36 (parte 1)

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El cuarto de baño huele a ella: a Iria, mi chica, mi valiente de dedos ensortijados.

Tomo una ducha y mientras enjabono la esponja recuerdo todo el paseo, y quiero pensar que voy saliendo del bache del luto, porque dejar ir a un muerto duele, pero duele más no dejarlo descansar en paz. Y sé que mi hermano va a tener su justicia, por lo cual, él descansará y nosotros viviremos mejor. Estaremos saciados, apreciaremos la vida y amaremos sin que nunca olvidemos lo bueno que fue tener a Etrian en nuestras vidas.

— Permiso...–habla Iria.

Aparto la cortina y dejo fuera mi cabeza para darle un tic.

— Ropa –señala al dejarla sobre la tapa de la taza.

— Gracias, no tenías que molestarte.

— No es nada. Termina tu baño con calma. Y...

Lleva su índice a los labios en claro gesto de que no debemos hacer ruido. Cuando se retira continúo el baño y supongo que la ropa sea de su padre. Minutos después lo confirmo, por tanto, me siento bastante especial.

— Gracias por prestármela.

— Se te ve muy bien –observa por segunda vez.

En su turno Iria va al baño y me quedo viendo la pared con sus fotos. Recuerdo entonces el llavero y rebusco en mi ropa del paseo. Al tenerlo en mano se lo dejo sobre su escritorio, mientras noto en una de las esquinas superiores algo que llama mi atención: un álbum de fotos. Enseguida lo tomo. Caigo recostado sobre la cama, medio sentado, medio acostado, pero listo para ojearlo.

De manera que Iria me pilla viendo sus momentos de infancia (más algunos con Julia o sus padres), cuando sale del baño.

— ¿Husmeando en mis cosas, Chuker?

— Impregnado de ti, Polanco.

Ella sonríe. Luego de sacar un a manta, se apilona conmigo para contarme las historias detrás de muchas de las fotos. Yo prometo un día enseñarle el álbum que tengo en casa, y por supuesto hacer lo mismo, sobre no callarme ninguna anécdota. No obstante, mi chica no termina de ver el álbum como sí lo hago yo, por la sencilla razón de que el sueño la vence.

Tiempo después mientras la acompaño, una ráfaga de viento chocando con la ventana abierta, me despierta. Por tanto; me alejo de Iria para cerrar la ventana y mis pies chocan con algo tirado en el suelo: una máscara. El diseño es el mismo con la boca curvada hacia abajo, analizo. La agarro y salgo al balcón.

No obstante, si es como pienso y alguien estuvo aquí para lanzar esto dentro del dormitorio, me esclarezco varios puntos: 1) no iba a esperar la reacción de ninguno; iba a correr, 2) significa que nos ha seguido o tiene claro lo que hemos hecho: sabe que salimos de Rooth. Quizá se trate de un presentimiento pero igual me afirmo en que nada aquí es al azar, sino que algo intencional se cocina y no tenemos idea de qué alcance tendrá. Y 3) si teníamos razón y el asesino vendría a por alguno más, como lo hizo con Etrian, entonces está claro que su próxima víctima seré yo.

El sueño abandona mi cuerpo; Iria continúa durmiendo. Con las yemas de los dedos rozo la superficie de la máscara, mientras humedezco mis labios con la punta de la lengua y acabo sentándome en el escritorio dispuesto a pensar en algo más. Alejo la máscara que busca desestabilizar mi clama y enciendo el computador de Iria. La pantalla me pide contraseña, así que tecleo el: «cero, cuatro, uno, cuatro» pues según mencionó antes usa esta contraseña para casi todo.

¡Bingo!, voceo internamente cuando Windows se inicia. Acto seguido el fondo de pantalla se revela conmigo en todo el ajuste de relleno. Iria ha puesto la foto que me tomó el día en que me regaló el gorro beige.

— Vaya, vaya –murmuro a su figura dormida–. Así que no era solo para el contacto.

Emprendo una nueva labor por horas hasta que la alarma puesta por Iria me espanta a mí y no la despierta a ella. Corro a apagarla antes de que tenga oportunidad de continuar sonando. Aprisiono el móvil como si con ello fuese a parar el tiempo mientras diviso si Iria no se ha inmutado con el tono. Pasan unos segundos y no, no lo ha hecho. Solo entonces devuelvo el móvil a su sitio y me inclino para besarla como despedida. Retrocedo, ya que un beso puede alebrestarla.

Regreso al escritorio y sostengo bolígrafo sobre post-it. Garabateo lo que no es una despedida muy convencional pero le dará una idea a mi novia de a qué rayos me dediqué esta madrugada. Termino la escritura y pego la parte adhesiva en la superficie de su computador. Me llevo la máscara también cuando salgo por la ventana de camino al balcón que me dirige al Motel. No lo hago así porque vaya a esconderle el asunto, sino porque no es el momento de hablarlo. Quiero antes de ello, dormir un poco para luego enfrentarla a ella, a Fio, a Julia y a mis hermanos.

El Caos de los Chuker © Completa ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora