Capítulo XXXIV

115 15 6
                                    

 —¡Hasta que por fin de dignas a hablar con tus padres! — dijo Richard del otro lado de la línea.

Me quedé callado esperando que dijera algo más.

—¿Por qué no te habías reportado?—continuó.

Un silencio incómodo impregnó la línea alborotando más mis nervios. Luego de varios segundos en absoluto silencio, me dispuse a hablar.

—No tengo tiempo para darte explicaciones ahora. Necesito que me hagas un favor.

No sé si su instinto de padre le hizo suponer que algo andaba mal pero no tenía derecho a preguntar luego de haberle hecho la aclaración. Su voz cambió completamente como si hubiera escuchado a la misma muerte hablar cerca a su oído.

—¿Qué necesitas?— dijo finalmente.

—Necesito que por favor me consigas un pasaje a Nueva Jersey saliendo de Nueva York. Es un asunto de vida o muerte— a penas pude decir al haber recordado todo por lo que tuve que pasar e inundando mi mente con la idea de que el amor de mi vida se pudiera encontrar al borde del abismo.

Richard no dijo absolutamente nada. Su corazón empezó a latir tan fuerte que pareciera que iba a salir de su gigante caja toráxica. Colgó sin decir absolutamente nada más dejando a Patrick en la duda y la indecisión, con los nervios a flor de piel y la vida derrumbándose en sus ojos.

Me quedé en la cabina con la esperanza de que minutos después mi padre devolviera la llamada. Mis piernas temblaban, la falta de sueño y la hambruna empezaron a hacer justicia en mi cuerpo debilitándolo aun más.

No sabía a dónde ir ni a quien más llamar. Supuse que Vera no contestaría mi llamada, menos sabiendo que era desconocida. No sabía si se había mudado como resultado de su impaciencia por esperarme, o si de verdad ya había dejado de sentir amor por mí. La culpa empezó a invadir cada vértebra, cada neurona, cada espacio de mi cuerpo. Si había logrado perderla fue por mi absurda cobardía y mi incapacidad para hacer algo que previniera todo esto.

Pero me lancé de frente contra el asfalto. Realicé otra llamada a larga distancia, esta vez con el corazón en la mano, esperando un milagro. El ringtone empezó a sonar: una, dos, tres veces al compás de los latidos de mi corazón que entraba un poco en destiempo al acelerarse. Ya cuando iba a desistir, alguien respondió el teléfono:

—¿Bueno?—una voz débil, gélida y femenina respondió.

Di una gran bocada de aire como si el alma me hubiera regresado al cuerpo. La voz volvió a repetir las mismas líneas. Esta vez me aseguré de prestar mucha atención. Pensé que era ella, pero algo significaba.

—¿Señora Jade? —pregunté confundido por la falta de energía que percibí en su voz.

—¿Patrick? ¿Estás con Vera? —interrogó con voz agitada.

En ese momento no supe qué era lo que estaba pasando, pero sabía que había algo mal. La poca calma que había logrado alcanzar fue perturbada nuevamente con el simple hecho de que la señora Jade estuviera preguntando por Vera. Sabía que no estaba en casa y seguramente tampoco había dado razón de su estadía.

No había tiempo para dar explicaciones. Tiempo era lo que no había. Estábamos en una carrera contra la muerte.

—No puedo darte ninguna información ahora. Pero dime, ¿Vera no está en casa?—necesitaba intentar resolver todas las dudas que empezaban a estorbarme.

—No, no está. Tampoco responde su teléfono. Tengo miedo de que le haya pasado algo malo, Patrick—su voz se quebró en llanto.

Rápidamente una lágrima descendió de mi ojo viajando por toda mi mejilla. Sí, efectivamente estaba empezando a perderlo todo en cuestión de segundos.

Razones para enamorarse [Historia Parmiga] ❤️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora