26 (parte 1)

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Estar con Mirta en la intimidad era un experimento de asco y repulsión. Tenerla cerca despertaba en mí la emoción elemental de odio, en consecuencia, dicho sentimiento pasó de ser hacia ella para transformarse en contra de todo lo que representaba el deseo sexual. Era despectivo sentirla mientras duraba el acto y no existía nada más al final, salvo un marcado quebrantamiento de mi persona.

Bien podía haber puesto fin a esa relación que para nada era marca de ningún tipo de amor, porque después de todo, según la sociedad el hombre es el violador en la mayoría de las veces. El ser más dominante. Mi tarea bien echa hubiera sido pararme ante Mirta y decirle: ya no más. Sin embargo, en mi caso, demasiados aspectos me unían a ella; como mis hermanos, la libertad de ellos, la estabilidad de sus trabajos, mi libertad y además, el patrón subjetivo que ideé yo mismo: le pertenecía a Mirta. Se trataba de que solo ella disfrutase, mientras que yo solo estaba hecho para proporcionarle esa satisfacción, suplirle sus instintos enfermizos y en tanto durara el coito, morder mis labios lo más fuerte que pudiese, para no sentir que me doblegaba.

Ahora, Iria no solo me ha doblegado; ella convirtió el muro de mi odio en lava de volcán, y me torné sumiso a sus besos, las caricias y cada embestida. Yo nunca había disfrutado a cabalidad lo que era follar. Hasta hoy, hasta ahora en este final, donde el quebrantamiento, de mi dignidad y de mi persona, se han vuelto sustitutos de una excitación y felicidad palpitantes.

— Ha sido exquisito estar contigo –le hago saber.

Se trató de los dos, por tal razón, ruedo sobre la cama para encontrarnos de frente y besarla de manera rápida, mientras acaricio una de sus mejillas.

— La verdad es que fue maravilloso. Mejor que mi primera vez.

— Oh eso sin duda –afirmo–. No sé cómo llegaste a caer con Matthew, y no lo digo por juzgarte con eso de que fuera el novio de Julia, sino que ¿él? En serio, tú y el no tienen nada que ver.

— Bueno en aquella vez Matt era diferente –defiende con halo reflexivo–, tal vez la vida en la ciudad lo haya cambiado, o sus nuevas compañías.

— Ya como sea, no hables más de él.

— Tú lo has nombrado.

— Pero tú te has referido a él.

Parpadeamos entre luces de un reto silencioso que no rompe el contacto visual, y en efecto muestra que ambos tenemos razón. Sin embargo, cada expresión se suaviza para acercar nuestros rostros a punta de besos fugases: en los labios, el mentón, la mejilla, como si fuéramos cachorros que buscan calor en tiempos de invierno; y ambos encontramos eso en el otro hasta quedar abrazándonos. Por demás, el cielo cambia de tonos mientras quedamos prendidos al contacto y rendidos al sueño.

Temprano en la mañana Iria a través de sus ojos me dedica un «Buenos días» y respondo al saludo besándole su hombro desnudo. Poco después, insisto en que vaya de primera al baño y la encuentro sentada en a los pies de su cama cuando termino mi aseo.

— Creo que ya debería irme, no queremos que tu madre se dé cuenta de nada...puede que me vea mal, si me cree el badboy que cuela por tu ventana en la noche para hacer cositas malas.

Iria emite una risita automática y repone:

— Por supuesto, no queremos. Aunque en tal caso, mi madre no es injusta; sabe que ella hizo cosas peores en su juventud.

De repente la risilla involuntaria me asedia a mí. Camino hacia ella y con la despedida de un beso nos persigue la ironía al escabullirme por la ventana. Salgo a su balcón, cruzo la baranda como experto de parkour y me dirijo a trotes hasta el Motel donde me encuentro en las escaleras con Raeél.

— ¿Y tú qué? Menuda cara de tener el ego bien situado... ¿estuviste con alguien que te dio un buen cumplido, o te dio un buen cumplido y estuviste con ese alguien?

— Dejémoslo en que estuve con alguien. Soy músico, y he cantado...ahora tengo muchas fans en Rooth.

— ¿Y es alguien importante?

— Ni de coña, fue un polvo y ya. Deberías dejar de sostener en tu interior que un día encontraré a mi media naranja, sabes que prefiero tener muchos amores. Aunque eso aplica solo para mí, eh –puntea–. Ustedes no.

— Por supuesto míster orgías, Sar está con Julia, Mirko tiene a Fiona y yo...ya sabes –Ra palmea mi espalda hasta que retomo la idea de mis hermanos– Oye ¿y Etrian?

— Etrian...

Nos detenemos donde acaba la escalera; Ra suspira viendo al frente sin atender a ningún punto fijo.

— Etrian anda muy escurridizo últimamente. Siento que oculta algo y es fácil para mí saberlo –se puntea– cuando de todos él era al que mejor se me daba leer. Ahora eso...me cuesta.

— No había notado eso que dices...hace días que no hablo casi con él.

— Ese es el punto: hemos perdido comunicación, pero como sea, pienso tener una charla yo solo con él.

— Bien hermano.

No tengo idea de a dónde habrán ido Sar, Julia y Mirko porque resulta que ninguno está en el alberge cuando entramos. Etrian sí: descansa tapado hasta el cuello con una manta. Cosa extraña, me digo, y mantengo una expresión firme de ello.

— ¿Ra desde cuándo tenemos mantas para dormir?

Él nota el detalle como yo.

— No es nuestra. Etrian –llama–. Etrian –repite.

Ra nunca ha sido partidario de despertar a las personas de manera abrupta; por tanto intenta despertar a nuestro hermano tocándolo por el hombro. Sin embargo, ambos notamos que Etrian no responde a ningún estímulo.


El Caos de los Chuker © Completa ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora