21 (parte 1)

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Tengo pavor por el desconcierto que supuso el beso con Axmiel.

Saber que le veré mañana ya no es un alivio, sino una certeza que me tiene indispuesta. Me alcanzó el insomnio y recorrí al café moca pero ha sido en vano. Aún permanezco viendo al techo de mi habitación. Con mis manos certificando el subir y bajar de mi abdomen. En tanto recuerdo sus palabras: «a mí me gusta que me quieras»

Por cada vez que rememoro ese instante, sonrío. Sus labios vuelven a estar sobre mí al tiempo que un reflector interno me transporta a ese momento. Entonces, acaba. Ya no hay más, salvo yo con mi soledad en el dormitorio. Viendo a la pared del frente: ahí en donde tengo colgados los cuadros con las fotos de mi infancia.

Por tanto, me digo que en efecto si nos hubiésemos conocido en el colegio, él habría sido mi amigo, como dijo alguna vez. Pues Axmiel es compasivo y benévolo. Iria, la flacuchenta niña que perdió la sonrisa luego de recibir tantas burlas, mediante fotos cautivó a Axmiel.

A los pies de mi cama, hacia la derecha sobre mi escritorio, el reloj analógico mueve sus manecillas, y más que la vista, es el eco de sus movimientos lo que me alerta del paso de las horas. En las que me cuestiono que tanto vivió con esa mujer adulta, Mirta. Axmiel cuando alude a ella transforma su expresión jovial en un conato de desprecio.

Así que mis preguntas se tornan entre las siguientes:

¿Por qué tenía una relación con ella? ¿Cómo es que podía acariciar, o estar con alguien que despreciaba? ¿Interés? No lo creo. ¿Necesidad? Puede ser.

¿Obligación?, medito rato después. Y pese a no tener una base sólida que me afirma que sea así, únicamente lo siento. O tal vez mi intuición quiere que así sea, porque deseo mantener la idea de que soy especial para él, tan solo por ser lo opuesto a lo que significaba esa mujer en su vida.

***

— Buenas, buenas...

Se adentra mamá en la cocina y despego la vista del sartén para lanzarle un beso.

— ¿Madrugando?

— Sep.

— ¿Candela no ha llegado?

— No, ¿vas a querer donas?

— ¡Por supuesto! Dónuts con leche –sabrosea mientras roza sus palmas.

Sonrío a causa de su emoción. Tomo los platos con mi desayuno: pan con queso derretido, jamón y tomate verde. Más mi vaso con chocolate con leche.

Mamá me observa desde el instante en que tomo asiento, e incluso después de eso.

— ¿Te pasa algo? –dice cuando ya no puede retenerse– ¿Te has peleado con alguien?

Niego para beber del vaso.

— ¿Por qué dices eso? Estoy bien.

— No, no estás normal. Tienes exactamente la misma cara que cuando eras más chica y no tenías deseos de ir al colegio. No querías ir para que no te molestasen porque ya lo habían hecho el día anterior. Por eso, como hay cosas que ni con el tiempo pasan, puedo ver que alguien te ha causado un disgusto ¿Quién ha sido Iria?

— Mamá no quiero hablar –acentúo con fastidio.

— ¡Pero yo sí! –se impone– Y no te levantarás de esa silla, ni irás al trabajo hasta que no me digas –pausa para examinarme–. Espera, espera...

— ¡¿Qué...?!

Reacciono como si me hubiera visto un grano en la punta de la nariz. Ya nada me sorprendería: antes cuando me estresaba solía pasarme.

— No quieres ir al trabajo –afirma–. ¿Qué te ha hecho el Chuker?

— ¿Qué Chuker? –discuto como si fuera por camino lejos de la realidad.

— Trabajas con un Chuker.

— No.

— Iria...

— O sea, sí mamá pero él no ha sido

— Entonces asumes que te ha pasado algo con alguien.

— Sí pero –resoplo– ¡ay mamá! –bufo– ¿Por qué asumes que es con él?

— Porque es la persona con la que socializas la mayor parte del tiempo y por ende es él más propenso a hacer algo que te disguste.

— No ha pasado nada mamá.

— Me lo quieres ocultar, que es diferente.

— Mamá...

— ¿Qué Iria? Te parí, y te he criado...deberías apostar a que sé más de tus cosas que tú misma.

Me quedo viéndola. No es que no desee contarle de mis asuntos, es que prefiero conocer mejor la situación en la que estamos antes de entrometer su punto de vista. Pues tendría que explicarle a profundad algunos detalles que ni siquiera yo tengo claros.

— Mamá es...complicado.

— Seguro que no tanto –intenta animarme.

— Vale, pues quizá no tanto pero...no sé cómo resolverlo. No sé qué haré cuando llegue hoy al café.

— Tengo algo que podrá ayudarte.

Sin tiempo a que hable toma las ruedas de la silla y se direcciona fuera de la cocina. Así que en tanto espero que regrese, me pongo a lavar los trastes.

— Ven acá siéntate...mira –me extiende un gorro tejido de color beige.

— ¿Y esto? ¿Lo compraste? –me extraño.

No necesitamos para nada un gorro de este tipo, pues parece más de invierno y algo masculino. Sin embargo, cuando su respuesta se da, entiendo todo.

— Lo he tejido yo como parte del taller de costura –alega complacida–. No querrás ver los primeros que hice pero éste, ha sido mi motivo de orgullo, y meh también el que le ha puesto el listón alto a Candi que no acaba ni una pieza.

Sonrío en tanto evalúo su obra.

— ¿Qué quieres que haga con él?

— Regálaselo a Axmiel, como una ofrenda de paz.

— ¿Qué? No. No...

— ¿No te gusta? Yo creo que es un lindo detalle, anda ponlo en tu bolso.

— Vale, bien.

Acepto a regañadientes porque ella no me dejará ir si no me llevo el gorro conmigo. Sin embargo, ni loca de remate se lo daré a Axmiel. Menos hoy. Resulta en exceso lisonjero que ayer, fuera por lo que fuera, me besase con él y hoy le dé un obsequio.

Él me fascina pero no me comportaré como una desesperada.

— Recuerda hija: haz el amor y no la guerra.

Aconseja de camino a la puerta y yo giro sujetando mi bolso. Quedo pasmada a causa de lo que intenta dejarme entrever.

— ¿Por qué me dices eso? –indago ante su rostro que busca parecer inocente.

— Por nada cariño, anda vete.

— Mamá –advierto.

— Iria te gusta ese chico, deja de hacerte bolas.

En bolas expandidas se transforman mis ojos.

— Anda. ¡Fuera, fuera! –me va encima con su silla de ruedas.

Retrocedo hasta quedar en el porche. Cuando voy a hablar, me cierra la puerta.

— ¡Nora! ¡Nora Fernanda Gil! –llamo a la puerta.

No es que vaya a discutir pero siento que nuestra conversación de alguna manera no ha acabado. En este punto, me parece un tanto confuso tan solo irme y ya.

Mi madre al contrario cree que ya todo se ha dicho.

— ¡Adiós Iria! –grita desde adentro.

El Caos de los Chuker © Completa ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora