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En las calles principales Axmiel y yo nos mantenemos alejados.

No queremos que nos vean juntos para que nazcan de ahí rumores. Por ende, yo voy delante como jovencita sola por las calles y Axmiel va detrás. A una distancia prudencial, aunque atento en su función de custodio.

Las masas de festejantes caminan presurosas en grupúsculos, nos pasan por el lado sin reconocernos. Tal vez ya han olvidado el show de hace un rato porque aguardan en breve el de los fuegos artificiales. De modo que al concientizar en ello, me digo que quizá lo que no permite que Axmiel y yo caminemos juntos somos nosotros mismos.

Tres niños pasan por mi derecha blandiendo sus globos. Entre risillas. Abrazo mi torso y giro para atestiguar el final de su camino: se detienen con sus padres que los cargan a dos de ellos. El tercero da su globo a la madre.

— ¿Quieres uno de esos?

Comenta Axmiel a mi izquierda. Giro.

— No que va.

Retomo la marcha como antes, según noto con la distancia entre los dos. Él se queda en la retaguardia. No obstante, en uno de mis giros para verlo, distingo que no está.

Axmiel no se ha quedado en la retaguardia como asumí; él fue al puesto de los globos. Lo sé cuándo se acerca de nuevo a mí para darme un globo y se queda con otro para sí.

— Me dijeron que eran dos por uno –comenta.

— Ya veo. Gracias.

— ¿Podemos hablar de lo que ha pasado antes? Antes, de Matt, antes de todo, antes de que dijeras tener sueño...

— Prefiero no hablar de eso –lo interrumpo–. Creo que es mejor olvidar todo el caos de esta noche ¿no crees? Borrón y cuenta nueva. ¿Mejor eh?

No parece muy convencido de ello. Ni yo creo estarlo pero exhibo mi mejor cara de que sí. Axmiel se lo piensa un poco. Acaba aceptando al fin.

— Vale bien.

Trillamos el camino de regreso en un puro silencio que se agrieta solo por el eco de los fuegos artificiales. Que en las alturas retumban. Se oye el impacto de uno, de otro, de uno más. Siguen así: imparables y altisonantes.

Él me evalúa de soslayo; de reojo también yo percibo su aura insatisfecha. Mis brazos continúan cercándome el torso y sus manos andan ancladas a los bolcillos de su pantalón. Las pisadas que marcamos bien sin querer, o por resignación, suenan muy altas. Se oyen como un bongó interpretando un solo: urgido porque esto ya acabe, o con ganas de que algo más pase.

Pero yo no hablo. Ni él tampoco dice nada.

Preferiría andar sola, mentalizo. Arrugo mis labios en el acto que denota de manera escénica mi incomodad. Axmiel carraspea a mi lado. Volteo para distinguir que ya no me ve; ahora mira al suelo.

Su perfil da paso a mi escrutinio. Entonces, recuerdo que él fue golpeado primero. Como prueba de ello ahora luce moretones casi por todo el rostro, sangre en la comisura de la boca o en las cejas y su labio superior inflamado. Matt se pasó con semejante golpiza. No obstante, ahora él (que ha de estar peor), tiene atenciones médicas pero Axmiel, según acabo de suponer no irá en busca de ello.

— Puedo curarte los golpes, al menos de manera superficial. Si te parece bien.

— No quiero seguir siendo una molestia.

— No. No es molestia. Con higienizar, aplicar pomada sobre el hematoma y si hay dolor, darte un analgésico, estaría hecho.

No obtengo respuesta. Tampoco se trata de un sí. De modo que se me contrae el entrecejo mientras sigo la marcha.

El Caos de los Chuker © Completa ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora