11 (parte 1)

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He sido siempre fiel creyente de que el trabajo constante trae resultados a largo plazo y satisfacción instantánea.

Me gusta saber que aquello en donde pongo mi esfuerzo se verá validado en algo material. Y como soy parte del proceso, amo disfrutar el trayecto. Porque considero que no hay satisfacción en cumplir solo ordenanzas si no están de parte de ello el ánimo y el empeño. Así que desde chica intento ser lo más planificada posible para cumplir mis pequeños objetivos. Trabajo sola para llegar a mis metas, pues nunca tuve mucha compañía. Salvo Julia. Pero ella prefiere jugar video juegos, huir de los actos de caridad porque le da pena asistir, o criticar a la alcaldía por qué le parece un cliché que no se debe perder, ese de estar insatisfechos con los políticos.

Con todo, este verano tengo a alguien que jamás estuvo. A Axmiel Chuker.

Y aunque sé que puedo cumplir la tarea que se me encomiende, es reconfortante dividir el trabajo con él. Por demás, acepto que supone una distracción verlo de un lado a otro sin que hablemos. En ocasiones me veo tentada a querer conocer mucho más de él pero no quiero pecar de chismosa, o entrometida. Aunque sé que él tiene sus secretos. Del tipo de secretos que pueden afligir el alma. O que pueden hacer menos feliz la vida del quien los tiene. Por lo cual, si no me miento, estoy decidida a conocer todas sus verdades y para ello por primera vez no tengo planes.

Tengo interés. Porque si bien es cierto que suelo ser alguien muy ordenada, desde que lo vi a él, tengo cierta afición por conocer el caos.

— Buen día, lamento la tardanza –se disculpa Axmiel.

Trota para llegar junto a mí que apenas he comenzado a sacar fuera de la bodega las mesas y utensilios de trabajos.

— Si me ayudas, quedarás perdonado.

Hecho el trato, doy paso a que tome las mesas y poco después abrimos el Café. Julia pasa temprano a saludarme y se toma su capuchino conmigo que no la atiendo demasiado. Pues la clientela no espera, así que entre recibir pedidos y entregarlos, despido a mi amiga.

A medio día ya nadie pasa por «Cacao y licuados». No es si no hasta las tres de la tarde cuando en el Café viene a tener alguna afluencia de personas sedientas, o cansadas.

Sin embargo, me gusta la tranquilidad que desprende el portal de Aria mientras enjuagamos los vasos y tazas en una canasta llena de agua con detergente.

— Se te da muy bien –elogian a mi lado.

— ¿El qué? –pongo cara desentendida– ¿Fregar?

Reímos por poco.

— No, chica: esto de servir capuchinos, café moka, caffè macchiato, mocha, expreso. No podría diferenciarlos ni aunque quisiera. Tú por el contrario, eres toda una artista en eso del arte del latte.

— Vaya, vaya –me asombro–, sabes la denominación del arte del latte –observo.

— Gracias a Sardrián. Hace años se obsesionó con la cultura italiana y estudió su gastronomía durante meses.

— Ya veo. Por cierto, gracias. A mí siempre me ha gustado el café, fue algo que mis padres me inculcaron y por mi parte me informé sobre sus variedades, modos de preparación y he asistido a talleres o conferencias por puro placer.

— ¿Nunca has pensado en dedicarte a ser barista?

— Lo cierto es que no. Considero mi pasión por el café como un hobbie que me importa mucho, pero a modo de profesión, siempre he tenido mis cuestionamientos.

— Yo tampoco he tenido muy claro qué profesión elegir...y bueno ahora mismo creo que jamás llegaré a nada. Mis hermanos son similares, excepto Sar, los demás nunca llegamos a terminar la universidad, a pesar de que teníamos interés. Menos Etrian, a él eso no le ha llamado nunca la atención.

— Creo que no deberían darse por vencido. Mientras haya vida, hay esperanza...eso dicen. Y si tienen todavía el interés, más el empeño, me parece que deberían intentar aplicar a cursos que les gusten. Siempre son muy beneficiosos.

— Es un buen consejo –toma en cuenta.

En un momento casi terminamos con el fregado. Ubicamos todo hasta sentarnos en el suelo, recostados a las mesas, porque Aria no nos da sillas.

— ¿Y bueno que vas a estudiar cuando empieces la universidad?

— Psicología.

— ¿Te gusta?

— No mucho –admito.

— Yo siempre he visto la psicología interesante pero muy llena de tecnicismos teóricos...aburridos.

— ¿Tecnicismos teóricos?

Sonrío viendo que me observa como si hubiera dicho algún error garrafal.

— Sí, pues –intenta explicar con sus manos–, lleno de protocolos, de grupos y subgrupos, de conceptos rebuscados planteados por viejos que pasaron toda su vida estudiando para rebatir lo que otro viejo como él dijo.

— Llevas razón –asiento–. Creo que por eso a mí también me aburre.

Luego de rascarme el tobillo, decido comentarle más sobre mí, aún sin saber si le interesa lo que pueda decir.

— ¿Sabes? Nunca le he dicho a mamá esto, ni a Julia, pero no me veo en un futuro sentada en una sala tomando consultas. Sí me gusta oír a las personas hablar pero como algo...espontáneo.

— Creo que serás buena psicóloga, o sí no, como dices nunca es tarde...

— No sería una psicóloga que se sienta realizada –repongo–. Y aplicar para otra carrera ya no está en mis planes si te soy honesta.

— ¿Antes de la psicología te gustó algo más?

— ¡Sí! Bueno, técnicamente cuando niña, me gustaba ser militar como mis padres...me colocaba los tacones de mamá y la gorra del uniforme de papá.

— Que tierna –invoca Axmiel, viéndome como haciéndose una idea de mi niña en el pasado.

— Aunque eso es normal –continúo–, después a los quince años me apasionó la criminología porque le gustaba a Julia

— Entonces esas dos no deberían contar –aporta.

— ¿Por qué?

— Porque claro está, no fueron gustos propios tuyos, sino inducidos por alguien más. Directa o indirectamente. ¿No crees?

— Sí, tienes razón...luego a los dieciséis me decanté por psicología. ¿Qué hay de ti?

— ¿Yo? –se asombra al puntearse.

— Sí tú.

El niega por reflejo antes de responder.

— Pues...como tú me gustaba en la niñez el trabajo de papá. Era mecánico. Pero no aprendí nada con él porque murió y yo tenía nueve años.

— Lo siento.

— Está bien. Tranquila. Después, como a los doce o trece quería ser corredor de Fórmula 1. Y a los 15 estaba seguro de que mi sueño era ser jugador profesional de beisbol. Hasta gané una beca por mis habilidades pero entré y salí de la universidad en primer año.

— ¿Por qué dejaste eso de la Fórmula 1?

— Bah era el típico sueño que tienes porque simplemente te gustaría hacer eso por primera vez y triunfar en ello. No corrí jamás pero por culpa de alguien creí que eso sería posible. Luego con el paso del tiempo, cuando entendí que todo era una mentira, me dediqué más a la escuela y al béisbol. Entonces supe que eso si no era una utopía: porque era bueno en ello y podría intentarlo por mí mismo.

— Espero que no lo dejes ir. Ese sueño. No será fácil pero es que cumplir ningún sueño es fácil.

El Caos de los Chuker © Completa ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora