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Es absurdo e innecesario teorizar en por qué dejé de sonreír de la manera en que solía hacerlo. Si fue por las burlas en la escuela, o por la pérdida de papá, o porque simplemente fui perdiendo ese rasgo de mí sin notarlo si quiera. Ya eso es pasado; porque he vuelto a sonreír sin proponérmelo. Tan solo por propia voluntad mientras veo de reojo atrás.

Vamos de vuelta a casa y sus pasos separan a los míos de unos metros. Si bien es cierto que nos ven cada día trabajar juntos, cuando la vuelta a casa nos atrapa, andamos por separado. De manera que echo un vistazo sobre mi hombro para atestiguar que Axmiel me sigue. Y lo hace. Sonriéndome también en la distancia de los metros que en un visto y no visto, él pasa.

Quedo entonces detrás.

Y como si caminase despreocupada, lo imito al pasar de largo por su lado. Separándome en los mismos metros. Él lo repite, haciéndome reír por causa de nosotros. Me aproximo a su altura y vuelvo a pasarle. Uno se aproxima e impone la distancia, luego es turno para el otro, así hasta llegar a la ceiba que maraca un referente cerca de mi casa. Es este momento voy al frente, con lo cual, noto que Axmiel no se postula delante. No está.

Axmiel no está.

Al concientizar en ello giro como trompo, agarrándome de mi bolso con la mano contraria. No aparecen respuestas para mi interrogante de hacia dónde habrá ido, aunque todo se constituye un efecto secundario del pasmo instantáneo. Porque sin que le vea toma mi mano jala hacia atrás. Haciéndome caer sobre él que recostado está al tronco de la ceiba. Me sonríe para atraer mi cráneo y acercar nuestros labios.

— A veces no creo que seas real –pauso para juntar mis labios, evocando el rastro el beso–. Eres como mucho, algo que nunca esperé.

— Yo tampoco te esperaba ni por asomo –admite–, pero no somos ni más ni menos de lo que necesitamos mutuamente. Somos el uno para el otro...

— ¡Sí! –afirmo con sonrisa amplia.

— tenedorcillo.

— ¡No me digas así! ¡Ese es mi trauma...! –chillo.

— Es que no puedo olvidarlo –se excusa elevando ambas manos.

Con lo cual me cercioro que soy yo quien lo rodea por el cuello.

— Ya en serio, no me llames "tenedorcillo"

— ¿Y cómo te llamo? –medita– ¿El amor de mi vida?

Aflojo una sonrisa y cabeceo.

— Mira tú, eso no estaría nada mal...

De nuevo lo beso para dejar de hacerlo cuando recuerdo el gorro en mi bolso.

— Tengo algo para ti

— ¿Sí? –se extraña pero es audible la nota de alegría en su voz.

— Espera...–busco dentro del bolso hasta dar con el gorro– ten.

— ¿Lo has hecho tú? –sus palmas examinan el regalo.

— No. Es cosa de mi madre...resulta que se dedica a tejer en su tiempo libre, lo cual es cada vez que ella quiere. Hoy me dijo que regalara ese gorro a alguien y he pensado en ti.

— ¿Soy alguien...así tan seco y aislado? –deja de ver el gorro para verme a mí.

— Bueno no quise decir eso –excuso–, sino que pensé en ti.

Se me enrojecería la cara si tuviese que contarle la anécdota con mi madre. Él no tiene que saber el inicio y aun así el final será igual.

— Podría haber pensado en Nel –agrego.

El Caos de los Chuker © Completa ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora