34

140 101 8
                                    

Haciéndonos compañía mi novia y yo permanecemos en un banco de la estación, tan antiguo que parece fuera a mudar su piel de madera. Nuestros pies inquietos dan muestra de lo irritante que es la espera. A su vez, el picor que producen algunos mosquitos dilata por más la situación.

Desconozco el tiempo exacto que ha pasado desde que el señor de la garita dijo que el próximo tren saldrá en una hora. No obstante, y pese a la frialdad que destapa la brisa nocturna, más esta espera obligatoria, consecuente por culpa de nuestro plan improvisado, ni Iria ni yo hemos pensado en volver.

Ella se abraza el torso e infla sus cachetes dándome a entender que también le es molesto el frío. Es lógico que sea así, pues su prenda es mucho más ligera que la mía.

— No tengo mejor idea –comento– pero si quieres, ven.

Dejo abierta la sugerencia al instante de colocar mis brazos en horizontal.

— Recuéstate a mí.

— ¿En serio?

— Por supuesto. No hay más que hacer...

Iria accede. Con ello posiciono mi espalda pegándola al reposa manos del banco. Acto seguido, acuno su figura muy cerca de mí, como si estuviésemos a punto de comenzar a leer algún libro antes de dormir. E incluso mi chica bosteza.

— No eres para nada un sujeto vespertino –señalo.

— Oh no –corrobora–, soy matutina. ¿Sabes? Incluso por causa de mi soñolencia con Julia nunca hemos hecho una pijamada en toda regla, ni ver películas o series de madrugada, eso lo hace Nora.

— ¿Por qué no le dices mamá? –curioseo.

— Sí le digo así, pero lo que sucede es que la nombro según como tenga el ánimo.

— Eres tan espontánea cariño.

Su risa inesperada me hace cuestionarle a qué se debe.

— Acabas de recordarme a Julia –contesta–, ella siempre me dice así: cariño. Y es como ¿raro? que alguien más me lo diga.

— Sí entiendo –beso su sien.

— Ha sido una bobada –aporta.

— No para nada –descarto.

Refuerzo el abrazo en torno a su cintura y permanecemos en silencio. Iria duerme profunda al poco rato. No obstante, la falta de movimiento en el andén consigue hacerme pestañar a mí también. Los sonidos que abarcan mis oídos se convierten en ecos lejanos hasta que como el prender de una mecha, vuelvo a la realidad al segundo en que abro mis ojos. Iria sigue dormida con sus manos ciñendo uno de mis brazos y por ello intento no moverme mientras voy a por su cartera. Abro para ver su móvil con mi mano libre.

Entonces, su vocecita un tanto sedada captura mis oídos:

— ¿A este punto de toxiquidad hemos llegado?

Bufo para devolver el aparato a su sitio. Ya he obtenido lo deseado: ver la hora para comprobar que han transcurrido no más de veinte minutos.

— No podría fiscalizarte el móvil si no me sé tú pin –doy rienda a su broma.

Por supuesto ella no piensa que aprovechase su estado rendido al sueño para revisarle el teléfono.

— Cero, cuatro, uno, cuatro.

— No tiene que serlo pero ¿es algo en especial?

— Abril catorce, es el cumpleaños de papá, lo uso para casi todo.

El Caos de los Chuker © Completa ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora