11 (parte 2)

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— ¿Ves esta gorra que llevo siempre puesta?

— Obvio.

— Era la de mi entrenador en la escuela. Me la regaló para que persiguiera ese sueño una vez entrase en la universidad.

Entonces, nada de pandillas –me digo aliviada.

— No le hice merito a su regalo pero con todo, muy en el fondo...la llevo para no olvidar ese sueño. Como bien dices tú –su sonrisa de repente se esfuma–. Mierda ¿a qué huele?

Olisquea el ambiente y se pone en pie. Volea a verme porque nota que no me alarma el olor a quemado que nos llega desde el interior de la casa.

— Es Aria horneando cupcakes. Cada verano por estas fechas lo hace para vender un poco en el Carnaval. Siempre quema las primeras bandejas que prepara.

— Increíble –silba– La tienes bien checada.

Regresamos al suelo.

— Conozco su rutina que es diferente. Aquí cada año es igual...

— ¿No venden nada más? –se interesa.

Y pasa de largo mi queja constante sobre Rooth.

— No. Solo eso ¿Por qué?

— Es que se me ha ocurrido una idea ¿A ella le interesará hacer dinero?

— A pipa siempre le interesa hacer dinero, lo que es tremendamente vaga. ¿En qué piensas, dime? Yo le haré saber la idea.

— Podemos hacer combos, no serán demasiados como en una tienda pero se pueden exhibir y vender. Llevarían pomos de licuados, o refrescos envasados que se puedan comprar en las tiendas o almacenes al por mayor. Los cupcakes, alguna tarjeta y granos de café molidos. Pueden variar en tamaño y cantidad, así se alternarían los precisos. Unos más caros que otros. ¡Ah! y se deberían colocar en alguna canasta con un bonito envoltorio.

— Wao me encanta. Iré a decirle, espérame aquí.

Cuando entro en casa, lo hago sin delantal, porque ese antes se lo lancé a Axmiel que lo recibió sonriente. Con todo, me llevo una regañada por romper la regla de privacidad de Aria.

Sin embargo, la mujer aceptó de muy buena gana comprar lo que necesitamos para hacer los combos. Y me reiteró que no dejase solo al compañero, que es capaz de robarse su dinero. Aunque por supuesto eso es tiquismiquis suya. Por lo cual, una vez fuera del Café, nos dividimos el dinero y las tareas sobre qué comprar.

Ante todo el orden.

Acordamos vernos en su albergue porque él lo propone. Según yo mejor para no alterar la tranquilidad de mamá, ni sus talleres de tejido. A Candi no le gusta mucho la idea de mi equipo con Axmiel pero me ayuda a hacer muchas de las compras. También acaba apoyándome con el auto de su madre para trasladar los pomos de refrescos, los cupcakes, más todo lo demás que servirá como parte de los combos.

— No entraré.

Miro a Candela, interrogante.

— ¿Es en serio? –pongo mala cara– Candi no son criminales...

— No pienso así.

Claro que no, me digo.

— Descuida yo sé cómo piensas.

Candela aunque se haya saltado tres pueblos con sus padres para imponer sus deseos de estudiar enfermería, es ante todo una hija obediente. Ella y Lucía fueron las típicas niñas que sus padres vestían de damitas en todo los eventos de caridad, de esas que sacarles conversación costaba trabajo, porque no hablaban con extraños, aún si eran niñas de su mismas edades. Ellas conversaban con quien sus padres les dieran permiso. Luego pasaron los años y eso ha variado pero, con todo, ambas buscan con desespero agradar a sus progenitores, darles sus gustos, y pensar como ellos. Por ende, Candela jura y perjura que los Chuker son criminales.

Sé que ella más que Lucía busca no darles disgustos. Porque ya tiene bastante con haberse desentendido durante sus años de universidad. Y pese a que no fue ella quien estuvo del lado de la postura incorrecta, ya no quiere dividir bandos con sus padres.

En consecuencia, le aterra que Lucía la ponga a escoger por causa de sus decisiones.

El trac del capó nos despide y ni siquiera veo a Candela regresar a casa.

Entro en el dormitorio de los Chuker para juntar todo lo que me traje en un maletín grande de estilo deportivo. Una vez las comparas están en el piso, me da la impresión de que fuéramos a hacerle a alguien una fiesta sorpresa.

Axmiel evalúa la expresión silenciosa de mi rostro y se hace una idea.

— Esto va para largo.

— Sí... –le doy la razón.

Pasamos horas confeccionando los combos en silencio hasta que se arriesga a ir por agua hasta el comedor. Según me cuenta al volver, no los dejan ir en pandilla por miedo quizá a algo. Paco lo dejó claro desde el primer día.

— Para que veas que Aria no es la única con restricciones –precisa en son de broma.

Le sonrío sin más.

Lo que cuenta, me parece un acto de mal gusto, restrictivo por capricho y no por lógica pero no lo digo. Creo que le afecta saber que los odian. O sea, Axmiel sabe que no son queridos, no obstante, que otro venga y se lo diga, es como sumergir un punzón en la herida.

Otra hora pasa en la cual comenzamos a cansarnos. Con todo, nadie piensa rendirse y por ello me lanzo de ida y vuelta a casa para traer dos tazas de café.

— Iria –llama de un momento a otro.

Me acomodo en el suelo para verle de frente.

— He pensado en algo respecto a las propinas.

— Claro, dime.

— Es algo simple: tomemos todas las propinas en lugar de repartirlas. No es problema por mi parte. Por ejemplo, tú puedes llevarte todas las de hoy. Mañana yo y así...

— Está bien, si así lo quieres

— No, ey es solo una sugerencia.

— No está bien –replico–. Hagámoslo así: probamos y si va bien, lo dejamos para siempre.

Axmiel niega por instinto. En el acto lo acompaña una sonrisa sin ganas de ensancharse.

— No será para siempre, me iré algún día de estos. Si no es de vuelta a casa...será a prisión.

— Claro –acepto–. Disculpa, lo había olvidado.

— Ojalá yo pudiese olvidarlo a veces. Sería de alguna manera un alivio.

— Yo solo espero que si te vas, vuelvas a casa. Porque creo que es lo que mereces.

— ¿Entonces piensas que somos inocentes?

— No –aclaro–. Pienso que tú eres inocente.

El Caos de los Chuker © Completa ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora