4

275 155 24
                                    

De los cinco hermanos, Raeél es a quien mejor se le da mantener el control de sí mismo. Sardrián es el más impulsivo, Etrian el más dócil, Mirko el más flemático y yo aunque a simple vista no lo parezca, poseo según la psicología un temperamento sanguíneo. Si paso mucho tiempo con Sar, tiendo a ser por momentos colérico y ceder ante sus decisiones y firmes opiniones.

Así que he preferido siempre pasar el rato con Etrian y Mirko hace buena dupla con Sar.

Raeél es el segundo papá de todos. Se volvió nuestro representante legal hace once años cuando un camión de carga chocó con el auto de nuestros padres. Ra tenía la edad que ahora tengo yo: veinte años. Y por causa de nosotros, sus sueños de estudiar en algún conservatorio, de componer canciones para musicales famosos, o dar conciertos, quedaron olvidados. Pues cuidar de cuatro niños, Mirko con catorce años, Sar con once, Etrian con diez, y yo con nueve años, fue a lo que con abnegación se dedicó.

Por ende nos considera como hijos y por ello, la actual situación le duele como a un padre que siente que ha fracasado en su labor al educarnos. No nos culpa; se culpa a él. Por no protegernos.

Y yo aunque a veces lo niego, me culpo a mí. Porque no fui valiente para terminar lo que por años he tenido con Mirta. De haberlo hecho, tal vez la policía no pudiera tener la hipótesis de que asesinamos a Mirta y a Eustaquio por causas personales. Nada apuntaría a que lo hice por crimen pasional en complicidad con mis hermanos.

Más que por el resto, por causa de Raeél siento que debería declararme culpable y así terminar con estos días de agonía. Sin embargo, me digo que no es justo. Hacer tal locura sería una especie de ganancia para Mirta. O su recuerdo.

Pues, al final solo la muerte me separó de esa mujer. Y fue después de todo una la alegría verla ahí: en el suelo de su habitación, sin la capacidad de saltarme encima como siempre lo hacía. Por fin en presencia de tal suceso, mientras mis hermanos llamaban a la policía ignorando que seríamos los principales sospechosos de esas muertes, yo me dejé de sentir insatisfecho con la vida.

— Habitación 103 –indica el dueño del edificio.

Sabemos aunque no lo hablamos entre nosotros, que la policía ha puesto sobre aviso a muchos dueños de negocios en el pueblo, para que sepan del proceso de inclusión. Por ejemplo Paco Luarde, quien nos dará asilo en su Motel, está al tanto de quiénes somos. Cabe destacar que nos da asilo únicamente porque así se lo ha pedido la alcaldía en conjunto con el alguacil.

— Muchas gracias Don Luarde–habla Raeél a nombre de todos.

— Nadie me dice así, llámenme Paco –ahora todos cabeceamos–. Tenemos un comedor al fondo, al cual no les estará permitido ir –asentimos atentos–, así que uno o dos de ustedes irán a recoger las bandejas con sus alimentos y cenarán aquí en su albergue. Hemos puesto dos literas y una cama personal. Distribúyansela. Para usar los baños, serán los últimos, dispondrán de ellos cuando nadie tenga necesidad de ir primero. Pensé en reservarles uno solo para ustedes pero esto no es una suite. Al menos agradezcan que los alojados no son demasiados. Y por último: espero que ni uno de los hospedados me presente queja de ninguno de ustedes.

Se va y algunos anulares se alzan en despedida. Raeél nos regaña por lo bajo pero sabemos que el viejo Paco tampoco le cayó muy bien.

— Es lo que hay –se resigna.

Enseguida nos distribuimos las camas y como soy el bebé, me dejan la cama personal cerca de la única ventana presente en la habitación. Salgo por la puerta estrecha que da al balcón de este segundo piso, para intentar no pensar en que mi vida salió de un problema para entrar en otro. Aunque de todas formas acabo diciéndomelo.

El Caos de los Chuker © Completa ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora