento Patrick se quedó dormido en mis piernas sin soltarse del abrazo. Intenté moverme para soltarme de su agarre, pero a penas lo hice no me dejó. Antes se abrazó muy fuerte a mis piernas e inmediatamente solté una risita tierna asegurándome de no reír mucho para no despertarlo. Acaricié su rostro con dulzura. No podía explicar cómo de un momento a otro me había cambiado la vida para perturbar mi cordura. No sé en qué momento empecé a minimizar lo negativo de mi vida a cambio de su plena compañía. No sé en qué momento dejé de renegar contra la realidad y vivirla a plenitud a su lado. No sé en qué momento perdí mis únicas neuronas cuerdas para enamorarme perdidamente de él. Sea lo que sido, en la vida me había sentido tan conmovida por valorar la sólida presencia de su corazón.

Y así me quedé: viéndolo detenidamente, apreciando cada ángulo, cada línea. Y cada ínfimo recuerdo se fue haciendo presente con sólo desviar mi mirada hacia sus labios. Esos que llenaban recónditos vacíos. Esos que exasperaban el autocontrol o que se sentían como un abrazo en los labios. Tan sinceros y llenos de amor. Aquellos labios se habían convertido en mi más profunda debilidad, aunque todo él era mi mayor miedo: ese miedo perder aquello que tanto te costó tener. Ese miedo de cortar los lazos de dos corazones frenéticamente enamorados de su locura y de su deseo.

En medio de inolvidables recuerdos y dolorosas verdades, me quedé dormida, bajando un poco mi cuerpo para dejar mi espalda más cómoda. Y ahí estaba yo, compartiendo la cama con el mismo demonio que se ha apoderado de mi cuerpo y de mi alma.

No supe qué horas eran. Pero podía afirmar con certeza que había dormido por mucho tiempo. Me desperté tal cual como recuerdo haberme quedado dormido con la única diferencia de que esta vez Vera no se encontraba conmigo. Me pregunté antes que nada cómo hizo para zafarse de mí si la tenía bien apresada. Pero luego de tal pregunta tan estúpida, me levanté de la cama y me dirigí al baño pensando que ahí estaría. No. Salí hacia el balcón y tampoco estaba. Un suave aroma fue dejando un camino hasta mi nariz. Provenía de la cocina. Me dirigí hacia allá y la imagen que me encontré me sorprendió mucho:

—Buenos días, amor—dijo Vera al notar mi presencia sin desconcentrarse en la estufa.

—¿Buenos días? — contesté dudoso—. ¿Estoy soñando? — froté mis ojos pensando que así era.

Ella soltó una risa tonta:

—Es obvio que no estás soñando—con la ayuda de una espátula, sacó los huevos de la sartén y los sirvió en un plato.

Yo sólo me quedé mirándola fijamente. Sintió mi mirada, por eso sonreía.

—Te hice el desayuno—dijo con un poco de nerviosismo mientras se acercaba a la mesa para dejar los platos.

—Gra...—intenté decir.

—Antes que digas cualquier cosa—me interrumpió—: Sé que yo no soy la mejor cocinando, ni hago obras de arte con la comida. No soy muy buena para los tiempos de cocción y mucho menos soy tan creativa en la cocina como tú— bajó la mirada un poco apenada y con voz tierna—. Sólo quise tener este gesto contigo.

Me levanté de la silla del comedor, me acerqué a ella y deposité un beso en su frente.

—Gracias, mi amor. Te amo— tomé su rostros entre mis manos—. Y no te preocupes por eso, todo lo que haces es perfecto. Todo "tú" es perfecto.

—Yo también te amo— me dio un corto beso—. Pero ahora, siéntate a comer—dijo casi ordenando.

—Como usted diga, capitán—hice el gesto de saludo militar.

—Jajaja. Tonto—dijo entre risas.

—¿Tú no vas a comer?

—No quiero hacerlo aún. Necesito que lo hagas tú primero.

Razones para enamorarse [Historia Parmiga] ❤️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora