26 (parte 2)

129 110 14
                                    

— Etrian...–llamo por igual.

Pese a que no lo deseo, el tono de mi voz se quiebra.

— Etrian... –vuelvo a llamar con rostro compungido.

Lo nombro diciéndome que no despertará pero no queriendo decirme por qué.

— ¡Etrian! –brama Ra– ¡Etriaaan...! –sacude su cuerpo– ¡Etriaaan!

No pretende callarse; Raeél continúa llamándolo a gritos mientras zarandea el cuerpo muerto de Etrian sobre el colchón de su litera. Ante lo cual, un frasco de pastilla rueda y se detiene cerca de la punta de mis zapatos. No es el momento para nombrar esto, de manera que sin meditármelo mucho, coloco el frasco en mi bolcillo.

Acto seguido, la puerta da voces al abrirse con Mirko a la delantera, Sar y Julia. Ellos traen un desayuno diferente al del comedor. En consecuencia, se dan de buces con la figura de Raeél llorando sobre el pecho de Etrian que no tiene los ojos abiertos. Y yo pienso en Iria; en lo feliz que estaba hace solo minutos, al tiempo exacto en que una lágrima me lanza de golpea la realidad, porque el pasmo sede y se acrecienta la idea: mi hermano ha muerto.

Entonces solo tengo una certeza: él no se suicidó.

— ¿Qué pasa aquí? –distingo el tono alerta de Sar– Axmiel. ¿Axmiel?

Sar que es normalmente un coctel molotov andante, me gira sosteniéndome por el cuello del pulóver, en demanda a la respuesta que Mirko adivina. Mi segundo hermano mayor se deja resbalar contra la madera de la puerta ahora cerrada. Lleva las manos a la boca: como no queriendo hacer ningún ruido, Julia por su parte, acaricia la espalda de Sar pidiéndole que me deje ir. Ella de seguro si pudiera hablar le diría a su novio que nada es mi culpa. Sin embargo ¿por qué en lo más profundo de mí siento que sí lo es?

— Sardri...déjalo.

Él obedece y solo queda viéndome de tal forma que parece odiarme, aunque no es el caso, porque solo estoy siendo su desquite momentáneo.

— ¡Quítate! –habla a Raeél.

Con su enojo lo tumba a un lado y se coloca él al borde de la cama. Llama y llama sin que se escuche nada, salvo un grito despotricando de Ra. Sí: ese que nunca explotaba enfrente de sus menores, de repente a puño cerrado golpea la parte baja de la otra litera. Sin parar.Entonces, paso una mano por la nariz siendo consciente de mis lágrimas. En medio de todos sigo viendo a Etrian, muerto.

Sar llora e intenta ponerse en pie. Julia lo retiene, quizá busca que no cometa una locura que lo dañe a él. Mirko a mi lado respira de manera extraña pero nota que lo observo y la máscara de frialdad que siempre lleva, se convierte en un puchero. En un claro: ¿Por qué nos pasa esto, coño? Caigo junto a él. Ra sale al balcón y lanza un alarido al aire hasta quedarse sin fuerzas en la voz. Llora de inmediato como todos: sin aparente final para esta acción.

No obstante, Ra que siempre ha sostenido las riendas de esta familia, se recuerda que debe informar, que algo hay que hacer, en lugar de llorar. Por ende, Raeél se va mientras me acerco a Etrian. Recuerdo cada momento y me digo que la vida entera no le pasa por delante al fallecido, sino a la familia; a quienes compartieron cada instante, a los que amaban su compañía, conocían sus manías, sus gustos, sabían de sus aspiraciones o sueños.

— Mi hermano...–susurro y contraigo la mandíbula.

Cierro los ojos para emitir en tono bajo una queja de dolor, de impotencia y ello es la pausa de mi llanto. Siento que me rodean y se trata de Mirko queriendo acercarse a su hermano, aunque Sar también se aproxima a nosotros.

— ¿Qué pasó...? –averigua Sar con voz queda.

Le lanzo el frasco pero a ellos también les queda claro: Etrian no se empestillaría.

— Alguien lo asesinó –decreta Mirko.

En cierto arrebato él mismo nos aparta y retira la manta: husmea con sus manos el cuerpo de Etrian hasta llegar a la cabeza y hallar en su cuello el rastro de una inyección.

— Miren –invita.

— ¿Pero si Etri era un pan...? –Sar toma una pausa y continúa– ¿Quién?

— No lo sé, hermano. Solo sé que el asesino está en Rooth, y no dudaría que esto guarde relación con lo de los Harzal.

— ¿Crees? –aspira Sar.

— Sí.

— Yo no sé nada –aporto.

— Tranquilo –dice Mirko–, no te estoy señalando. Al fin y al cabo si de algo estamos seguros, eso es de que ninguno de nosotros asesinó a esos viejos...pero ¿qué tal que Etrian haya descubierto algo?

— Entonces sí va a correr sangre...

— Sardrián...–apacigua Julia.

— Necesito irme...

Sin más, eso hago: corro hasta llegar a la puerta principal de la casa amarilla que posee la rosaleda elogiada por Etrian en nuestro arribo a Rooth.

Cuando Iria me abre, solo digo:

— Abrázame.


El Caos de los Chuker © Completa ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora