Capítulo XXIX

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—Ya deja de quejarte. Ya casi llegamos.

—Es que ya me cansé. No me regañes—dije haciendo puchero.

—Está bien. Diez pasos más y llegamos.

—No—me detuve—: No voy a caminar más— crucé mis brazos.

—¿Te estás quejando para que te cargue?

Asentí.

—Con que eso es que lo quieres. Ok señorita Farmiga, eso voy a hacer.

Se acercó rápidamente a mí y me levantó de la cintura por encima del hombro como un bulto de arroz. Mis brazos quedaron suspendidos y mis piernas estaban siendo sostenidas por los brazos de Patrick.

—¡Bájame! — di pequeños golpes en su espalda para que me bajara.

—No. Tú dijiste que querías que te cargara porque no querías caminar más. Ahora te aguantas— se rio a carcajadas.

—¡No te rías, Patrick!

—Ya, ya. Ya llegamos.

Me bajó de su hombro haciendo que quedara frente a su rostro y me dio un tierno beso.

—¿Y eso?

—Nada. Simplemente quise darte un beso porque te amo—entre besos.

—Bueno— reí bajo—: Pero tienes que dejar algo para cuando vuelvas.

—Está bien.

Subimos a la cabaña, Patrick detrás de mí. Abrí la puerta pero inmediatamente me quedé pasmada.

—¿Me está llamando con el pensamiento, señor Wilson? — preguntó con voz coqueta.

—Sí, digamos que sí—se acercó a ella pegándola a su cuerpo con sus brazos rodeando su pequeña cintura.

Con delicadeza, empezó a dejar una línea de beso por tu cuello. La piel de Vera sólo se erizaba haciendo evidente su satisfacción. Patrick al sentir el cuerpo de su mujer enchinarse, acarició con suavidad los brazos de Vera sin dejar de besar su cuello. Ese momento donde el mundo se pierde haciendo que sólo dos almas quedan compenetradas para estar juntas durante los siguientes minutos.

Vera soltaba de vez en cuanto un gemido a penas audible, de esos que se van acumulando para el momento final. Patrick por su parte acarició la piel de Vera por debajo de blusa pasando por su espalda, su abdomen tan delgado y levantando ligeramente su sostén aun sin quitarlo, dejando a su alcance sus suaves y jóvenes senos. Luego de unos minutos de un éxtasis pasional, Vera lo tomó con cierta rudeza de la mandíbula para que besara con el mismo ímpetu sus labios. Esos carnosos, definidos y rojos que él encantaba besar.

Sus manos jugueteaban dibujando cada curva de su cuerpo, ese que ante sus ojos era tan perfecto, ese que ha poseído su calma convirtiéndola en deseo y una furia carnal, ansiada de ella. Insaciable. En un ágil movimiento, la recostó en la cama y se deshizo de las prendas que no lo dejaban observar con detenimiento.

Y cuando dos cuerpos están tan cerca el uno del otro, el único espacio que queda es el del disfrute de un amor desenfrenado, volátil y apasionado.

—¡Vera! —gritó Patrick en un tono un poco bajo sacándome de mis pensamientos.

—¡Oh! —me sorprendí y solté un suspiro.

—¿Estás bien? Llevas como tres minutos parada frente a la puerta y no has entrado— dijo poniéndose frente de mí tomando mi rostro con dulzura—. ¿Estás bien?

—Sí, sí. Perdón—le sonreí levemente—: Sólo me quedé pensando en algo.

—Espero yo esté en esos pensamientos—me dio un beso.

Razones para enamorarse [Historia Parmiga] ❤️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora