5

262 149 24
                                    

El viernes recordé el regreso de Matt al pueblo.

Según los cotilleos con patas sueltas, supe que su relación con Maya, su novia universitaria, se fue al caño. Y junto con ello sus planes para el verano. No obstante, Matthew volvió con toda intención de no llorar por desamor, pues su celebración hoy sábado va a ser a lo grande en la mansión de Izer Harzal, sobrino menor de Eustaquio Harzal y gran amigo de Matt.

La invitación al festejo me llegó por email y luego de releerla, quise y no quise ir. Años atrás nuestra amistad no terminó en buenos términos. O más bien en términos claros, si a ello le sumamos su abrupta ruptura con Julia y su alejamiento del pueblo.

De modo que no me presiono con la tocante respuesta de si iré o no. Tan solo mando el móvil a una bandeja vacía y me dedico a correr de un extremo al otro. Mientras sirvo licuados o cafés. Durante toda la media mañana en la cual no contacto a Julia.

Cuando la horda de clientes matutinos se disuelve, respiro siendo consciente de ello. Entonces escucho a mis espaldas el carraspeo de Aria. Y no pasa desapercibido la peste humeante que siempre la acompaña.

— A partir de mañana se vienen cambios drásticos –informa mi jefa.

Me tenso por lo dicho. Y en una fracción de segundos cuando trago en seco, me parece que un lazo enorme aúna todos mis nervios en un solo agarre. Yo que soy hija del mal augurio creo que hasta sudo. Porque mi trabajo en «Cacao y licuados» no es un pasatiempo de verano. En absoluto. Se trata del eslabón más fuete que tengo para llegar a cumplir mis sueños algún día.

Nunca me ha gustado Rooth. Siempre he deseado vivir en la ciudad por las oportunidades que hay. Así que, ahora mismo mi prioridad es trabajar para ganar dinero. Para con él permitirme pagar los primeros meses de una renta en la ciudad, y pagar a la cuidadora de mamá. Al menos durante el tiempo que demore llevármela de Rooth.

No puedo perder mi trabajo, Aria no puede despedirme porque no creo que consiga algo mejor y me gusta lo que hago.

— ¿Ah sí?

— He decidido contratar a alguien más –sentencia.

— Pero Pipa digo, Aria –me retracto–, creí que estabas complacida con mi trabajo: soy rápida, ordenada, disciplinada, muchos clientes alagan mi servicio –enumero sin dar espacio a que diga nada más–. Tampoco molesto con entrar a tu casa, solo uso el baño del lateral porque está permitido. Traigo mi almuerzo y no te pido ni agua. Por favor –ruego con mis manos en rezo– necesito este trabajo. Es imprescindible para mí en este verano, pronto empezaré la universidad y necesito tener ahorros. No me corras...por favor.

Suspiro y noto seca mi garganta. Ella deja de exhalar humo como si fuese central azucarero, cruza sus brazos y alega:

— No he dicho que al contratar a esa persona, vaya a echarte a ti.

— ¿Ah no? –dudo por ser víctima de la sorpresa y el alivio.

Pipa niega y con el gesto se agitan sus risos.

— No, Iria. A veces te pones demasiado paranoica, chica.

— Una disculpa.

— Pierde cuidado. Entonces, tendrás nuevo compañero de trabajo, nada más.

Al final de la jornada acabo mandándole un mensaje de texto a Julia para conocer si piensa ir a la fiesta de Matt y ella apuntó que sí porque: ¿Cuántas veces en la vida se te da la oportunidad de pisar una mansión?, me testeó.

Poquitísimas, le respondí.

Así que llegando a casa, le pedí ayuda a mamá y a Candela para elegir un vestuario acertado. Sin embargo, mi closet solo está abarrotado de lo que Candi llama «ropa de anciana». Puros suéteres tejidos, pantaloncillos cortos, zapatos planos y vestidos anchos.

El Caos de los Chuker © Completa ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora